El fin de los cabezas viejas
El f¨²tbol tiene una cierta capacidad para cambiar las cosas, pero el f¨²tbol femenino es el ¨²nico que, ahora mismo, tiene la virtud demostrable de cambiarlas de verdad
Todav¨ªa quedan por ah¨ª algunas cabezas viejas que no se han percatado de que estamos en verano de Mundial, de f¨²tbol, luego verano de campanillas. Lo era la m¨ªa ¡ªcabeza vieja, digo, que igual es demasiado pronto para insultarnos¡ª hasta que unas ni?as me han recordado de un pelotazo el mes que se nos viene encima y ese nuevo tiempo en el que, afortunadamente, parece que nos vamos instalando. Nunca hay conquistas seguras, el feminismo es la ¨²ltima gran revoluci¨®n y ...
Todav¨ªa quedan por ah¨ª algunas cabezas viejas que no se han percatado de que estamos en verano de Mundial, de f¨²tbol, luego verano de campanillas. Lo era la m¨ªa ¡ªcabeza vieja, digo, que igual es demasiado pronto para insultarnos¡ª hasta que unas ni?as me han recordado de un pelotazo el mes que se nos viene encima y ese nuevo tiempo en el que, afortunadamente, parece que nos vamos instalando. Nunca hay conquistas seguras, el feminismo es la ¨²ltima gran revoluci¨®n y un Mundial de f¨²tbol no tiene rival ni parang¨®n en el imaginario del hincha, especialmente en el caso de los m¨¢s j¨®venes, los menos contaminados, que estos d¨ªas disfrutar¨¢n de su deporte favorito sin necesidad de resetear sus propios complejos.
El pelotazo, dec¨ªa. En mi pueblo, como cada verano, desembarca una peque?a legi¨®n de turistas llegados, en su mayor¨ªa, del resto de Espa?a. A veces aparece, como de la nada, alguna pareja de ingleses despistados. O alg¨²n franc¨¦s. Pero, por norma general, las encargadas de cambiarnos la cara durante un par de meses son esas familias espa?olas que lo llenan todo de color, de gritos, de helados derretidos y de f¨²tbol, mucho f¨²tbol, con la plaza del pueblo a rebosar de nuevos talentos de fuera y algunos futbolistas locales tratando de mantener sus privilegios de peque?o y habitual morador. ¡°?Cuidado!¡±, grita alguien a mi paso. Y lo siguiente es un balonazo en la sien que no me tumba de milagro, acompa?ado de las risitas de un par de mocosas vestidas de futbolistas. En otro tiempo, puede que en el mismo instante anterior a recibir ese soberbio pelotazo, es probable que esta cabeza vieja hubiese dicho que iban disfrazadas.
El f¨²tbol tiene una cierta capacidad para cambiar las cosas, pero el f¨²tbol femenino es el ¨²nico que, ahora mismo, tiene la virtud demostrable de cambiarlas de verdad. No es la panacea, nada lo es. La FIFA ya ha advertido a las participantes que no permitir¨¢ brazaletes arco¨ªris ni reivindicaciones de casi ning¨²n otro tipo, como ya ocurri¨® con los hombres en el pasado mundial. Pero la fotograf¨ªa es muy distinta, no ya por las sedes, sino por una estampa que apenas es noticia y explicaba a la perfecci¨®n Sarina Wiegman en una reciente entrevista en The Guardian. ¡°Cuando voy a la tienda, la gente me dice que su hija lleva esta camiseta. Y que su hijo tambi¨¦n la lleva. Hemos cambiado la sociedad¡±, comenta orgullosa la seleccionadora inglesa.
Aqu¨ª, en Espa?a, el cambio se hace especialmente patente cuando uno dirige la mirada hacia los parques, los campos de entrenamiento, las porter¨ªas de barrio¡ No tanto a los palcos, o al banquillo de la propia Selecci¨®n. Pero todo llegar¨¢, por m¨¢s que desde la RFEF se nieguen a aceptar la evidencia e insistan en su visi¨®n tutelada y paternalista del nuevo f¨²tbol. Para ellos todo sigue siendo viejo, casi tanto como sus cabezas: nada que no se arregle a base de goles, juego y, de cuando en vez, un buen balonazo.
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