El germen de la escalada en Palestina
El documental ¡®Resistance climbing¡¯, filmado antes del presente conflicto armado, se convierte en un himno que ha seducido a la comunidad internacional de escaladores
En una de las escasas paredes equipadas para escalar en Palestina, israel¨ªes y palestinos conviven sin apenas contacto, dos mundos de apariencia irreconciliable brevemente unidos por la pasi¨®n de moverse en la roca. No hay rastro, sin embargo, del ambiente de camarader¨ªa y cooperaci¨®n que preside el mundo de la escalada en cualquier otra parte del globo. Es como si entre ellos existiese una cortina que nadie puede descorrer. Al menos en este lugar nunca ha habido enfrentamientos que lamentar, quiz¨¢ por la presencia disuasoria de soldados de Israel en lo alto de las paredes. Estas, modestas, parecen no solo un milagro, sino una burbuja de cordura y olvido: nunca hab¨ªa existido antes un lugar donde escalar en esta tierra. El ataque de Ham¨¢s del pasado 7 de octubre y la respuesta de Israel ha causado tantos muertos como vidas entre par¨¦ntesis ha colocado. Y as¨ª, congelado, ha quedado el proyecto incipiente de crear una comunidad palestina de escaladores. Un documental filmado y estrenado en los principales festivales de cine de monta?a de medio mundo antes de que estallase el conflicto armado recoge la breve y muy reciente g¨¦nesis de la escalada en Palestina, originalmente propiciada por un par de estudiantes norteamericanos. Su t¨ªtulo, Resistance climbing, obtiene en el presente un peso diferente.
En 2014, el estadounidense Tim Burns ayudado por un amigo, se lanz¨® en un proyecto tan complejo como idealista: crear de la nada el germen de la escalada en Palestina. La ¡°injusticia perpetrada contra el pueblo palestino¡± y ¡°la complicidad¡± de EE UU, su pa¨ªs, le impulsaron a tratar de ser una ayuda: ¡°Por supuesto, se necesitan carreteras, hospitales y un mont¨®n de cosas, pero ?no merece este pueblo la oportunidad de divertirse tambi¨¦n?¡±, razonar¨ªa Burns. Su primera idea pasaba por crear un roc¨®dromo, pero pronto entendi¨® que financiarlo ser¨ªa una tarea de largo aliento. As¨ª que decidi¨® optar por una opci¨®n mucho m¨¢s r¨¢pida y econ¨®mica: equip¨® una modesta pared de roca natural en Cisjordania y lo anunci¨® en las redes sociales. Con todo, necesitaba publicidad, y esto le llev¨® a llamar una y otra vez a un amigo suyo, periodista especializado.
Era Andrew Bisharat, nacido en Nueva York, escalador y cuya actividad se convirti¨® en su vida: como periodista, se especializ¨® en el tema y con el paso de los a?os cay¨® en cierto desencanto. Sus textos cada vez resultaban m¨¢s ¨¢cidos, cr¨ªticos, y dej¨® de encontrar un sentido al hecho de escalar. Quiso obviar la llamada de Burns, pero algo se lo impidi¨®: sus or¨ªgenes son palestinos. Su abuelo emigr¨® a Estados Unidos y el mundo ¨¢rabe le parec¨ªa algo tan remoto como ajeno a la vida que siempre ha conocido. Nunca se le hab¨ªa pasado por la cabeza viajar a Palestina, hasta que entre Burns y la productora Reel Rock le convencieron. El resultado es un documental salpicado de humor, ternura e, incluso, esperanza.
Antes de mezclarse con la incipiente comunidad de escaladores, Bisharat visit¨® Jerusal¨¦n para contemplar la casa que construy¨® su bisabuelo, una tremenda villa con 27 habitaciones de la que su abuelo le hablaba sin cesar, con indisimulado dolor y nostalgia. La casa, asegura Bisharat, fue robada a su familia en 1948 por Israel y fue el hogar de Golda Meier, la primera mujer que ejerci¨® como primera ministra de Israel. La visita de Bisharat es el recorrido de un incr¨¦dulo, de alguien que cuestiona la idoneidad de insistir con el desarrollo de la escalada en una tierra castigada por un peso insoportable: ?No tienen nada mejor que hacer estos palestinos?, se pregunta una y otra vez. Pero todo lo que ve le sorprende tanto como le asquea: para acceder a la principal pared equipada para escalar, ubicada en la reserva natural de Ein Fara, Cisjordania, los israel¨ªes solo han de aparcar lo m¨¢s cerca posible y caminar cinco minutos. En cambio, los palestinos no pueden atravesar el puesto militar que custodia una colonia y han de caminar una hora de ida y otra de vuelta.
Mientras, el roc¨®dromo deseado por Tim Burns es una realidad en Ramala, el epicentro de la incipiente comunidad local de escaladores. De momento, apenas 50 personas escalan en Palestina, y solo una docena de ellas han incorporado esta pr¨¢ctica de forma definitiva en sus vidas, pero ya se ha creado la primera Asociaci¨®n Palestina de Escalada, encargada entre otras cosas de ense?ar esta disciplina a los m¨¢s j¨®venes. El primer escalador palestino de la historia se llama Tawfiq Najad, un pastor de cabras beduino que alucin¨® cuando en 2014 vio a dos blancos colgados de una pared cerca de su casa. Pens¨® que buscaban nidos de p¨¢jaros y le cost¨® entender que estaban equipando una pared para escalarla. Sin pies de gato, escal¨® poleado por la cuerda en sus gastadas crocs, como si el ejercicio le resultase familiar. Hoy en d¨ªa es uno de los mejores escaladores del pa¨ªs. Andrew Bisharat le visita en su chabola, apenas cuatro paredes y un techo de chapa. Ante la c¨¢mara, Bisharat no sabe qu¨¦ decir frente a la humildad del lugar. Puede que no exista un discurso apropiado para describirlo y, de todas formas, las im¨¢genes hablan por s¨ª mismas.
Cuando uno escala, mientras se ejecuta el gesto de progresar por una pared, la vida se simplifica tanto que durante unos minutos es posible alcanzar cierta forma de paz. Todo desaparece de la mente para dejar todo el espacio posible a una forma primitiva de concentraci¨®n m¨¢xima, a una lucha por no caer. Algunos encuentran as¨ª una peque?a representaci¨®n de la felicidad, en la abstracci¨®n del pensamiento. Escalar es entonces una puerta de salida, una huida. Una necesidad de libertad, de resistir.
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