Tiros desde Montejurra en la niebla contra una multitud indefensa
Montejurra ha vuelto a ser, ciento tres a?os despu¨¦s, escenario del enfrentamiento entre carlistas. El 9 de mayo de 1976, un estell¨¦s de veinte a?os, Ricardo Garc¨ªa Pellejero, ha dejado su vida junto a la cresta del monte tradicionalista, en se?al de lealtad al leg¨ªtimo representante de don Javier de Borb¨®n, su hijo mayor Carlos Hugo. Numerosos heridos, tres de ellos de gravedad, pertenecientes todos -como el joven Ricardo- a la facci¨®n de Carlos Hugo, completan el tr¨¢gico balance de la toma de Montejurra a tiros. Se hace responsable de los enfrentamientos a los disciplinados grupos de j¨®venes de la ultraderecha armados, favorables, seg¨²n parece, de Sixto Enrique de Borb¨®n y Parma. Este, no obstante, ha lamentado p¨²blicamente los hechos.
?Subir junto a gente armada me parece absurdo?. Visiblemente emocionado, sereno, con el rostro grave, Carlos Hugo evitaba con una sola frase el derramamiento de m¨¢s sangre carlista. Se hab¨ªa llegado junto a la novena cruz de las 14 de que consta el V¨ªa Crucis de Montejurra. El capell¨¢n de la Hermandad que organiza todos los a?os- este acto religioso tradicionalista Joaqu¨ªn Barbarri, improvis¨® un altar sobre los matorrales y ofici¨® la misa. De una mochila sali¨® el trozo de pan, que luego ser¨ªa consagrado, junto al vino de una bota, depositado en un vaso verde de pl¨¢stico. Al final del sacrificio los asistentes se dieron un abrazo y se escucharon repetidamente los gritos de ?la paz sea con vosotros?. En silencio se inici¨® el descenso del monte.
Irache: primer enfrentamiento
A las diez menos cuarto de la ma?ana, momentos antes de iniciarse el V¨ªa Crucis en la campa del monasterio de Irache, por la carretera de acceso procedentes del Hostal Irache, llegaban en formaci¨®n militar un centenar de j¨®venes, marcando el paso al Comp¨¢s de unos tambores. Se identificaban con un brazalete que llevaba estampado el emblema de la Confederaci¨®n Nacional de Combatientes, y sobre el brazalete un adhesivo redondo con las letras RS Requet¨¦ Seguridad en rojo sobre fondo amarillo.
Antes de llegar a la campa, un grupo de partidarios de Carlos Hugo les sali¨® al paso. Primero se intercambiaron insultos: ?Vendidos?, ?Carlos Hugo, libertad?, ?No pasareis?; ?Don Sixto?, ?Rojos no?, ?Viva Cristo Rey?. En cuesti¨®n de segundos llegaron a los palos. El grupo favorable a Sixto Enrique, manos enguantadas, atac¨® con porras amarillas; los de Carlos Hugo, con porras de madera, cayados y bastones. Fueron segundos de gran confusi¨®n. Se oyeron disparos. Varias personas cayeron al suelo con la cabeza ensangrentada. Un joven se dobla gritando, mientras se cubr¨ªa el vientre con las manos.
N¨²meros de la Guardia Civil, pr¨®ximos al lugar de los incidentes, salieron al camino y mandaron marchar a los partidarios de Sixto que fueron reagrupados por el jefe que los mandaba por medio de pitidos. Se inici¨® el Via Crucis. En una sala del monasterio los heridos recibieron las primeras curas. Dos eran mujeres. Despu¨¦s fueron trasladados al Hospital Provincial de Navarra, en Pamplona.
Agua y niebla
En la explanada de Montejurra, antes de iniciar el ascenso a la cumbre, los partidarios de Carlos Hugo invitaron a marcharse a dos centenares de personas de la Hermandad de Antiguos Combatientes de Requet¨¦s, partidarios de Sixto Enrique. No hubo agresiones. Uno de los que regresaban, hombre maduro, lloraba con rabia; en sus lamentos dec¨ªa: ?Dios m¨ªo, Dios m¨ªo; para m¨ª hay cosas tan superiores...?. Pr¨®ximo a la explanada estaban aparcados 11 jeeps y 3 autocares de la Polic¨ªa Armada. En el camino de subida, un muchacho vend¨ªa una edici¨®n especial del diario El Alcazar; junto a ¨¦l una furgoneta de Sarri¨®, Compa?¨ªa Papelera de Leiza, en cuyo interior hab¨ªa varios miles de ejemplares que fueron sacados y quemados.
La subida a Montejurra se hac¨ªa penosa debido a la fina lluvia que hac¨ªa resbaladizo el caminar y una intensa niebla que imped¨ªa ver a m¨¢s de diez metros. Aparecieron banderas separatistas de las distintas regiones espa?olas, y se escuchaban gritos de ?Socialismo autogesti¨®n? ?Viva Andaluc¨ªa libre? ?Gora euzkadi askatuta?. Entre los arbustos qued¨® colocada una pancarta con la leyenda ?Presoak Kalera EKA. Partido carlista de Euskera?.
Alrededor de 3.000 personas segu¨ªan el V¨ªa crucis. Eran las once y Veinticinco de la ma?ana. A trav¨¦s de los altavoces instalados en la cumbre se escuch¨® una voz que dijo: ?Os va a hablar el infante don Sixto?. A continuaci¨®n, gritos de ?Hugo Carlos, libertad?. Sonaron media docena de disparos. Se hizo el silencio en el monte. Alguien coment¨®: ?Nos pueden cazar como a conejos?. Minutos despu¨¦s, m¨¢s disparos. En esta ocasi¨®n se diferenci¨® claramente como r¨¢faga de ametralladora. Segundos de tensi¨®n y confusi¨®n. Pronto, voces ??La Cruz Roja!? ??Necesitamos camillas!?. En una peque?a explanada, cuando el V¨ªa Crucis a¨²n no hab¨ªa pasado por la novena estaci¨®n - aparecieron Carlos Hugo Irene y Mar¨ªa de las Nieves. Junto a ellos se hizo el alto en el camino. Minutos m¨¢s tarde bajaba, tumbado en una manta, cogido por varios compa?eros, un muchacho; despu¨¦s, colgada del cuello de otros dos, una mujer con heridas en una pierna, el tercero, sobre una camilla, cubierto con una manta, era un chico joven, la mirada fija, perdida, y la cara amarilla. Al pasar junto a Hugo Carlos se coment¨®: ?Va muerto?.
Versi¨®n de los testigos
Hugo Carlos repiti¨®: ?No perdamos la serenidad. Subir junto a gente armada me parece absurdo. Que alguien vaya a ver c¨®mo est¨¢ el cerro?. No hubo que esperar mucho, pronto los primeros testigos, relataron los hechos. Un centenar de partidarios de Hugo Carlos hab¨ªa llegado hasta la cima sobre las diez de la ma?ana. El cerro estaba tomado por jovenes con barras de hierro y con pistolas. No dejaban acercarse a la gruta donde estaban Sixto Enrique y medio centenar de partidarios. Durante bastante tiempo se intent¨® un di¨¢logo. Un carlista de setenta y tres a?os, Jacinto Masfiera, de Catalu?a, era el que m¨¢s discut¨ªa con los partidarios de Sixto. ?No pod¨¦is pasar hasta que llegue el V¨ªa Crucis, les repitieron una y otra vez. La niebla cubr¨ªa la cima de Montejurra. Por el altavoz se anuncia la proclama de Sixto Enrique. Los gritos de ?Carlos Hugo, libertad? han sido acallados por los disparos. Un sacerdote dio la absoluci¨®n al cuerpo, ya sin vida, de Ricardo Garc¨ªa Pellejero. Junto a la cueva, Sixto Enrique, delgado, muy p¨¢lido, con gabardina larga cruzada, ruega a los informadores que han llegado hasta ¨¦l que no le hagan fotograf¨ªas. ?En estos momentos dram¨¢ticos no quiero hablar?. Son sus ¨²nicas palabras. Por la ladera contraria a donde est¨¢n los partidarios de Carlos Hugo desaparece su hermano y los seguidores de esta facci¨®n del carlismo. En el cerro quedan restos de comida y un cesto con pan. Casquillos de balas y una caja de cart¨®n con la inscripci¨®n: Pirotecnia militar. 25 cartuchos-9mm para subfusil ametrallador Smmaisser y pistola Parabellum. Se asegura que en la ma?ana del pasado viernes hab¨ªa acampado en este lugar un grupo de Sixto Enrique. Varios partidarios de Hugo Carlos subieron el s¨¢bado y les fue advertido que no apareciesen por all¨ª el domingo. Los preparativos para el domingo no constituyeron ning¨²n secreto y algunos visitantes a la cafeter¨ªa del Hostal de Irache -donde llevaba varios d¨ªas Sixto Enrique- escucharon conversaciones sobre el armamento y la vigilancia que se ten¨ªa para proteger durante la noche a Sixto Enrique.
?Serenidad y unidad?
El descenso del monte est¨¢ marcado por la tragedia. Carlos Hugo ha pedido tranquilidad, y junto al repetidor de la telef¨®nica, cercano a la explanada de Montejurra, el secretario del Partido Carlista, Jos¨¦ Mar¨ªa Zabala, se dirige por un meg¨¢fono: ?Poned atenci¨®n: este momento, que parece muy grave, porque ha habido sangre, es para nosotros de mayor unidad. Cuando un pueblo como es el carlista se quiere manifestar y no se le deja, no tiene m¨¢s que una contestaci¨®n: unidad y lucha pol¨ªtica. Nosotros somos un partido que, como tal, tiene una organizaci¨®n y una discipl¨ªna. Si se nos provoca contestaremos, pero vamos a agotar todas las posibilidades. El Gobierno de Arias ha cometido un grave error, se ha dejado a unos pistoleros actuar desde la sagrada cumbre de Montejurra. Sangre derramada por aquellos que dicen est¨¢n defendiendo la tradici¨®n y la religi¨®n. En estos momentos la consigna es: orden, serenidad y disciplina?. Durante la corta alocuci¨®n apareci¨® nuevamente la princesa Irene, quien dirigi¨® unas breves palabras: ?No podemos contestar de la misma forma a la provocaci¨®n. Son momentos tristes para Espa?a. Pedimos libertad para Espa?a?.
Montejurra 76 hab¨ªa terminado. Gritos de ?Fuerzas represivas, disoluci¨®n?, y otras parecidas, y regreso hacia Pamplona. En la explanada de acceso al monte, numerosos efectivos de la Polic¨ªa Armada y Guardia Civil. Con un capit¨¢n de la Benem¨¦rita se produjo un incidente al acercarse a ¨¦l un grupo de carlistas. Le increparon dici¨¦ndole: ??Por qu¨¦ esta pasividad? ?No sab¨¦is que en el monte ha habido tiros? ?Por qu¨¦ no estabais este a?o arriba, como siempre??. ??Por qu¨¦ esta pasividad??. El grupo se disolvi¨® sin necesidad de que interviniesen las fuerzas del orden.
En Estella no se permit¨ªa la entrada excepto a los vecinos de la ciudad y periodistas. En una cama del hospital de la ciudad de los Fueros navarros estaba a¨²n con los ojos abiertos el joven Ricardo Garc¨ªa Pellejero, trabajador de la factoria ?gni y camarero, los domingos y festivos, de la sala de fiestas Oasis.
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