Acuerdo de Max Ernst
Expuso en Madrid en 1936
?El p¨²blico de Madrid va a contemplar Por vez primera una colecci¨®n de originales del pintor y dibujante Max Ernst.El anuncio y juicio precedentes pertenecen al prefacio que Manuel Abril dedic¨® a la primera exposici¨®n de Max Ernst en la capital de Espa?a, hace ahora cuarenta a?os. Valdr¨ªa la pena dar la referencia completa del cat¨¢logo oficial que tengo, no sin emoci¨®n, ante mis ojos, para que el lector se percatara de la puntualidad con que por aqu¨¦l tiempo llegaban a nuestro suelo las vanguardias for¨¢neas y sus jefes de fila. No habiendo espacio material para ello, me limitar¨¦ a transcribir, junto al texto de Manuel Abril, el de la portada del cat¨¢logo antedicho: ?Museo Nacional de Arte Moderno ?. Exposici¨®n de composiciones supra-realistas de 11,fax Ernst. Marzo-Abril
Traigo a cuento el caso para complacerme con los mentores de la exposici¨®n en la risue?a alborada del surrealismo y la muy particular versi¨®n que Max Ernst ofreci¨® al p¨²blico madrile?o. ?Otras razones? Darme y dar envidia, cerciorar al lector de c¨®mo, por entonces, llegaban las vanguardias a la mirada del com¨²n en el tiempo justo de su ejercicio, con la genuina novedad de unas t¨¦cnicas y unos procesos; que a¨²n hoy siguen sien lo en buena medida candentes y vigentes.
Casual o no, el hecho de que -Max Ernst haya fallecido al cumplirse, exactamente, el cuadrag¨¦simo aniversario de aquella su exposici¨®n, me ha invitado a rememorar la efem¨¦rides como homenaje p¨®stumo al inventor de tantos y tantos procedimientos decisivos en la evoluci¨®n del arte de nuestro tiempo, no exentos, algunos de ellos, de vigencia y operancia en el hoy en curso.
La oportunidad y puntualidad de la exposici¨®n que aqu¨ª se comenta quedan harto manifiestas con s¨®lo comprobar que la primera ?novela-collage? de Max Ernst hab¨ªa visto la luz dos a?os antes de la efem¨¦rides madrile?a y unos pocos despu¨¦s de su colaboraci¨®n con el gran pintor catal¨¢n Joan Mir¨® en el dise?o de los trajes y decorados del ?Romeo y Julieta? de los Ballets Rusos.
Max Ernst yJoan Mir¨®
Lejos d¨¦ todo aspaviento, la cr¨ªtica estaba del todo familiarizada con aquellas desenfadadas experiencias, y tambi¨¦n parec¨ªa estarlo el p¨²blico, de atender a los t¨¦rminos llanos con que Manuel Abril presenta, bajo el t¨ªtulo de realista, el conjunto de una exposici¨®n que hoy mismo causar¨ªa asombro a m¨¢s de un visitante. ? Puestos a clasificar -escrib¨ªa el prologuista-, nos sentimos tentados a llamarle no ya superrealista, seg¨²n la filiaci¨®n que corresponde a Max Ernst en la nomenclatura europea, sino realista puro.?
?Oh tiempos! Con toda intenci¨®n he citado el nombre de Joan Mir¨® (pudiendo hacerse extensiva la cita a los de Picasso, Gris, Gargallo, Julio Gonz¨¢lez...) por cuadrar al gran pintor catal¨¢n, mejor que, a nadie, la representaci¨®n en vida de las experiencias creadoras de aquel tiempo, el t¨ªtulo de compa?ero universal del universal Ernst y la condici¨®n, tambi¨¦n, de veh¨ªculo natural de un fen¨®meno renovador que hall¨®, de cara al universo, unos or¨ªgenes genuinos en tierra y cultura de Catalu?a, y mantuvo all¨ª su vigencia, contra viento y marea, tras la guerra civil.
Si hay un nombre singularmente representativo de aquel tiempo y merecedor privilegiado de verse suscitado por el recuerdo de Max Ernst, es el de Joan Mir¨®. Y no ya por la amistad, compenetraci¨®n y colaboraci¨®n con el artista recientemente fallecido, sirio, y sobre todo, por haber aportado una savia propia (y propia de su tierra y su cultura) a un fen¨®meno universal como el surrealismo. El nombre de Joan Mir¨®, a merced incluso de su personalidad inconfundible y su dificultad clasificatoria, entra?a una de las afluencias m¨¢s decisiva en el auge de la moderna est¨¦tica en general y en la peculiaridad del surrealismo (como igualmente pudieron entra?arla el temple po¨¦tico y la noble voz catalana del prematuramente desaparecido Joan-Salvat Papasseit).
??A qu¨¦ obedece -preguntaba yo recientemente, a prop¨®sito de Dau al Set- este resurgir precoz por tierras de Catalu?a?? ?Las ra¨ªces del arte contempor¨¢neo -resum¨ªa mi respuesta de entonces- eran, desde luego, all¨ª m¨¢s hondas que en el resto de la Pen¨ªnsula (el surrealismo, por ejemplo, deb¨ªa a los artistas catalanes uno de sus m¨¢s f¨¦rtiles or¨ªgenes), aparte de que las corrientes del pensamiento moderno llegaban a la cultura catalana con profusi¨®n, continuidad e inmediatez del todo inusitadas en cualquier otro conf¨ªn de la naci¨®n.?
La muerte de Max Ernst, a los cuarenta a?os de su exposici¨®n en las salas del Museo de Arte Moderno, ha de suscitar necesariamente la memoria concomitante de su gran amigo, ¨²ltimo y glorioso superviviente de aquel tiempo feroz y esperanzador, representante genuino y veh¨ªculo natural de una aportaci¨®n esencialmente catalana.
Me ha venido a la pluma este largo excurso tanto por la evocaci¨®n de Max Ernst, a los cuarenta a?os de su primera exposici¨®n en Espa?a, como por la coherencia que ella misma guard¨® con el nivel cultural de nuestro suelo, de atender a la n¨®mina escueta de nuestros artistas de aquel tiempo y a la inserci¨®n medular del catal¨¢n Joan Mir¨®, el ¨²ltimo gran superviviente.
Muy dif¨ªcil se nos har¨ªa, de otro modo, aceptar la llaneza con que Manuel Abril advierte al p¨²blico acerca del realismo de una exposici¨®n eminentemente vanguardista, presentada en Madrid hace cuarenta a?os: ?Es realista Max Ernst porque ha transcrito estrictamente los enlaces y elementos de esa realidad sutil y entrever.ada. Pero es realista, adem¨¢s, porque su t¨¦cnica ha tenido el acierto sorprendente -sorprendente por sencillo- de operar con la estricta realidad ... ?
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