El manifiesto de los fieles difuntos
En sus ¨²ltimos movimientos, la actualidad parece marcada por dos anacronismos montaraces; el carlista y el cortesano. Parec¨¦ mentira que estas dos noticias se puedan producir en la Espa?a angustiada y posible de esta primavera; es como si el paisado, lejos de resignarse, nos tratara d¨¦ invadir por sorpresa para nublarnos la visi¨®n con cegueras de anta?o.El carlisma se inici¨® en la Espa?a de 1833 como una guerra civil; y como una trifulca entre dos hermanos, el absolutista moribundo Fernando VII, que pas¨® ante la opini¨®n p¨²blica de Deseado a Indeseable, y eabsolutista recalcitrante Carlos Mar¨ªa Isidro, palad¨ªn de los primeros ultras en la historia de Espa?a, jefe del primer ej¨¦rcito paralelo encuadrado por esos mismos ultras -los Voluntarios Realistas- y tan estrecho demente como sobrado de sectarismo irracional. Ni el factor auton¨®mico -los Fueros- ni el factor religioso fueron inicialmente banderas de el carlismo que, solamente surgi¨® con un ideal y una proclama: la identidad metaf¨ªsica entre el Trono y el Altar, la negaci¨®n total del liberalismo, la profesi¨®n de fe ciega en el absolutisino. Este es el carlismo primigenio, el carlismo b¨¢sico. Lo dem¨¢s es ret¨®rica.
Otra trifulca fraterna
?El carlismo -repet¨ªa don P¨ªo Baroja- se quita leyendo?. Tanto me fascin¨® la frase que trat¨¦ de aplicarla, con alguna resonanqia al conjunto de la extrema derecha, cuando advert¨ª alarmado, que mientras. manten¨ªa su horror a la lectura, la extrema derecha empezaba a escribir. Ahora hansurgido media docena de investigadores -de Mart¨ªn Blinkhorn a Edinon Vall¨¦s- en pos de la huella del carlismo, que sigue virgen como fen¨®meno hist¨®rico. Fen¨®meno de inmensa atracci¨®n: porque ?c¨®mo ha podido un anacronismo as¨ª conquistar la rnente y ¨¦l coraz¨®n de tantos espa?oles de para cepa? Porque a pesar de su origen absolutista y precisamente por ¨¦l, dada su fecha de nacimiento- el carlismo arraig¨® en varios reductos del pueblo espa?ol. Me recordaba, con raz¨®n, Manuel Cantarero ayer mismo que Carlos Marx intuy¨® con maestr¨ªa este enraizamiento popular del carlismo, si bien no acert¨® a relacionarlo con el ambiente pol¨ªtico de algunas zonas de ins¨²ficiente romanizaci¨®n. Sin una sola concesi¨®n demag¨®gica, Indalecio Prieto, recriado en una de esas zonas, capt¨® implacablemente la evoluci¨®n. parcial del carlismo al nacionalismo pol¨ªtico. No sabemos, en el fondo, mucho m¨¢s; de Ferrer y Oyarzun, a Jaime del Burgo, el carlismo nos ha abrumado con sus grandes eruditos, pero todav¨ªa no ha alumbrado a su gran historiador, que tendr¨¢ que amar y comprender al carlismo; pero desde fuera de su aceptaci¨®n esterilizadora.
El general Mola, hijo de tres generaciones liberales, asumi¨® la colaboraci¨®n de los carlistas populares en el esfuerzo de guerra de la zona nacional; mientras los carlistas integristas de don Javier y Fal Conde quedaban con sus reticencias al margen. Desaparecido Mola, Franco se apoy¨® tambi¨¦n en el carlismo popular de la Junta navarra frente a las fantas¨ªas del Regente y el Delegado. As¨ª la guerra civil espa?ola funcion¨® en la pr¨¢ctica, de los frentes como la cuarta guerra carlista; mientras en la retaguardia ni Franco concedi¨® al carlismo la menor beligerancia pol¨ªtica ni los carlistas, divididos y desorientados, supieron aprovechar pol¨ªticamente su colosal y decisiva contribuci¨®n a la victoria.
Por eso ya en 1939, se sintieron ajenos a esa victoria. Regresaron a sus monta?as y a sus enso?aciones prerromanas. Se vovieron a ilusionar con don Carlos; y empezaron a llamar -Javier Carlos, Hugo Carlosa personajes que nunca se llamaron as¨ª. En 1942 fueron agredidos en un famoso atentado -el de Bego?a- que marc¨®, en realidad, su desvinculaci¨®n oficial de la pretendida Cruzada. Parece,que un tal Mariano S¨¢nchez Covisa no andaba lejos de all¨ª. Franco, naturalmente, no se dio por enterado, y mantuvo, en puestos de relumbr¨®n a antiguos integristas como representantes oficiosos, cada vez m¨¢s fingidos, de un carlismo en desintegraci¨®n.
Pasaron los a?os; y los residuos de un carlismo, que ya hab¨ªa nacido anacr¨®nico, cayeron en manos de aventureros semiprofesionales, que a veces ni poseen la ciudadan¨ªa espa?ola. Los dineros de alguna sanota Monarqu¨ªa burguesa se han venido a revitalizar el saldo de fantasmas. De momento el ep¨ªlogo de una histosirla rom¨¢ntica termina en lo alt¨® de un monte, como una parodia del Oeste, en una pelea de hermanos, semejante, aunque en version de v¨ªa estrecha, a la fraterna ri?a nacional que inici¨®, en 1833, la pesadilla. Todo se acaba de complicar con la intromisi¨®n de Fuerza Nueva -los nuevos absolutistas- disfrazados de carlistas marginales. Se han pedido justamente resporisabilidades por la premeditada y consentida ocupaci¨®n de la cumbre. Absolutismo en el absolutismo; paralelismo en el paralelismo. Aberraci¨®n en la aberraci¨®n.
Mientras no haya sangre por medio bien est¨¢ el fomento del carlismo residual con fines tur¨ªsticos. Pero ni una gota m¨¢s de sangre navarra para que bandas de aventureros pol¨ªticos desahoguen su frustraci¨®n y sus rencores en la cumbre de nuestras monta?as m¨¢gicas.La resurrecci¨®n de los persasMientras el anacronismo montaraz desahogaba su mitolog¨ªa inculta a golpe de metralleta, el anacronismo cortesano publicaba, en los Madriles, una adaptaci¨®n del Manifiesto de los persas firmada por 126 procuradores entre los que, como ha. aclarado la Prensa, figuran tres que ya han fallecido. Es muy probable que la ins¨®lita, pieza pase a la Historia como el manifiesto de los Fieles Difuntos. No solamente por la r¨²brica de los desaparecidos, Pellicer M¨¢granet, P¨¦rez Pillado y Ferrer Lled¨®, sino porque, seg¨²n la etimolog¨ªa, difunto significa persona que ya ha cumplido su funci¨®n. Rel¨¦ase, junto al escrito, el citado Manifiesto de los persas y se advertir¨¢, m¨¢s que el paralelismoja continuidad. El adjetivofieles es evidente en su acepci¨®n medieval, adem¨¢s de un poco macabra.
Sin embargo los f¨ªrmantesdel manif¨ªesto han prestado un notable servicio a-la clarificaci¨®n pol¨ªtica. En su celebrada intervenci¨®n, el profesor Fern¨¢ndez-Miranda ped¨ªa a los enemigos de la reforma que se manifestasen francamente. Pues bien, acaban de hacerlo. La opini¨®n p¨²blica dispone, por primera vez, de una n¨®mina aproximada sobre los efectivos del bunker; si bien, aunque son todos los que est¨¢n, no est¨¢n todav¨ªa todos los que son. Los procuradores se manifiestan, no faltaba m¨¢s, como abiertos ante una reforma leg¨ªtima, as¨ª lo proclamaban tambi¨¦n los persas, con tal de que esa reforma no reforme nada.
?A qui¨¦n representan los ciento veintis¨¦¨ªs? No, evidentemente, al pueblo espa?ol; puede que ni uno de ellos consiguiese revalidar su esca?o en unas elecciones generales, y a ellas debemos remi tirnos. Representan al antiguo r¨¦gimen, a la mentalidad fenecida; se representan, por supuesto, a ellos mismos. Resumen la actitud del presidente del Gobierno, rechazada por toda la opini¨®n predemocr¨¢tica en bloque, como ?gallarda?, con lo que indirectamente nos proporcionan una interesant e clave sobre la actitud que haya podido asumir el presidente despu¨¦s del casi universal repudio de su discurso: aceptar la protecci¨®n pol¨ªtica del bunker como ¨²nica garant¨ªa para prolongar, sin horizonte posible ya, su permanencia de puro signo y pura t¨¢ctica franquista.
Frente a estos dos descomunales anacronismos, la. propuesta del conde de Motrico en el Club Siglo XXI representa un admirable y arriesgado golpe de tim¨®n en plena calma chicha, con Scila a un lado y, Caribdis al otro. El ministro de Asuntos Exteriores redondea, con este gesto, su espl¨¦ndid o equipaje de credibilidad. Pero es evidente,que su actitud no representa al Gobierno; porque -debemos insistir, a pesar de los nobles intentos de cobertura por parte del ministro de la Presidencia- no se puede hablar de una l¨ªnea de gobierno, ni de un Gobierno en sentido pol¨ªtico. El Manifiesto de los procuradores tiene raz¨®n cuando denuncia como contradictorias a varias declaraciones ministeriales. Cualquier semejanza entre el discurso del presidente y las declaraciones' de los tres ministros reformistas que se han producido desde entonces es pura coincidencia; y revela una situaci¨®n interior del Gobierno absolutamente insostenible, aun con la sobredosis de cinismo que parecen aplicarse desde hace alg¨²n tiempo al asunto.
La actitud del se?or Areilza, y las palabras del se?or Areilza son, probablemente, el camino, y nos ha devuelto a muchos la esperanza. Cabe imaginar que el Rey -?motor del cambio?- no reprueba ese camino. La cuesti¨®n, una vez m¨¢s, ser¨ªa ¨¦sta: ?D¨®nde est¨¢ el Ej¨¦rcito? Hay- siete tenientes generales entre los firmantes del martifiesto inmovilista. Siete tenientes generales no son el Ej¨¦rcito. ?Cree el Ej¨¦rcito que el camino del futuro arranca de las actitudes y la reciente declaraci¨®n del ministro de Asuntos Exteriores? La opini¨®n p¨²blica lo espera as¨ª. En todo casono pa-sar¨¢n muchas semanas sin que podamos comproba rlo. Este cronista se atrevi¨® pronosticar que no habr¨ªa crisis cuando, arreciaban los ¨²ltimos rumores.
Ahora desea cambiar el pron¨®stico. Hay tal crisis de contradicci¨®n y de fondo en el Gobierno que el Gobierno no podr¨¢ llegar, ni a¨²n con trampas, al verano.
No debe llegar. Aunque se intentar¨¢n, una por una, todas las trampas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.