Pancartas para el Rey
El Rey ha encontrado nuevamente una calurosa acogida popular en su reciente gira por Asturias. Don Juan Carlos reconoci¨® repetidamente a lo largo de su viaje la posibilidad de llevar a cabo cuantos cambios y perfeccionamientos constitucionales sean necesarios y 1 el pueblo desee. Y prometi¨® desterrar la violencia de nuestra sociedad ?no s¨®lo con el peso inexorable de la ley, sino con el concurso decidido y leal de todos los ciudadanos?.Perm¨ªtasenos, sin embargo, una palabra respetuosamenle disonante en torno a este viaje del Rey a Asturias, a las interpretaciones que de sus discursos se hacen y al aparato -de propaganda que rodea al Monarca. Nuestro juicio es bien simple: el Rey no es Franco y, por tanto, los h¨¢bitos y comportamientos del entorno oficial del anterior Jefe de Estado deben cambiar en tomo al Soberano. Es natural y l¨®gico y deseable que se celebren manifestaciones populares de recibimiento ¨¢ los Reyes cuando ¨¦stos visitan pro primera vez una provincia espa?ola, pero el valor pol¨ªtico de la figura real no debe ser estimado por el n¨²mero de pancartas que enarbolen las gentes ni por la cantidad de autobuses que transporten a los manifestantes. Un Rey no es ni debe ser l¨ªder pol¨ªtico. No necesita m¨ªtines ni convenciones en torno suyo. No precisa un refrendo' permanente de v¨ªtores ni aplausos, ni tiene, que buscar constantemente el voto para saberse querido y respetado. Un monarca moderno, y don Juan Carlos lo es, no puede sustituir el antiguo distanciamiento de los reyes hacia el pueblo por los entusiamos masivos a que hemos estado acostumbrados.
Lo mismo habr¨ªa que decir sobre los discursos reales. No se debe pedir que el Monarca se pronuncie constantemente sobre la actualidad pol¨ªtica del pa¨ªs. Ni conviene interpretar sus palabras aplicando la complicada ex¨¦gesis en que los espa?oles fuimos educados para descifrar aveces los discursos del general Franco. El convertir en dogmas constitucionales o hist¨®ricos simples palabras de bienvenida o de agradecimiento a un pueblo que se congrega en tomo al Monarca puede ser un error para todos. Ni el Rey debe sentirse vigilado o analizado en cada palabra que . pronuncie, ni la opini¨®n p¨²blica debe tener que aprend¨¦rselas de memoria como si fueran un catecismo.
Un cambio sustancial en el sistema propagand¨ªstico del R¨¦gimen se hace. necesario en este sentido. Y el respeto debido al Soberano para no especular ni utilizar su nombre arrimando agua al molino de particulares intereses.
La actividad pol¨ªtica y el significado de estadista del Rey trasciende todas estas tosas. Es preciso distinguir, en sus gestos y en sus palabras, lo que es accesorio de lo que es fundamental. No abrumar a los espa?oles, tan abrumados ya hist¨®ricamente, con ex¨¦gesis in¨²tiles o entusiasmos agotadotes. S¨®lo la sobriedad y la discrecci¨®n en el tratamiento de los -gestos del Monarca permitir¨¢n valorar en su debido momento y en su aut¨¦ntica medida los actos trascendentales del Soberano, las decisiones hist¨®ricas, las palabras decisivas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.