Mi fe social-dem¨®crata
Si digo ?fe?, en lugar de convicci¨®n, es tan s¨®lo, y nada m¨¢s, por aquello de que toda postura pol¨ªtica seriamente asumida tiene siempre un poco, o quiz¨¢ mejor un mucho, de pari pascaliano, de apuesta en la que el hombre entero se juega de alg¨²n modo. Y si, en vez de usarlo en plural de primera persona, empleo el posesivo en singular si digo ?mi?, est¨¢ claro que obedece a que no intento hacer aqu¨ª doctrina de partido, sino simple manifestaci¨®n de opiniones personales -sin ¨¢nimo pol¨¦mico, ni pretensi¨®n de novedad, por otra parte sobre alguna de las m¨²ltiples cuestiones que la apuesta social-dem¨®crata plantea. Voy al tema. Despu¨¦s de afirmar que ?la democracia es el medio para establecer el socialismo, y al mismo tiempo la forma de su realizaci¨®n ?, all¨¢ por 1899, Bernstein, uno de los primeros y m¨¢s combatidos revisionistas, proclamaba: ??Acaso no es hoy la social-democracia un partido que verdaderamente se propone conseguir, con reformas democr¨¢ticas y econ¨®micas, la transformaci¨®n socialista de la sociedad??. Y otro hereje de la ¨¦poca Von Struv¨¦, interpretando y rectificando a Marx, puntualizaba que el proceso hab¨ªa de cumplirse ?... a partir del poder (econ¨®mico y pol¨ªtico) creciente y de la acci¨®n reformadora (en el seno del orden capitalista) de la clase obrera?.
Los sencillos enunciados que acabo de transcribir bastaban y bastan, sin duda, para definir de manera transparente y un¨ªvoca la v¨ªa social-dem¨®crata. Pero el propio Bernstein los empa?¨® con una nota de ambig¨¹edad, que todav¨ªa los acompa?a y los desdibuja cuando declar¨®: ?... porque estoy absolutamente convencido de que es imposible saltar per¨ªodos importantes en la vida de los pueblos..., y atribuyo en consecuencia la m¨¢xima significaci¨®n a las luchas presentes.... escrib¨ª en determinada ocasi¨®n que el movimiento es todo para m¨ª, y lo que suele llamarse la meta del socialismo, nada?.
Esto nos devuelve a la actualidad, nos sit¨²a en las coordenadas del programa de Bad-Godesberg, de la tradici¨®n laborista o del m¨¦todo escandinavo, tan a menudo invocados entre espa?oles, y abre un interrogante al que no cabe escapar: entonces, si se menosprecia el objetivo, si pr¨¢cticamente se reduce la ?meta? a mera imagen, ?no dar¨¢n en el clavo los que aseguraban y los que todav¨ªa aseguran, como arg¨¹ia Rosa Luxemburgo frente a Bernstein, que el ?movimiento? entendido en esos t¨¦rminos degenera sin remedio en oportunismo, en una ?tosca adaptaci¨®n burguesa? que ni conduce al socialismo, ni sirve siquiera para modificar substancialmente el sistema capitalista?
De ser as¨ª, y de no producirse antes el poco probable derrumbamiento del capitalismo, s¨®lo les quedar¨ªa a las fuerzas pro-socialistas una salida: la toma y el monopolio del poder por el camino de las urnas o por el de la revoluci¨®n. De la primera posibilidad, la electoral, no se conoce hasta ahora ning¨²n ejemplo. De la segunda, muchos, y ah¨ª est¨¢ el balance: al lado de logros innegables que no han costado, por otra parte, menos, ni valen m¨¢s, en su conjunto, que los alcanzados por las sociedades capitalistas, el resultado ha consistido, fundamentalmente, en trocar el capitalismo privado por un capitalismo de Estado tan ajeno a los trabajadores como el otro, en reemplazar la divisi¨®n en clases por una estratificaci¨®n de base profesional y funcionarial, en substituir el cors¨¦ capital burocr¨¢tico por el cepo socialburocr¨¢tico, en un empobrecimiento general de la vida y en tornar nebulosas y remotas las hip¨®tesis de cambio, al suprimir las libertades de opci¨®n y de cr¨ªtica.
Cierto que tampoco existen ejemplos de un socialismo implantado y mantenido a trav¨¦s del juego democr¨¢tico convencional. Pero, a pesar de la experiencia de Chile, no hay pruebas suficientes de que ambas cosas sean por naturaleza incompatibles. En cualquier caso, a la vista de todos est¨¢ un hecho que nadie puede olvidar o desde?ar: cada d¨ªa son menos numerosos los que se apuntan a una etapa interminablemente previa de socialismo autoritario, y m¨¢s los que reclaman un ?socialismo en la libertad?. Lo cual, en las sociedades del tipo a que la nuestra pertenece, o no significa nada, o entra?a la aceptaci¨®n obligatoria, como marco y como cauce, del pluralismo pol¨ªtico y social, es decir, la adscripci¨®n, bajo el r¨®tulo que se quiera, a la estrategia y la t¨¢ctica del reformismo.
?Se trata, pues, de un c¨ªrculo infernal? ?Estamos fatalmente condenados a elegir entre una u otra modalidad de la dictadura en nombre del proletariado, y el despe?adero del oportunismo y la ?tosca adaptaci¨®n burguesa?. ?... Me permito negarlo. Me tomo esta licencia porque la alternativa se me antoja falsa. Y no es lo ¨²nico que me lo parece.
Yo creo, contra Rosa Luxemburgo y los que todav¨ªa opinan como ella, que el ?movimiento? incrementa el poder y la capacidad de presi¨®n econ¨®mica y pol¨ªtica de los trabajadores; que este incremento altera gradualmente en favor de los trabajadores la correlaci¨®n de fuerzas en el seno de la sociedad burguesa; que esta relaci¨®n rebaja progresivamente la dominaci¨®n de clase, aunque no suprima las clases; que todo ello determina -si la estructura de lo real tiene sentido y valor- una modificaci¨®n cualitativa del sistema capitalista, y que las resistencias con que siempre ha tropezado el ?movimiento? nunca han bastado, ni bastar¨¢n presumiblemente, para impedir nuevas Y cada vez m¨¢s profundas modificaciones.
Yo creo, contra Bernstein, que no hay ?movimiento? sin ?meta?; que, lejos de arrumbarla, por imprecisa y abstracta que sea, la noci¨®n de un socialismo que todav¨ªa no existe en ning¨²n sitio debe ser afirmada y sostenida como un ?hacia? imprescindible; que este ?hacia? ha de traducirse en una suma de objetivos trascendentes, pero concretos; y que, en buena ¨®ptica socialista, estos objetivos, harto f¨¢ciles de se?alar, residen esencialmente en aumentar el control sobre los medios de producci¨®n, sobre la producci¨®n misma y sobre la aplicaci¨®n del excedente; en combatir los efectos estratificadores de la divisi¨®n del trabajo y en contrarrestar las consecuencias de la inevitable burocratizaci¨®n a trav¨¦s de sistemas de descentralizaci¨®n, de cogesti¨®n y de autogesti¨®n.
Yo creo, corrigiendo a Von Struv¨¦ con la ventaja que los a?os transcurridos desde que ¨¦l escrib¨ªa me conceden, que la ?clase obrera?, concebida seg¨²n patrones del siglo XIX, no constituye ni puede constituir ya el ¨²nico motor de avance; que igual o mayor peso tienen, en la compleja sociedad de nuestro tiempo, los crecientes sectores intermedios; que el ?hacia? a que arriba me refiero, tambi¨¦n concuerda con las aspiraciones y los intereses de estas otras capas sociales, y que, de no contar con ellas, con su participaci¨®n y su impulso, caer¨ªa el ?movimiento? en la contradicci¨®n, a la corta, y a la larga, en la impotencia.
Apoy¨¢ndome en las consideraciones que anteceden, creo en conclusi¨®n, con cuantos lo han dicho y repetido antes que yo, que la democracia puede y debe ser la v¨ªa y, la forma de realizaci¨®n del socialismo.
He ah¨ª mi fe pol¨ªtica. Simplemente, una apuesta entre muchas; tan s¨®lo, por lo pronto, aquella en la que yo me juego, claro est¨¢... Lo dem¨¢s, los programas, las pautas de acci¨®n, el esfuerzo y la t¨¢ctica de cada hora, ya no son asuntos personales; son la misi¨®n y la tarea de colectivos organizados y responsables. A ellos, y especialmente al que pertenezco, dejo en este punto la palabra.
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