El cambio y el pacto
Para quienes los hayan olvidado o no los conocieron, recordar¨¦ que all¨¢ por el a?o 48, como tampoco entonces export¨¢bamos bastante, se establecieron diferentes cambios para distintos grupos de productos, d¨¢ndose m¨¢s pesetas por d¨®lar al exportador cuanto menos competitivo era su art¨ªculo. El cambio especial salvaba a la producci¨®n defectuosa y cara; todo consist¨ªa en convencer al Ministerio de Industria y Comercio de que la fabriquita era canija o los campos ¨¢ridos -est¨¢bamos en la pertinaz sequ¨ªa-, y a vivir. Era como un premio a la ineficacia. Iba, por supuesto, contra toda la filosof¨ªa del mercado como distribuidor ¨®ptimo de los factores de la producci¨®n. Pero ya se sabe el respeto que merecen las filosof¨ªas cuando hay dinerito por medio.El procedimiento alcanz¨®, explicablemente, un gran ¨¦xito. Los espa?oles llegamos a disfrutar hasta una treintena de cambios especiales, debidamente jerarquizados, seg¨²n el esp¨ªritu de los tiempos. Cr¨¦anme o no, las aceitunas se exportaban a un cierto cambio si arropaban un toque rojo de pimiento, y a otro un poco m¨¢s bajo si se vend¨ªan con su huesecillo de origen. ?O eran las anchoas en rollo, seg¨²n encerraran o no la verde gema de la alcaparra? Puede que tambi¨¦n. En todo caso, un prodigio de refinamiento en la regulaci¨®n comercial.
Se comprende que cuando cierto flamante abogado, tras sus estudios empapados de triunfalismo, gan¨® una oposici¨®n al Ministerio y se enfrent¨® con el sistema de cambios, exclamara con sincero asombro:
-?Qu¨¦ idea m¨¢s genial! ?C¨®mo se las arreglar¨ªan antiguamente, cuando no exist¨ªa m¨¢s que un solo cambio?
Evoco la an¨¦cdota para respaldar el principio del cambio normal, porque temo que ahora se vuelve a acariciar en las alturas pol¨ªticas el espejuelo del cambio especial. En un doble sentido: primero, en el de que con las pr¨®ximas libertades democr¨¢ticas haya especialdades y unos ciudadanos resulten mas libres y democr¨¢ticos que otros. Segundo, en el de que el propio cambio sea tambien especial; algo as¨ª como apto s¨®lo para menores, seg¨²n la consagrada f¨®rmula de tan vasta aplicaci¨®n.
-Sosi¨¦guense los espa?oles -nos advierten paternalmente don Carlos o don Torcuato, de vez en cuando-. Habr¨¢ cambio, pero dentro de un orden. No un cambio desorganizado, sino org¨¢nico. Es decir, cambio con continuidad y continuidad con cambio.
Lo que yo digo: Un cambio especial. Se barrunta. Ahora bien, uno cree que la gente prefiere lo sencillito, un cambio normal y corriente, como el que experimenta cualquier pa¨ªs moderno para ir cambiando un poco cada d¨ªa. Sin especialidades y, sobre todo, sin especialistas. Nada de ?a la espa?ola?: cuando a?aden esa cualificaci¨®n a algo pol¨ªtico, me echo a temblar; como tambi¨¦n cuando dicen que nuestro admirable modelo acabar¨¢ siendo copiado por las dem¨¢s naciones. No, mire, preferimos el cambio sin aditamentos, sin efectos especiales. Nada de salsas de antes. Lo que se llama cambio-cambio.
Ahora parece que ese cambio especial toma un nombre: el del pacto. Tambi¨¦n con especialismos dentro de la especialidad. As¨ª, nos ofrecen por ac¨¢ un pacto nacional y por all¨¢ un pacto social; y todavia surgir¨¢n m¨¢s, pues no hay l¨ªmites para las imaginaciones consagradas a demorar el cambio, mediante el cambio especial. Se puede consumir mucho tiempo mediante juegos malabares antes del pacto, en el pacto y despu¨¦s del pacto.
Pero pacto, me pregunto yo, ?entre qui¨¦nes? Todo pacto requiere pactantes, es decir, interlocutores de igual rango. Precisamente por eso se pacta: porque las fuerzas enfrentadas son equivalentes y ambas lo reconocen as¨ª. Ahora bien, uno tiene la impresi¨®n de que el gobierno m¨¢s bien subestima a la oposici¨®n y, en todo caso, no la sit¨²a a su mismo nivel, como en otros pa¨ªses. De ser as¨ª, el pacto resultarla tan especial como los cambios de marras. Nadie pacta sinceramente de arriba a abajo; lo que pretende entonces es tapar con un simulacro de pacto la imposici¨®n de su voluntad.
-Pero es que no es as¨ª -replicar¨¢n algunos-. Al contrario, el gobierno se inclina ante el pueblo como protagonista de su destino. Son palabras del presidente Arias en su discurso: ?Al pueblo queremos y debemos servir en la forma que ¨¦l quiera ser servido?.
?De veras? ?Ah, pues entonces la cosa cambia: El pacto es innecesario! El pueblo no tiene ya por qu¨¦ pactar; salvo, si acaso -en estas circunstancias-. s¨®lo hasta el momento de expresar libremente su voluntad. El gobierno que sea se limitar¨¢ a ejecutarla.
En conclusi¨®n, el pacto o es un simulacro, o es algo innecesario. De modo que olvidemos los cambios especiales. Cambio a secas. El cambio es el cambio y nada de dar el cambiazo.
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