Interpretaci¨®n del pensamiento freudiano sobre la mujer
La afirmaci¨®n de Freud de que lo que caracteriza al hombre normal es la no negaci¨®n (sowenig verleugnet) de la realidad y su esfuerzo por transformarla (ihre A b¨¹nderung), es algo que naturalmente no concierne tan solo, o al menos, al mundo de lo que las cosas son, sino tambi¨¦n, y sobre todo, al ¨¢mbito de las normas, valores prejuicios o como queramos denominarlo, pero que en la terminolog¨ªa psicoanal¨ªtica se reconoce como super-yo. El super-yo es irracional, en el sentido de que el deber ser de las normas no se deriva de propiedades del mundo de los objetos, sino que son pautas que se imponen porque s¨ª o, para mayor precisi¨®n, para la perpetuaci¨®n del sistema social mismo que se sustenta sobre una estructuraci¨®n normativa, aunque esto se ignore por los propios protagonistas de la imposici¨®n y de la adopci¨®n. Si el super-yo encarna todo el sistema de represiones a trav¨¦s de las normas, la cura anal¨ªtica entra?a, en Freud, la desrepresi¨®n, o sea la transformaci¨®n de esa realidad pautada e internalizada que es el sistema irracional de valores.Esta serie de afirmaciones no es una ex¨¦gesis de Freud, sino Freud mismo, y es una de tantas formulaciones del pensamiento radicalmente revolucionario que la doctrina psicoanal¨ªtica represent¨®. Calificar a Freud de un adaptador al sistema es ignorar qu¨¦ signific¨® hist¨®ricamente su pensamiento, desconocer sus propios temores a que en el futuro -un futuro que se hizo ya en vida de ¨¦l- su doctrina fuera punto de partida para nuevas formas de sumisi¨®n. Su carta a la madre de un homosexual deshace todo posible equ¨ªvoco al respecto. Como dice Juliet Mitchell, hay que estudiar a Freud; desde luego hay que evitar el darlo por le¨ªdo a trav¨¦s de segundas o muy terceras manos.
Psicoan¨¢lisis y feminismo, de Juliet Mitchell
Barcelona. Editorial Anagrama
El auge de los movimientos feministas, con sus obvias radicalizaciones, hist¨®ricamente de justificaci¨®n ineludible, ha comportado toda suerte de dislates acerca de la interpretaci¨®n del pensamiento freudiano respecto de la mujer. Del complejo de castraci¨®n de la mujer, que Freud enuncia (al mismo tiempo que formula, no se olvide, la angustia de castraci¨®n en el hombre), se le atribuye el que la mujer deba asumirlo y, en consecuencia, vivir como castrada. Esta inferencia que se le adjudica, que es una forma de terrorismo intelectual, es absolutamente falsa. La propia pr¨¢ctica la desmiente: el psicoan¨¢lisis constituye la rama del saber, en la que la mujer ha tenido un papel creador de primer orden en calidad y cantidad. Para decirlo de otro modo, nunca el psicoan¨¢lisis mand¨® de nuevo a la mujer al solo seno del hogar.
Es cierto que Freud recae en falacias biologistas de las que, por otra parte, quiso cribar a su metapsicolog¨ªa, construida -lo se?al¨® Ortega con precisi¨®n hace cincuenta a?os- con categor¨ªas estrictamente mentales y no como inferencias de la fisiolog¨ªa del sistema nervioso o de la biolog¨ªa en general. As¨ª, por ejemplo, la actividad del var¨®n quiso entreverla en la movilidad del espermatozoo, y la pasividad de la mujer, en la inmovilidad del ¨®vulo. Pero esto, que es un planteamiento falso del problema, y que hay que concebirlo como herencia todav¨ªa del pensamiento positivista, al que inicialmente se debi¨®, se contradice con la ulterior postulaci¨®n freudiana de que los hechos ps¨ªquicos tienen su propia autonom¨ªa y que en modo alguno son implicaciones psicol¨®gicas de leyes biol¨®gicas. Todo ello puede verse con claridad en el libro que rese?o, en donde se detecta la evoluci¨®n conceptual hasta convertirse en puramente psicol¨®gica. Porque esta es la ventaja de este texto: cualquiera de los conceptos b¨¢sicos que a la autora importan son seguidos desde su formulaci¨®n rudimentaria inicial, hasta su etapa final, en la que alcanza su desarrollo definitivo. Pero al mismo tiempo que devuelve a Freud su innovaci¨®n radical, Juliet Mitchell pone sus puntos, con el mismo sentido historicocr¨ªtico, en la obra de Wilhen Reich y en la de Ronald Laing, para situarlos no en la coordenada revolucionaria en que se autoestiman, sino, por decirlo as¨ª, en el mero revolucionarismo.
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