Se ha cumplido la Olimpiada,
los cuatro a?os que separan dos ediciones de los Juegos Ol¨ªmpicos. Y Montreal est¨¢ preparado para recibir cientos de atletas y otras tantas ilusiones forjadas en sangre, sudor y, casi siempre, l¨¢grimas. El escenario de las competiciones est¨¢ listo para que los deportistas representen sus obras. Dentro de once d¨ªas se levantar¨¢ el tel¨®n. Entre tanto, las instalaciones est¨¢n sometidas a un riguroso examen; como la piscina ol¨ªmpica, que un saltador -en el centro- utiliza en solitario. Los problemas, sin embargo, para la celebraci¨®n de estos Juegos Ol¨ªmpicos de 1976 est¨¢n en la calle. La llama ol¨ªmpica, el s¨ªmbolo universal de estas competiciones, corre el riesgo de apagarse en Grecia. Las autoridades de ese pa¨ªs quieren retenerla. El Gobierno de Canad¨¢ no reconoce al de Taiw¨¢n, cuyos deportistas tienen cerradas las puertas de la Villa Ol¨ªmpica. Los precursores de estos torneos, ante tal postura, se niegan a abrir la frontera para que la antorcha prosiga su viaje, de mano en mano, hasta Montreal. El recuerdo, por otra parte, de la matanza de personas en Munich est¨¢ presente en la conciencia de los organizadores. La polic¨ªa, dotada de detectores especiales, cuidar¨¢ de que en estos Juegos la violencia no se haga en ning¨²n momento protagonista.
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