Enrique de la Mata,
Madrid, cuarenta y tres a?os, ministro de Relaciones Sindicales, ha empezado tan fuerte que sus amigos temen que llegue sin fuelle al sprint final: en ?venticuatro horas, veinticuatro? ha salido en televisi¨®n, viajado en helic¨®ptero -oficial- hasta Teruel, estrechado la mano de los Consejeros del Reino, saludado al Comit¨¦ Ejecutivo Sindical. De todo existe el correspondiente documento gr¨¢fico. En un claro de tan desbordante actividad, el se?or De la Mata le ech¨® un discurso ?al mundo de la producci¨®n y del trabajo?, donde dijo: ?Buscamos la vida democr¨¢tica que garantice la libertad de expresi¨®n, de asociaci¨®n y de reuni¨®n?... ?Desde la unidad nos marcamos objetivos de pluralidad y libertad ... ?. ?No se puede ignorar la existencia de determinadas organizaciones sindicalistas que hoy renacen...?. Marcelino Camacho no pudo escucharle. Estaba de regreso de un r¨¢pido viaje -semiclandestino- de Barcelona.
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