Una hip¨®tesis sobre Borges: de Macedonio a Lugones
Borges acaba de ser condecorado por Pinochet. Uno de los mayores escritores en lengua espa?ola actual es exaltado por el arquetipo de dictador fascista latinoamericano en 1976. La noticia no s¨®lo deprime y desconcierta por el caso particular del autor del Aleph, sino que, en t¨¦rminos m¨¢s amplios, replantea un viejo interrogante que involucra tanto a la sociolog¨ªa del conocimiento como a la cr¨ªtica literaria y a la historia de la cultura.Se lo podr¨ªa contestar afirmando que Borges es un malentendido. Tambi¨¦n cabr¨ªa sostener que su calidad de gran escritor y de hombre liberal son momentos y no esencias. Y por qu¨¦ no: arrancar con el planteo de que si a la izquierda intelectual se la cuestiona por politizar la literatura, al pensamiento de: derecha se le puede imputar el intento de literaturizaci¨®n de la pol¨ªtica.
Es decir, para cierta cr¨ªtica que enfatiza la especificidad de la literatura lo ¨²nico que importa son los textos de Borges. El resto es sociolog¨ªa. Pero el riesgo de esta perspectiva es el formalismo y un consiguiente dualismo idealista. Para una posici¨®n cr¨ªtica inversa cabe explicar a Borges por su contexto, biograf¨ªa y nexos de clase. Claro est¨¢ que la deformaci¨®n posible de esta ¨®ptica es la de un historicismo cada vez m¨¢s encallado en lo mec¨¢nico. Pero para una tercera perspectiva que pretenda superar tanto las mutilaciones del formalismo como las simplificaciones de un historicismo tout court y que entienda que lo espec¨ªfico de la literatura no se agota en su especificidad, la alternativa de un an¨¢lisis totalizador se da a partir, precisamente, del interior de los textos borgianos. Por cierto que en su permanente relaci¨®n de vaiv¨¦n con lo contextual.
De ah¨ª que la penosa culminaci¨®n en Pinochet habr¨¢ que buscarla en el n¨²cleo m¨¢s ¨ªntimo de la escritura borgiana. Eventualmente ah¨ª residen sus motivaciones y su clave. Y si, por ahora, lo planteamos como una hip¨®tesis es porque s¨®lo trazamos sus rasgos fundamentales.
Los a?os veinte
Desde los textos iniciales de Borges en la d¨¦cada del veinte su espacio literario se va escindiendo como una ?historia en dos ciudades?: del rechazo del Centro de Buenos Aires intolerable por su luz cegadora y sus habitantes prepotentes pasa a exaltar la mansa penumbra del cementerio. Los epitafios se convierten en los textos m¨¢s elocuentes (en la medida que toda la producci¨®n de Borges puede ser le¨ªda como una colecci¨®n de epitafios) y los antepasados, con su adem¨¢n hacia atr¨¢s, las ¨²nicas figuras legitimadas.
El cementerio, que empieza polariz¨¢ndose a la historia inmediata, se transforma cada vez m¨¢s en su denegaci¨®n. Y su n¨²cleo significativo se descentra, desplaza y prolifera en jardines pausados, patios secretos y acogedores, plazas c¨®mplices, calles que se desvanecen hacia el fondo y barrios marginales hasta llegar al arrabal: en esta franja es donde se instaura el nuevo ?centro? realmente aut¨¦ntico. La zona del Aleph en la que el enceguecido por el Centro urbano descubre el ?centro? esencial; el ¨¢rea privilegiada donde obsesivas figuras de Borges ir¨¢n entonando el ?veo...veo? que se convertir¨¢ en una omnipotencia ¨®ptica equiparada cada vez m¨¢s a un desquite de la impotencia inicial. La denegaci¨®n de la historia ha llevado as¨ª a la exaltaci¨®n metaf¨ªsica. El inerme Arrinconado del comienzo s e in vierte en magno Voyeur. El Ciego se ha transformado en Dios (para quien la v¨ªctima y el verdugo vienen, en ¨²ltima instancia, a ser lo mismo).
En este gesto borgiano de desasimiento de lo inmediato, condicionado por la intolerable agresividad de la ciudad, se puede descifrar el parentesco con uno de sus maestros, Macedonio Fern¨¢ndez: la literatura es una pr¨¢ctica analg¨¦sica como defensa frente a lo doloroso de la cotidianeidad. Incluso la presencia n¨ªtida del escritor se difuma como recurso elusivo de lo sometido a la historia, y si el cuerpo es el lugar donde se verifica la muerte, corresponde escamotearlo. Con citas jam¨¢s verificadas o con ediciones ap¨®crifas. De donde se sigue que los mismos textos -como prolongaci¨®n de lo corporal- sean reducidos al m¨ªnimo para que no ofrezcan blanco a ese riesgo: fragmentos inasibles, novelas inconclusas, gambetas de todo corpus verificable.
Leopoldo Lugones
Pero si esta constante originada en el autor de No es toda vigilia la de los ojos abiertos recorre e impregna un continuo borgiano, hay otra que se va imbricando en cada flexi¨®n de ese itinerario y cuyo origen puede detectarse en Leopoldo Lugones: durante los despreocupados a?os del vanguardismo mart¨ªnfierrista, en su Evaristo Carriego, ya se siente vibrar una peculiar reticencia ante todo lo que sea hombre nuevo proveniente de la inmigraci¨®n. Ah¨ª, afuera, se agazapa el peligro. El inmigrante es presentido como un violador de la sacralidad tradicional y la versi¨®n de Borges est¨¢ dada desde el ¨¢ngulo del patriciado. En ese entonces, la iron¨ªa, entendida como econom¨ªa de afecto, se articulaba sobre la distancia frente al gringo r¨ªoplatense y se resolv¨ªa como parodia.
Pero despu¨¦s de la crisis de 1930 y vinculado a la revista Sur (donde se prolongan e institucionalizan los descubrimientos del vanguardismo anterior), es ya la figura del Leopoldo Lugones fascista y te¨®rico del sable en¨¦rgico y purificador la que m¨¢s lo seduce y le permite crispar su distanciamiento delante de una creciente sociedad de masas. Ahora son los hijos de los inmigrantes los que padecen la desde?osa mirada del escritor que, al identificarse con el H¨¦roe rom¨¢ntico, cree que no s¨®lo establece la legalidad de por s¨ª, sino que con eso justifica su excepcionalidad. Los otros son pasivo objeto de burla, consumidores o masa de maniobra. De la cual tiene que emanar para Borges su condici¨®n de objeto de culto.
Luego de 1945 -y justific¨¢ndose con la torpeza burocr¨¢tica del primer peronismo- esa l¨ªnea de exacerbaci¨®n respecto de la sociedad de masas alcanza su apogeo: los violadores del orden urbano tradicional (y de la casa como recinto de lo manufacturado) ya no son los que provienen del puerto, sino las camadas de provincianos convocados por el atractivo de la gran Buenos Aires industrializada. Los otros -de manera vertiginosa- presuponen una infracci¨®n ontol¨®gica; su sola existencia niega la de Borges.
Nada tiene de extra?o, pues, sino que aparece como correlativo que la dictadura militar impuesta en 1955 le designe a Borges director de la Biblioteca Nacional. Se trata del mismo recinto sacro, variante de los interiores penumbrosos y acolchonados, donde Borges hizo donaci¨®n imaginaria de sus libros al Lugones marcial y tradicionalista. En gran medida, esa designaci¨®n era puesta en escena como el desagravio realizado por un grupo (que se pretend¨ªa heredero de la ¨¦lite liberal) a un escritor irritado por los m¨¢s recientes habitantes de la ciudad.
Conservador
Y es a partir de esa coyuntura cuando la constante de Borges frente a las masas y la reiterada resurrecci¨®n pol¨ªtica de una oligarqu¨ªa se van entrelazando m¨¢s y m¨¢s. Con la secuela de reciprocidades: lo santifican pero le exigen. As¨ª como el civilismo liberal de ese grupo se diluye con su progresiva debilidad y se estrecha y superpone con el ej¨¦rcito en cada una de sus reapariciones: 1962, 1966. Y, claro est¨¢, 1976. A trav¨¦s de esas mediaciones, el Borges desamparado, l¨²cido y reticente ciudadano del Buenos Aires de 1925 se va convirtiendo en un conservador inc¨®modo. El espacio que en la primera posguerra pod¨ªa tolerarse entre escritor y grupo social dirigente se estrecha y lo estrangula; el heterodoxo es cada vez m¨¢s un anexado y un vocero. Y como la oligarqu¨ªa de 1920 ya no vive en potencia sino a la defensiva (y el ej¨¦rcito no es profesional sino protagonista), va condicionando que las bromas al gringo o las indignaciones frente al cabecita negra se conviertan en discursos contra los nuevos invasores de la ciudad y del Centro, los actualizados violadores. Rol que cubren hoy los marxistas.
Los pasos siguientes son previsibles. Necesarios casi. En primer lugar, conmovido homenaje a Nixon. Dedicatoria a Nixon. M¨¢s adelante, solicitadas patri¨®ticas en los grandes diarios conservadores junto a las ristras de almirantes. Almuerzo con el general Videla y elogios al general Videla. A la caballerosidad del general Videla. La l¨ªnea de puntos se prolonga. Y Borges defiende la reimplantaci¨®n de la pena de muerte. Y aplaude la represi¨®n. Y como cierre (?moment¨¢neo?) recibe en Chile la condecoraci¨®n de Pinochet.
Significativamente, por el rev¨¦s de la trama de este reciente circuito, los textos de Borges se van coagulando; cada vez m¨¢s repiten los mismos tics. Sus propios ademanes lo fascinan y a cada paso es evidente la imitaci¨®n de s¨ª mismo. Lo que alguna vez hab¨ªa sido descubrimiento se convierte en ret¨®rica. Lo originariamente producido deviene reproducci¨®n. Borges como escritor se transforma en la caricatura de s¨ª mismo. Como si la figura de sus antiguos laberintos se hubiese congelado en la circularidad repetitiva del autismo. Laberintos/c¨ªrculos. Y, se sabe, no hay c¨ªrculos virtuosos.
Por eso, cabe ahora preguntar prosiguiendo estas hipot¨¦ticas l¨ªneas de fuerza que parecen enrularse sobre s¨ª mismas: cuando Borges, como se anuncia, est¨¦ en Espa?a, ?qu¨¦ lo va a inquietar? ?Qui¨¦nes? ?Por qui¨¦n ser¨¢ condecorado"
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.