Los embozados de la Castellana
El Gobierno ha pasado por la moviola el mot¨ªn de Esquilache. Para algo ten¨ªa que servir que el se?or presidente fuera anta?o responsable de Televisi¨®n Espa?ola. Lo que se ignora, dada su reputaci¨®n para las relaciones p¨²blicas, es como ha podido firmar un ukas¨¦ tan torpe como la declaraci¨®n de materia reservada y secreta para los documentos que estudien los Consejos de Ministros.Esta versi¨®n administrativa del mot¨ªn de Esquilache habr¨¢ sorprendido a muy pocos. Una cosa es que se celebre que el Gobierno en su declaraci¨®n de principios declare solemnemente que la soberan¨ªa pol¨ªtica reside en el pueblo. Desde la declaraci¨®n de derechos de Virginia, 1776, ya se albergaban sospechas al respecto. No obstante fue grande el contento entre la poblaci¨®n al comprobar que este Gobierno asum¨ªa el esfuerzo moral de admitir p¨²blicamente que la soberan¨ªa reside en la sociedad. Pero otra cosa es que el pa¨ªs espere que la democracia real la traiga este Gabinete.
Es sabido que la Ley de Secretos oficiales fue un instrumento carrerista para paliar los efectos democratizadores de la Ley de Prensa. Y ahora, cuando esa ley aparece como radicalmente obsoleta, pulsar el bot¨®n del secreto oficial ayuda escasamente a engordar la fiabilidad democr¨¢tica del Gobierno.
Los embozados de Castellana, 3 vuelven por donde siempre sol¨ªan los habitantes del viejo palacete. Ya Carlos Arias decret¨® el secreto sobre los trabajos de la comisi¨®n mixta Gobierno-Consejo Nacional sobre la reforma pol¨ªtica. Hasta los m¨¢s melosos cr¨ªticos del sistema adujeron entonces que no cab¨ªa una reforma democr¨¢tica del r¨¦gimen sin que la opini¨®n p¨²blica estuviera puntualmente informada de todos sus pasos.
Ahora no pasa otra cosa que lo mismo. Diez a?os de Ley de Prensa -que, con todos sus defectos, fue la ¨²nica ley de m¨ªnimo recibo democr¨¢tico en los ¨²ltimos cuarenta a?os- abrieron un portillo informativo que los embozados de la Castellana se vieron precisados a entornar con la Ley de Secretos Oficiales. Apenas ocho meses de posfranquismo, el empuje de los periodistas en la procura de que al pa¨ªs no se le hurtaran informaciones de inter¨¦s p¨²blico ha redoblado la preocupaci¨®n de los embozados.
Porque ¨¦stos s¨®lo pueden temer de la prensa la publicaci¨®n de sus proyectos y c¨¢balas sobre el tr¨¢nsito de la autocracia a la democracia. Y todos sabemos el peaje que los aut¨®cratas ponen a los dem¨®cratas para realizar ese arduo camino: ?Dejen ustedes que hagamos la Ley Electoral y transigimos en todo lo dem¨¢s?. Es dudoso que, capa, embozo y chapeo calado se utilicen por los caballeros de Castellana, 3, para preservarse de otras indiscreciones que las relativas al susodicho tr¨¢nsito.
Y resulta de todo punto lamentable que mediante el secreto oficial se pretenda hurtar a la sociedad, a la que se quiere llevar a las urnas de un refer¨¦ndum, de la informaci¨®n indispensable para sufragar con conocimiento de causa. M¨¢xime cuando el Gobierno -que es dulcemente ingenuo y tiene el techo de cristal- no tiene secretos para los periodistas aunque los quiera tener para el resto de los ciudadanos.
Ya dijo Su¨¢rez al Paris Match que: ?... vamos a asombrarles a ustedes?. No le quepa al pueblo franc¨¦s la menor duda. Quedar¨¢n estupefactos. M¨¢s dif¨ªcil resultar¨¢ que los eternos enemigos de Esquilache -y ahora Esquilache ha reencarnado en peri¨®dico- asombren a un personal harto curado de espantos, trucos, pasos solapados y reformas debajo de la manta. Con secreto o sin ¨¦l, a los embozados de la Castellana se les ha visto la reforma por bajo de la capa.
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