El Gobierno
?La ruptura est¨¢ hecha. La hizo el Gobierno con su declaraci¨®n program¨¢tica?. Si no fuera un ministro de quien tuve que o¨ªr semejante tesis, no la hubiera prestado atenci¨®n probablemente. Para que yo no dudara de su aserto mi interpelante subray¨®: ?Este es, de hecho, un Per¨ªodo constituyente, se llame como se llame. Y las Cortes que se elijan tendr¨¢n ese car¨¢cter indudable?. Dos d¨ªas antes, o dos d¨ªas despu¨¦s, un colega suyo en el Gabinete aclaraba: ?Se har¨¢ todo lo que se quiera hacer, pero desde la legalidad. A¨²n para ser desmontado, el franquismo debe usar m¨¦todos franquistas?. Ha terminado la tregua del verano, par¨¦ntesis consciente en la ebullici¨®n pol¨ªtica. La tregua no la dieron ni el Gobierno ni la oposici¨®n, sino los espa?oles. Regresan hoy a casa con la convicci¨®n de que en los pr¨®ximos meses han de vivir jornadas hist¨®ricas para su pa¨ªs. Contemplan absortos el festival de opciones que se les ofrecen a uno y otro lado de la pol¨ªtica y las comparan con las realidades que les rodean: la gasolina ha subido, la inflaci¨®n sigue siendo preocupante, y hay se?ales de alerta de que el pa¨ªs amenaza ruina. No se exagera al decir esto: el fisco est¨¢ haciendo desesperados esfuerzos para cubrir el d¨¦ficit del Tesoro, que hubiera podido llegar a los cientos ochenta mil millones de pesetas. La cifra de parados puede ser el mill¨®n en muy poco tiempo. La Bolsa baja y la inversi¨®n sigue recelosa. El oto?o caliente, m¨¢s que una profec¨ªa, es una necesidad. Mientras, los Gobiernos europeos no nos quitan el ojo de encima. Puede decirse que no hay un solo frente de la pol¨ªtica espa?ola que funcione normalmente. Para arreglar una situaci¨®n as¨ª hay un Gobierno monocolor, de gentes con cierta experiencia de la Administraci¨®n, pero con una vivencia pol¨ªtica de colegio mayor. ?Es este el Gabinete que puede inspirar confianza a los espa?oles?
Dos meses despu¨¦s de su toma de posesi¨®n, el equipo Su¨¢rez se repliega aparentemente a posiciones similares a las que ocupara el Gobierno Arias cuando fue destituido. La t¨¢ctica seguida o la situaci¨®n creada es parad¨®jicamente casi la misma: la expectativa de las grandes promesas que no terminan de cumplirse. La credibilidad del Gobierno, muy baja de salida porque era un Gabinete de desconocidos que llegaban al poder un poco de carambola y en medio de una tormenta de presiones, subi¨® enormemente con su declaraci¨®n program¨¢tica. Por un momento los ministros quitaron la iniciativa del cambio pol¨ªtico a los l¨ªderes de la oposici¨®n. Desde entonces, la amnist¨ªa, la soberan¨ªa del pueblo, los derechos humanos, las libertades individuales, no pod¨ªan ser esgrimidas como reivindicaciones de la calle, pues hab¨ªan sido reconocidas y otorgadas por el Poder. Los hechos moderaron esta primera impresi¨®n.
La amnist¨ªa se dio cautamente y no sin tensiones. Pero lo peor no fue el decreto, aceptable en suma, aunque no resuelva problemas tan graves como el de los presos vascos; lo peor ha sido la forma de aplicarlo: hemos visto una administraci¨®n llena de burocracia, lenta de decisiones, en la que no pocos funcionarios se comportaban como si la libraci¨®n de ¨®rdenes de libertad y la anulaci¨®n de antecedentes se hiciera a las malas con retrasos y obstaculizaciones de todo g¨¦nero. De esta manera, la medida m¨¢s inmediatamente popular de las tomadas por la Corona se ha visto desfigurada y minimizada por la actitud de peque?as gentes. El Gobierno, no otro, es el responsable.
El di¨¢logo con la oposici¨®n se inici¨®, desde luego. Hablar con la izquierda significa, al menos, una cierta capacidad de realismo: nada v¨¢lido se puede construir hoy en Espa?a sin contar con las fuerzas pol¨ªticas democr¨¢ticas que se opusieron al franquismo. Esta constataci¨®n debe ser dolorosa para un equipo gubernamental formado por hombres del R¨¦gimen que, l¨®gicamente, aspiran a perpetuarse siquiera algunos a?os en el Poder. Pero dialogar con la oposici¨®n no es ni siquiera negociar con ella. Todo indica que salvo en el terreno sindical, donde el verticalismo est¨¢ ya tan dinamitado que s¨®lo queda firmar su acta de defunci¨®n, el Poder y las fuerzas democr¨¢ticas se han iniciado en un di¨¢logo de sordos. El principal punto de disensi¨®n no es el problema del partido comunista -cuyo reconocimiento es algo que caer¨¢ por su propio peso, seg¨²n dijo recientemente un ex ministro del primer Gobierno de la Corona-. SI, al final, las pr¨®ximas Cortes van a ser de hecho constituyentes (van a dar un R¨¦gimen nuevo al pa¨ªs), obviamente la cuesti¨®n clave es la ley electoral: las normas del juego que van a regir la configuraci¨®n de esas Cortes. Caso de que el Gobierno acabe avini¨¦ndose a convenir con la oposici¨®n el futuro de la organizaci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs, lo que est¨¢ admitiendo es la tesis de la ruptura pactada. Pero si al mismo tiempo que se alinea con ella -como al principio de este art¨ªculo digo que aseguraba un ministro- mantiene actitudes de poder directamente ancladas en el autoritarismo, la discusi¨®n no avanzar¨¢ un paso, y la posici¨®n de Su¨¢rez ser¨¢ nuevamente la de Arias: un reformador franquista que no quiere tampoco reconocer en p¨²blico lo que todos los espa?oles se dicen a s¨ª mismos en privado. A saber, que Franco se llev¨® consigo su r¨¦gimen a la tumba y el Poder deambula inaprensible tratando de buscar nuevas moradas.
Al final, pues, el Gobierno se encuentra casi en la misma tesitura que hace dos meses sus predecesores, pero cada vez con menos tiempo por delante y con la posibilidad agotada de una crisis ministerial que ayudara a solucionar la cuesti¨®n. Empe?arse en hacer pasar la reforma por las Cortes, bajo el pretexto de la legalidad, sigue siendo una manera de ocultar el miedo a las posiciones m¨¢s reaccionarias de la derecha conservadora. La legalidad, empero, como objetividad pol¨ªtica, no existe en este pa¨ªs, pues se ha roto el nudo que la legitimaba. El R¨¦gimen nunca existi¨® sino como un conglomerado de intereses y temores apoyados en el v¨¦rtice de un poder personal. Nadie sinceramente cree que las actuales Instituciones -Cortes, Consejo del Reino, Consejo Nacional- puedan alumbrar nada que valga para el futuro pol¨ªtico de Espa?a, simplemente porque tampoco lo hicieron en los ¨²ltimos cuarenta a?os. Mantener la ficci¨®n de que el Poder reside en ellas, cuando est¨¢ a ojos vista en las fuerzas sociales, en el Ej¨¦rcito, en la Iglesia, en las organizaciones obreras, en el empresariado y el gran capital, en la intelectualidad
cr¨ªtica, es hacerse el harakiri cerrando los ojos y de espaldas al espejo. Esto lo saben los ministros, o presumen de saberlo: lo saben probablemente el presidente del Gobierno y el propio Rey. Pero falta la decisi¨®n de ser consecuentes con el an¨¢lisis.
Al final, este Gobierno no ha hecho casi nada que no hiciese el otro: cambi¨® el macro-indulto de noviembre, por la mini-amnist¨ªa de julio y sac¨® a los comunistas de la c¨¢rcel, ya liberados anteriormente y vueltos a encarcelar por su mismo liberador. Pero no ha avanzado un ¨¢pice en la posibilidad de ofrecer a los espa?oles una soluci¨®n de Estado a los problemas de su convivencia. Antes bien, se muestra abstruso y un poco boquiabierto con la significaci¨®n ¨²ltima de lo prometido en su propia declaraci¨®n program¨¢tica. Si el Gabinete Su¨¢rez opta por cometer los mismos errores que el anterior, y se ampara en las mismas justificaciones -presi¨®n de la extrema derecha, esencialmente-, acabar¨¢, sin duda como ¨¦l. Con una sola diferencia: la Corona, que no se vio comprometida en la andadura Arias, s¨ª lo estar¨¢ en los resultados finales que este Gobierno pueda obtener.
No conviene, sin embargo, desahuciar al Gobierno demasiado pronto. Las dudas que su capacidad merece son parejas a la necesidad de que sus prop¨®sitos se cumplan. Su¨¢rez no parece el hombre adecuado para traer la democracia ni ha dado, hasta ahora, ninguna muestra espec¨ªfica de que sepa hacerlo. Pero si es capaz de hacer frente al reto del oto?o, y superarlo, muchas inc¨®gnitas se desvanecer¨¢n probablemente y crecer¨¢ la confianza de los espa?oles. De otra forma, dif¨ªcilmente encontrar¨ªa en adelante el apoyo popular indispensable para controlar la orientaci¨®n del cambio pol¨ªtico. Y ver¨ªamos abrirse una crisis general de sentido y soluci¨®n inciertos, aunque con un signo inequ¨ªvoco: la firma del acta de defunci¨®n de un R¨¦gimen incapaz de responder a los problemas e interrogantes que los espa?oles tienen ante s¨ª.
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