Las voces de Antonio Porch¨ªa
Muri¨® el 9 de noviembre de 1968 en una modesta casa de la provincia de Buenos Aires. Para sus vecinos era un solitario que todas las tardes, antes de hacer las compras del mercado, atend¨ªa los malvones y rosales de su jard¨ªn. Para otros, su peque?o y fiel grupo de amigos, uno de los mayores poetas de nuestra lengua. Coincid¨ªan con Andr¨¦ Breton, para quien el de Porchia era el pensamiento m¨¢s d¨²ctil de expresi¨®n castellana.Se sabe que hab¨ªa nacido en Catanzaro, Calabria, el 25 de noviembre de 1886 y que, al morir su padre, emigr¨® a la Argentina con su madre y sus cinco hermanos menores. Eso ocurri¨® durante la primera d¨¦cada del siglo, de modo que Antonio Porchia era por entonces un adolescente. En su juventud fue anarquista, m¨¢s tarde su pensamiento se fue acercando al socialismo y, al final de su vida, termin¨® practicando esa especie de pante¨ªsmo que reflejan sus escritos: Eramos yo y el mar, Y el mar estaba solo y solo yo, Uno de los dos faltaba. Cre¨ªa en la unicidad de todo, y de todo en ¨¦l. Yo faltaba -podr¨ªa haber explicado Porchia-, de otro modo, ?c¨®mo hubiera podido contemplar el mar?
Al margen de la promoci¨®n, la publicidad y otras formas de la miseria, ajeno al oficialismo literario y sus correspondientes modas, este inmigrante produjo una obra po¨¦tica de violenta profundidad, uno de los intentos m¨¢s logrados de sintetizar el pensamiento a que puede aspirar el lenguaje. Curioso, lo hizo en un idioma que nunca lleg¨® a reconocer como totalmente propio.
En 1943, el desconocido Porchia reuni¨® una selecci¨®n de textos breves y aforismos que hab¨ªa escrito a lo largo de su vida. El peque?o libro, Voces, fue editado por Impulso, Agrupaci¨®n de Gente de Arte y Letras del popular barrio porte?o de La Boca. Cinco a?os despu¨¦s aparec¨ªa una segunda serie de aforismos con an¨¢logo t¨ªtulo; seguramente este nuevo intento hubiera sido ignorado, como el primero, de no haber mediado una circunstancia fortuita: el cr¨ªtico Roger Caillois, de paso por Buenos Aires, se hab¨ªa hecho con un ejemplar de la primera edici¨®n y lo hab¨ªa traducido al franc¨¦s en 1949. Los ecos de la repercusi¨®n europea no se hicieron esperar.
A partir de aqu¨ª, y en especial desde la tercera edici¨®n de Voces, publicada en 1956 por Sudamericana, se desencadenaron sobre su obra las m¨¢s diversas interpretaciones, vincul¨¢ndola con Lao-tse, Blake, Lichtenberg, Her¨¢clito, Meister Eckhart y otros, a quienes don Antonio desconoc¨ªa por completo. Pero vea usted en qu¨¦ me han convertido, insinuaba Porch¨ªa mientras le llov¨ªan los juicios laudatorios y las amenazas de nuevas traducciones. Es que, en rigor, su cultura formal era muy limitada: a partir de la experiencia vivida, una l¨²cida inteligencia y una profunda sensibilidad le hab¨ªan bastado para elaborar una obra de importantes valores. Todo ello apoyado por una feliz coincidencia entre la sabidur¨ªa de la vida y la sabidur¨ªa del lenguaje, rara unidad que se asemeja peligrosamente a la sabidur¨ªa verdadera.
Algunos dicen que sus textos son juegos de palabras, otros suponen que el origen hay que buscarlo en alguna experiencia m¨ªstica o esot¨¦rica. Porch¨ªa fue un creador consciente y no un iluminado, un profundo realista que desconcert¨® a unos y otros y tambi¨¦n a aquellos que, como Caillois, no conciben la existencia de la obra literaria sino como la consecuencia de una vasta erudici¨®n, de la acumulaci¨®n de informaci¨®n literaria. Contrariando esa concepci¨®n acumulativa, el poeta ha dejado una obra nacida de una cultura no convencional en Occidente, adquirida a trav¨¦s de la experiencia vital, dif¨ªcil de abordar, ya que debe ser reconstruida o reescrita por el lector. Para quien no proceda as¨ª, sus aforismos carecer¨¢n de significado, ser¨¢n meros juegos de palabras.
Aprietas tus manos y no veo nada en tus manos. ?Oh, cu¨¢nto no vemos en donde no vemos nada!
Y si yo soy las necesidades de lo que yo soy, lo que yo soy, ?qui¨¦n es?
El tiempo que me demoro en vivir es exactamente igual al tiempo que me demoro en morir.
Una herida se soporta con otra herida, m¨¢s grande, que se soporta con otra herida, m¨¢s grande. Y as¨ª, siempre.
La verdad, que debiera ser lo eterno, siempre, es siempre lo reci¨¦n nacido o lo reci¨¦n muerto.
Subir, subir y, alcanzada la cumbre, se contempla un abismo.
De un ¨¢rbol de cien a?os, he mirado las flores, de un d¨ªa.
Estos textos, ninguno de los cuales figura en la actual edici¨®n de Voces publicada por Hachette, de Buenos Aires. movi¨¦ndose entre categor¨ªas absolutas, en esa zona donde lo real y lo irreal se anulan, esta escritura que hizo pensar a Borges que la sintaxis de Porch¨ªa era cuesti¨®n de f¨®rmulas y luego reconocer su error, at¨ªpica, que parece trascender lo literario, requiere del lector un profundo compromiso personal. Para quien se acerque de otro modo, la obra no existe. He ah¨ª el dilema.
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