Santander
Santander. El oto?o enronquece en la sirena de los barcos. Ya lo dijo Am¨®s de Escalante, declamatorio y nublado:-Musa del Septentri¨®n: melancol¨ªa.
En mi rueda de prensa con los periodistas locales, dos polic¨ªas de la Social:
-Nada de Semana de los Derechos del Hombre. Ustedes hablan con el escritor Francisco Umbral.
Los Derechos del Hombre est¨¢n prohibidos, por esta vez. Yo, no. Cre¨ªa que entre los Derechos del Hombre figuraba el derecho de todo hombre a leerme. Parece que la polic¨ªa, de momento, respeta ese derecho. Thank you. Firmo ejemplares en librer¨ªa con pedrada.
EL PAIS llega a Santander hacia la una del mediod¨ªa. Un joven marxista me objeta:
-EL PAIS es un peri¨®dico liberal...
-Pero t¨² lees EL PAIS.
-S¨ª, claro.
Pues no hay m¨¢s que hablar, macho. Santander. Jos¨¦ del R¨ªo S¨¢inz, en efigie, est¨¢ de espaldas al mar. ?Por qu¨¦, si fue poeta y capit¨¢n de la mar? Gerardo Diego (Mi Santander, mi cuna, mi palabra) me dec¨ªa una vez:
-S¨ª, claro, en el Mediterr¨¢neo hay escuadras americanas y rusas. Pero, en todo caso, el Mediterr¨¢neo est¨¢ m¨¢s cerca de Rusia.
Gerardo no hac¨ªa pol¨ªtica. Hac¨ªa geograf¨ªa. Los intrusos eran los marines. Ahora no se trata del Mediterr¨¢neo, sino del Cant¨¢brico, que tiene velas amarillas en su inmensa soledad gris y oto?al. Me acerco hasta La Magdalena a ver a Francisco Yndur¨¢in.
-Esto est¨¢ ya cerrado. El se?or rector se march¨® a Madrid el d¨ªa 3-, me dice un guarda con escarapela.
A Yndur¨¢in, virrey natural y cultural de La Magdalena, le ech¨® de all¨ª P¨¦rez-Embid en una de las ¨²ltimas embestidas del Opus hacia el Poder. Ha vuelto con toda justicia. Y adem¨¢s ha invitado a Tierno Galv¨¢n.
Vine a Santander por primera vez en 1967. Los rusos entraban en Checoslovaquia. Una inolvidable ninfa yanqui, Cheryl Gallan, estudiante en los cursos para extranjeros de La Magdalena, me increpaba como si yo fuera un tanquista sovi¨¦tico:
-Y ahora, qu¨¦. ?Eso no es un atentado contra la libertad?
Le habl¨¦ de Cuba, de Santo Domingo, de Vietnam. In¨²til. Las ninfas americanas creen en Am¨¦rica. Hoy, nueve anos m¨¢s tarde, la radio del taxi, tambi¨¦n en Santander, nos trae otra cat¨¢strofe del socialismo oriental: ha muerto Mao Tse-tung. ?Estoy solo, de pie, en el oto?o fresco?, dice el verso de Mao. Estoy solo, de pie, en el oto?o fresco de Santander. Estos chicos no s¨¦ si son mao¨ªstas. Solamente son los organizadores de la Semana Internacional Juvenil por los Derechos Humanos. La Semana ha sido prohibida en toda Espa?a.
-La Semana llevaba el nombre de Javier Verdejo-, me dicen.
Javier Verdejo era el muchacho que muri¨® en Almer¨ªa cuando hac¨ªa una pintada no demasiado grave. Andan por ah¨ª fotos de una caseta de ba?os, dentro de la cual se dice que muri¨® Javier Verdejo, en la playa de Almer¨ªa. Pero la Asociaci¨®n Democr¨¢tica de la Juventud carece de personalidad legal. A dos de sus miembros, aqu¨ª en Santander, se los lleva la polic¨ªa por pegar carteles anunciadores de dicha Semana sobre las viejas piedras, l¨ªricas de la ciudad.
-Nos han estado interrogando todo el d¨ªa-, me dice uno de ellos, a la noche, mientras comemos sardinas asadas en el barrio pesquero.
En la Facultad de Ciencias hab¨ªamos tenido un coloquio sobre la libertad de expresi¨®n. Santander quiere una Facultad de Letras, pero alguien prefiere evitar la posible conflictividad estudiantil en Santander. De modo que la ciudad languidece en su oto?o pol¨ªtico. Musa del Septentri¨®n: melancol¨ªa.
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