La calle
Un estudio de opini¨®n que ayer mismo public¨® este peri¨®dico indica bastante a las claras que la calle se halla complacida despu¨¦s de la intervenci¨®n del presidente Su¨¢rez ante TVE. Indica tambi¨¦n -y eso no se dec¨ªa en EL PAIS- algo m¨¢s: las precauciones a contestar o la indisposici¨®n que tienen a ser preguntados sobre pol¨ªtica los espa?oles, pues fueron muchos los encuestados que se negaron a responder. Y eso, a ocho meses vista de unas elecciones generales.Si se piensa que de un presidente como Carlos Arias se logr¨® hacer durante alg¨²n tiempo un gobernante popular, no es dif¨ªcil comprender hasta qu¨¦ punto Su¨¢rez puede venderse bien a los espa?oles. El jefe de Gobierno no tiene credibilidad en los c¨ªrculos pol¨ªticos, pero arroja una imagen tal de aparente honestidad que la opini¨®n p¨²blica se muestra propicia a perdonarle muchos errores. Casi tantos como a la oposici¨®n. Eso explica que mientras el pesimismo. respecto al futuro de la reforma cunde entre observadores y expertos, el ciudadano medio, aun sumido en la confusi¨®n del momento, comienza a sospechar que esto puede salir bien. Por supuesto que pueden ser nada m¨¢s que wishful thinking, como dicen los ingleses (pensar que suceder¨¢ en efecto eso que se desea que suceda).
Hay, no obstante, prioridades que el ciudadano com¨²n tiene siempre en su haber y que no va a dejar de exhibir. La m¨¢s evidente de todas ellas es sin duda la exigencia de una cierta tranquilidad p¨²blica. Este es un t¨¦rmino equ¨ªvoco. Vivir tranquilos no tiene el mismo significado, por ejemplo, en el Pa¨ªs Vasco que en la capital del reino. La tranquilidad, por lo dem¨¢s no debe ser nunca en pol¨ªtica el fruto o la ocasi¨®n del miedo. Con raz¨®n dec¨ªa Churchill que democracia es cuando suena el timbre de la calle de madrugada, sale uno a abrir y es el lechero. Muchos que se asombran de los triunfos pol¨ªticos del franquismo olvidan con frecuencia que, al margen las conquistas reales que el viejo r¨¦gimen lograra, la sociedad espa?ola de las ¨²ltimas d¨¦cadas ha vivido por y para el miedo. La experiencia tr¨¢gica de la guerra civil, la represi¨®n y los fusilamientos, de la posguerra, las purgas pol¨ªticas, la exhibici¨®n de antecedentes, los tribunales especiales..., en ¨¦ste pa¨ªs se ha montado en los ¨²ltimos cuarenta a?os un gigantesco aparato de represi¨®n, que ha mantenido a raya las aspiraciones de los so?adores. Sin duda hab¨ªa muchos espa?oles, y los sigue habiendo, admiradores fervientes del franquismo. Y hasta pueden haber sido los m¨¢s, e incluso en abrumadora mayor¨ªa. No lo creo, pero no es el caso discutirlo. Sin embargo resultar¨ªa dif¨ªcil no admitir que una historia de temores y de huidas permanentes hubo de crearse entre los universitarios, los intelectuales, los l¨ªderes obreros y los ciudadanos a secas que no admit¨ªan los supuestos franquistas y que hoy tienen, que, o¨ªr de sus antiguos perseguidores: ?Nosotros tenemos tanto derecho a ser dem¨®cratas como el que m¨¢s.? Habr¨¢se visto.
Los pueblos no aspiran a hacer grandes razonamientos intelectuales sobre lo que les pasa. Son por excelencia intuitivos y conservadores. Los espa?oles despiertan hoy de un largo sue?o mezclado de pesadillas y emociones. Siempre cre¨ªamos que aqu¨ª pod¨ªa pasar cualquier cosa cuando Franco muriera. No ha transcurrido ni un a?o y los sucesos de noviembre del 75 nos parecen lejanos en la historia y en el compromiso. Y a la postre, todos nos confesamos a nosotros mismos que en definitiva nada tan apocal¨ªptico como lo que se vaticinaba ha sucedido. No ha habido tanques en la calle y los conflictos, aun siendo muy graves, no son definitivos. Quiz¨¢ precisamente por eso la gente comienza a comprender que lo que pasa es que Franco no ha muerto todav¨ªa del todo. No por lo menos para sus herederos pol¨ªticos. La sombra del pinochetismo planea a¨²n sobre nuestras cabezas, y ese es un ¨ªndice de que la confianza en el poder brilla por su ausencia.
Demasiadas veces se ha dicho que lo que Espa?a protagoniza hoy no es un simple cambio pol¨ªtico, ni siquiera un relevo generacional. Asistimos a un cambio hist¨®rico profundo, que es la ocasi¨®n propicia para montar revoluciones. Esta palabra lleva consigo tanta carga de dramatismo y violencia que el lector sufre un rechazo inevitable cuando la lee. Pero ahora se quiere cambiar, y en breve plazo, la organizaci¨®n pol¨ªtica del Estado, el sistema de elecci¨®n de gobernantes, el reparto de la riqueza nacional y la difusi¨®n de la cultura. ?No es una revoluci¨®n eso? ?Qu¨¦ tiene que ver que se haga sin necesidad de que las masas empu?en otra cosa que una barra de pan o de que el poder no fusile masivamente a los l¨ªderes, del cambio? Estamos de hecho en el umbral de una mutaci¨®n hist¨®rica de gran calibre. Estas cosas los pueblos las presienten, casi las olfatean. Saben que van por ciclos, y que a¨²n no estamos en la cresta de la ola, cuando en cambio nuestros vecinos portugueses deshacen ya en espuma el rompimiento final de su 25 de abril.
Mientras tanto, los gobernantes del franquismo quieren ser gobernantes de la democracia, sin soluci¨®n de continuidad. No se dan cuenta de que no infunden ni el miedo ni la excitaci¨®n que el Cau dillo provocaba y que no ofrecen nada que no haya sido reclamado demasiadas veces. El presidente Su¨¢rez puede padecer el espejismo de que ¨¦l es quien va a traer la democracia a Espa?a. Pero si lo hace sabe que la democracia puede y debe acabar con su carrera pol¨ªtica.
Es evidente que el poder est¨¢ pensando en c¨®mo ganarlas elecciones y hasta en c¨®mo apa?arlas: La verdad es que muy pocos espa?oles se creen de veras todav¨ªa eso de que ellos puedan elegir a los gobernantes dentro de seis meses. Pero m¨¢s novedoso que el acto de votar -con Franco tambi¨¦n se votaba, al fin y al cabo- va a ser la campa?a electoral. El 70 por 100 del pa¨ªs no tiene experiencia alguna de en qu¨¦ consisten esos tres meses previos a la ceremonia de las urnas en los que inevitablemente muchos prestigios formales van a ser triturados. La calle va a ser bombardeada con denuncias, difamaciones; corrupciones.... Los pueblos tienen memoria hist¨®rica, y ser¨¢ muy dif¨ªcil borrarla de entre nosotros en un momento as¨ª. La calle est¨¢ por eso plagada de espejismos y temores. Junto al miedo al
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El oto?o caliente/y 3
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desorden, -el de perder situaciones de bienestar o el de decir lo que se piensa que es cosa prohibida de anta?o, y sin duda da?ina. Al lado de ellos, el espejismo permanente de que ?con Franco se viv¨ªa mejor? de que-?tantos males como nos aquejan son fruto de la democracia?, cuando ni siquiera todav¨ªa nos hemos estrenado en, ella. Pero no es menor el peligro de pensarse que con el advenimiento precisamente de una democracia, s¨ª, es que alg¨²n d¨ªa llega, todo se solucionar¨¢.
La democracia nunca ha const¨ªtuido un programa de Gobierno, sino un sistema para gobernar. No es en s¨ª misma un objetivo a conseguir, sino una manera de conseguir otros objetivos. En una palabra, la democracia no es algo que se tenga alg¨²n d¨ªa como f¨®rmula m¨¢gica que resuelve todos los males. Es s¨®lo un conjunto de reglas jur¨ªdicas, pol¨ªticas y sociales que permite organizar la convivencia con arreglo a la voluntad de la mayor¨ªa y respeto a los derechos de la minor¨ªa. La calle est¨¢ deseosa de ensayar ese m¨¦todo de gobernarse porque le parece el m¨¢s humano y el m¨¢s justo, pero tambi¨¦n porque el franquismo es rechazado por las nuevas generaciones de espa?oles sin, embargo con la democracia nos visitar¨¢n a un tiempo graves problemas: pol¨ªticos y son precisas alternativas de poder, que ni el r¨¦gimen ni la oposici¨®n parecen guardar en su mochila.
Al final, si bien, se mira, lo ¨²nico que ha funcionado bien aqu¨ª en los ¨²ltimos nueve meses es la calle y sus convecinos. Han asistido los espa?oles, con admirable flema al carnaval de reformas in¨²tiles que el Gobierno propone cada pocos meses. Y al cabo del tiempo la gente est¨¢ un poco aburrida y bastante cabreada, si se permite el t¨¦rmino. Lo sucedido d¨ªas atr¨¢s en San Sebasti¨¢n ha puesto de relieve el impulso moral de solidaridad que ante la injusticia tienen los espa?oles de toda clase e ideolog¨ªa. Y es un dato, a mi juicio, m¨¢s significativo que cualquier sondeo de opini¨®n. La calle comienza a ser importante en la historia de los pueblos no cuando se llena de gente gritando o pidiendo, sino cuando se cierran las puertas de las casas y se quedan vac¨ªas las aceras. Porque es se?al de que el pueblo ha decidido que no puede esperar nada del poder. Y que ha perdido el miedo incluso al miedo.
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