El debate ante la TV, o las presidenciales como competci¨®n deportiva
En 1960 se produjo una gran in novaci¨®n t¨¦cnica en el desarrollo de las campa?as electorales de Estados Unidos: los debates televisuales entre los dos m¨¢ximos contendientes, Nixon y Kennedy. Precisamente en estos d¨ªas la televisi¨®n norteamericana (bueno, el canal p¨²blico subvencionado ir¨®nicamente por las multinacionales) ha refrescado la memoria hist¨®rica ofreci¨¦ndonos la repetici¨®n de los famosos debates. Su fama se ha incrementado porque no volvieron a repetirse hasta este mismo a?o, en que Ford ret¨® a su contrincante a repetir la experiencia.
No s¨¦ si la reposici¨®n de los debates Nixon-Kennedy en la peque?a pantalla va a servir para que el electorado se caliente este a?o. Porque la verdad es que bien fr¨ªo est¨¢. Lo cual no quiere decir que domine la apat¨ªa. Todo lo contrario el escenario pol¨ªtico norteamericano tiene todas sus candilejas encendidas, pero la representaci¨®n electoral, que antes lo llenaba todo, es s¨®lo ahora una peque?a parte del programa. La gente sabe que los dos grandes partidos en liza representan s¨®lo una parte (para algunos muy peque?a) de las posibles opciones pol¨ªticas. Las encuestas nos han dicho que unos 70 millones de posibles electores (se dice pronto) no est¨¢n decididos todav¨ªa a votan. La raz¨®n que aducen es que del dicho al trecho hay un gran trecho, para ponerlo en romance. O lo que es lo mismo, que los candidatos hacen floridas promesas y luego no las cumplen. Lamentablemente esto es lo que se deriva de la revisi¨®n de la pol¨¦mica televisual entre Nixon y Kennedy. Los dos enternecieron al electorado con sus sue?os dorados de paz y bienestar, y luego han tenido que digerir Vietnam, Cuba, Watergate, entre otras menudencias. Resulta ahora chocante e ir¨®nico o¨ªr a Nixon hablar de decencia, en el contexto de su ataque al lenguaje callejero de Truman, cuando las cintas de la Casa Blanca han revelado a un Nixon mucho m¨¢s palabrotero que el propio Truman y desde luego much¨ªsimo m¨¢s indecente. Es la venganza de la electr¨®nica. La verdad es que o¨ªr y ver ahora los c¨¢nticos, nacionalistas, patrioteros de Kennedy y Nixon, a cual m¨¢s visceralmente anticomunista, resulta del todo tragic¨®mico. Por eso digo que no s¨¦ cu¨¢l va a ser la consecuencia de esta ?preparaci¨®n? del electorado televidente con vistas al gran show Carter—Ford.
En 1 960 el certamen televisual era cosa nueva y les cogi¨® de improviso a los dos participantes.
M¨¢s a Nixon, quien no quiso maquillarse y apareci¨® demacrado, tragando saliva, moviendo incontroladamente las piernas, frente a la roca inm¨®vil de Kennedy, la esfinge de ojos vivos y mano en¨¦rgica. La verdad es que Nixon se corrigi¨® en los sucesivos debates y los que s¨®lo le oyeron por radio pensaron que ¨¦l era el ganador. Pero el primer round lo perdi¨® ante m¨¢s de 80 millones de televidentes. Esta experiencia la van a aprender muy bien los candidatos actuales. Ford se pas¨® un mes ensayando ante una c¨¢mara el discurso de aceptaci¨®n de la convenci¨®n de Kansas, el pasado mes de agosto. La verdad es que estuvo kennedyano, s¨®lo que ahora lo que se estila es otra cosa. Con seguridad que ambos se van a aprender de memoria un mont¨®n de estad¨ªsticas y de datos; los dos van a intentar dirigirse al p¨²blico, m¨¢s que a los periodistas (esta fue tambi¨¦n la t¨¢ctica exitosa de Kennedy) y van a hablar m¨¢s de asuntos dom¨¦sticos que internacionales. Lo que pasa es que tanto Ford como Carter se conocen todas estas artima?as, pero tambi¨¦n las saben los periodistas y el p¨²blico.
Al igual que en 1960 se va a repetir la situaci¨®n de un contrincante que est¨¢ en el poder y que le toca el inevitable papel de estar a la defensiva, a la espera de los ataques del que viene de fuera. La similitud de Nixon-Ford es enorme y expresa una clara desventaja. A Carter le espera el papel de antemano m¨¢s brillante. Pero aqu¨ª juega otro factor bastante curioso. Las elecciones se contemplan bajo el modelo de un juego deportivo, de una competici¨®n. En ese contexto es universal en USA la protecci¨®n que el p¨²blico presta al que va perdiendo, al que est¨¢ en desventaja. a lo que llaman por aqu¨ª el underdog. Ford aparece claramente como el underdog en este extra?o juego de las elecciones y bien que se va a aprovechar ¨¦l de tan privilegiada desventaja. El apoyo al underdog es lo que hace que muchas luchas electorales, en las que se destaca primero un favorito, acaben con un resultado pr¨®ximo al 50-50. Esto ocurri¨® en 1960. en muchos otros a?os, y puede que ocurra tambi¨¦n en este noviembre. De momento la ventaja de Carter es muy considerable, pero la mitad del electorado no est¨¢ decidido todav¨ªa. ?Servir¨¢n los debates de la TV para forzar a una elecci¨®n a los indecisos? Es dif¨ªcil aventurar una respuesta positiva. Puede ocurrir cine la contemplaci¨®n de las sinsorgadas que de seguro van a soltar Ford o Carter por la tele reafirme en muchos la decisi¨®n de no acudir a las urnas o de hacerlo es posible que muchos m¨¢s de los previstos voten a las candidaturas de extrema derecha (Maddox) o moderada izquierda humanista (McCarthy). Lo que es evidente es que muchos universitarios, profesionales y miembros de algunos grupos ¨¦tnicos marginados no se sienten identificados con los programas dem¨®crata o republicano. Resulta curioso que tanto Maddox como, sobre todo, McCarthy se oponen al debate Carter-Ford, pero este debate —dej¨¢ndolos los primeros de underdogs— les pueden acarrear m¨¢s votos para sus min¨²sculas candidaturas que si ellos aparecieran ante las c¨¢maras.
A la espera del gran certamen televisual, perm¨ªtaseme una nota personal un tanto heterodoxa. Lo ortodoxo es decir que Carter aparece con un programa indefinido y confuso, y que cuando intenta definirse, como en el caso del aborto, pierde votos. No estoy de acuerdo con esta opini¨®n, que es la que prevalece en muchos medios informativos. En el contexto y leyes de lo que es una competici¨®n electoral en USA, el programa de Carter me parece muy claro, y desde luego muy diferente al de Ford. En otra ocasi¨®n tratar¨¦ de aclarar este punto. Baste por hoy esta primera impresi¨®n, o, si se quiere, prejuicio. Respecto al aborto no es lo mismo la opini¨®n de los obispos que la del conjunto de los cat¨®licos o la del resto del electorado. Sucede que en el clima de opini¨®n de una campa?a electoral pesan m¨¢s unos votos que otros, en este caso mucho m¨¢s los de los obispos cat¨®licos. Ahora bien, a la hora de votar, las papeletas de los obispos cuentan bien poco, y es sabido que su postura moral antiabortista —enormemente digna y respetable— es francamente minoritaria. Carter hace bien en no seguir las presiones de los obispos cat¨®licos: es posible que con ello pierda algunos votos, muy pocos, pero con ello gana una gran cantidad del electorado femenino medio, que al final es lo que importa en el tr¨ªo c¨¢lculo electoral. Mi opini¨®n es que tambi¨¦n en esto es muy claro el se?or Carter. Si alg¨²n error ha cometido en el asunto del aborto es dedicarle tanta atenci¨®n, porque la realidad es que es un tema falsamente pol¨¦mico. Hay otros asuntos que esperan una acuciante definici¨®n pol¨ªtica. El m¨¢s importante, sin duda, c¨®mo solucionar el problema del desempleo de los j¨®venes sin inventarse una guerra ni nada parecido. Es la pregunta de los 64.000 d¨®lares, que espero se la hagan a los dos contendientes en el debate del d¨ªa 23. Esperemos las respuestas.
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