Rub¨¦n Cano hizo feliz al guardameta del Rapid
El Atl¨¦tico de Madrid super¨® la eliminatoria de dieciseisavos de final de la Recopa al empatar en el encuentro de vuelta a un gol con el Rapid de Viena. Los austr¨ªacos, que se presentaron en el Vicente Calder¨®n con un saco para meter goles, volvieron a su tierra con un ligero hatillo. Despu¨¦s del 1-2 conseguido por los rojiblancos en el Pratter, a estas horas a¨²n pensar¨¢n c¨®mo la delantera del Atl¨¦tico estuvo tan inoportuna.El empate no admite explicaciones. En todo caso, se podr¨ªa recurrir a la idea de meigas, maleficios o gafes para razonar -aun a riesgo de ser irracional- lo que sucedi¨® en la ribera del Manzanares. Rub¨¦n Cano consigui¨® que Barthold tuviese en la noche madrile?a la m¨¢s feliz de su vida. El guardameta lo par¨® todo y, especialmente, los remates del delantero rojiblanco, Leivinha, que quiso recordar el preciosismo del f¨²tbol de su tierra, estrell¨® un bal¨®n en el larguero despu¨¦s de comprobar que el portero se encontraba adelantado y conectar un disparo desde una distancia aproximada de 40 metros. A Ayala, ante la ingenuidad austr¨ªaca, se le apag¨® la chispa genial que ilumina sus actuaciones. Y a Heredia, al que el colegiado anul¨® un gol en el minuto veintinueve por previo fuera de juego, le sobraron d¨¦cimas de mil¨ªmetros en la alzada de su mirilla rematadora.
El Rapid puso en peligro el por tal de Reina en cuatro oportunidades. Cap¨®n, en el minuto cincuenta y ocho tuvo que sacar debajo de los palos un bal¨®n que hab¨ªa remata do Krankl Krejcirick, en el ¨²ltimo envite del p¨®ker de ocasiones, logr¨® un gol. Sin embargo, infantiles, inocentes e ingenuos son ep¨ªtetos con que se puede definir al equipo austr¨ªaco . Un conjunto dotado de un arma, la potencia f¨ªsica, que no sabe emplear. Los 10 hombres de campo atacan y defienden. Se mueven por el campo con un esfuerzo que parece m¨ªnimo. Pero su t¨¦cnica resulta primitiva y su bondad, cuando se trata de defender su marco, inagotable.
F¨²tbol no se vio en el Vicente Calder¨®n. Los grader¨ªos son una prueba definitiva de que tampoco se sinti¨® vibraci¨®n alguna con el juego exhibido en el campo. El silencio de la afici¨®n no era precisamente manifestaci¨®n de duelo ante la muerte de un estudiante de veinti¨²n a?os, sino una ausencia total de emociones. El Atl¨¦tico, ante las perspectivas de prodigios que le ofrec¨ªa el Rapid, se limit¨® a hacer un f¨²tbol vulgar en el que Leal era la expresi¨®n pura de la tristeza. Robi un ele mento clavado -pegado en el mejor de los casos- al suelo, y la defensa un rompecabezas que no encajaba con exactitud. Heredia, en el centro del campo, manten¨ªa un nivel equilibrado de ideas y realizaciones. La delantera no sab¨ªa c¨®mo penetrar por la mara?a de austr¨ªacos que en las proximidades del ¨¢rea se encontraba. Y cuando al final abr¨ªa el hueco no acertaba a franquear el portal de Barthold.
Los marcajes, en la primera mitad del encuentro, fueron f¨¦rreos sobre las piezas clave para los respectivos entrenadores. Pajerik se despegaba de Leivinha, Kra de Rub¨¦n Cano y Zarbach de A la. Eusebio de Krankl y Panad Diaz de Widmann. El t¨¦cnico Rapid, a la vista de los resultados se equivoc¨®, Luis, tambi¨¦n. Por Krankl y Widmann, -en solitario pod¨ªan con Eusebio, torp¨®n ocasiones, y Panadero, al que a una orden de la superioridad - al parecer- le prohibi¨® visitar aleda?os del ¨¢rea rival. Cuando hizo propici¨® el ¨²nico -por un resulta grotesco- gol rojiblanco Diez claras ocasiones de marcar tuvo el Atl¨¦tico de Madrid. Leiyvha, Ayala, Rub¨¦n Cano, Heredia Leal se las repartieron. Al parecer y despu¨¦s de observar los resultados, el Atl¨¦tico bail¨® mejor el va orillas del Danubio que el chotis la ribera del Manzanares. Los austr¨ªacos se libraron de una oleada escandalosa.
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