Si nos pusi¨¦ramos a trabajar... con celo
Ya se sabe que la huelga de los controladores a¨¦reos no es de brazos ca¨ªdos. Al rev¨¦s: es, seg¨²n dicen, ?de celo?, de estricto cumplimiento. Los que durante esta ¨²ltima temporada han tenido que viajar en avi¨®n saben en carne propia a qu¨¦ trastornantes demoras puede conducir un estricto cumplimiento.La huelga de celo de los controladores a¨¦reos podr¨ªa ser un espeluznante ejemplo de lo que en este pa¨ªs ocurriria si todos, absolutamente todos, nos pusi¨¦ramos a trabajar... con ?celo?. Es decir, con rigor, con minuciosidad. A trabajar sin m¨¢s, vaya.
?Querr¨¢ esto decir que estamos en una situaci¨®n de ancestral ?viva la virgen?, donde todo marcha porque todo va ?manga por hombro?? ?Supone esto que la simple ejecuci¨®n rigurosa de las normas legisladas nos abocar¨ªa a la cat¨¢strofe nacional? No es asunto balad¨ª, aunque se le d¨¦ tratamiento de humor¨ªstica caricatura.
Estamos llenos de leyes y de normas rigurosas que nadie cumple. Somos, en cambio, campeones de la trampa y la gatera. A pesar de los planes de desarrollo y de la evidente industrializaci¨®n, no han cambiado tanto las cosas desde los tiempos en que D. Jorgito el ingl¨¦s recorr¨ªa Espa?a. Tener amiguetes influyentes sigue siendo aqu¨ª mucho m¨¢s importante que tener raz¨®n. Y, por lo visto, obedecer las leyes puede traer malas consecuencias.
Trataba yo un d¨ªa de llamar al orden circulatorio a un amigo que conduc¨ªa a 100 por camino con clara se?alizaci¨®n de limitaci¨®n de velocidad a 60 cuando tuve que escuchar esta asombrosa reflexi¨®n ciudadana: ??Si fu¨¦ramos a hacer caso de todas las indicaciones no llegar¨ªamos nunca!? Que las normas de convivencia puedan llegar a hacer imposible la vida, ser¨ªa muy grave. Pero no lo es menos que los supuestos ?convivientes? anden por ah¨ª convencidos de ello.
La leyenda -con cierta base real, como todas las leyendas- del an¨¢rquico car¨¢cter espa?ol ha condicionado la voluntad de los legisladores de forma bastante errada: han cre¨ªdo que amontonar normas y multiplicar leyes servir¨ªa para meter en vereda a los ind¨ªgenas. Porque de leyes andamos bien servidos. Lo que pasa es que, en general, se ha conseguido lo contrario del fin apetecido: lejos de imponer un estable sistema normativo a base del infinito n¨²mero de normas, lo que se ha logrado es que los espa?oles miremos las leyes como una enfermedad que necesita remedio. Y el remedio es la trampa.
Las leyes est¨¢n ah¨ª, primorosamente escritas y m¨¢gicamente ineficaces. Nos acostumbramos a vivir ?con? ellas y terminamos creyendo que vivimos ?seg¨²n?, ellas. Hasta que un d¨ªa nos vemos constre?idos a cumplirlas con rigor. Y viene el caos. Como en el caso de los controladores.
S¨®lo hay una cosa peor que una sociedad sin ley: una sociedad con demasada ley. Cualquier pedagog¨ªa de manual ense?a que para ser obedecido hay que saber mandar poco y bien. Lo justo. Quien manda mucho, manda mal.
Entre las inflaciones que padecemos habr¨ªa que estudiar la inflaci¨®n de normativa in¨²til. Poner ejemplos podr¨ªa resultar prolijo y peligroso, Adem¨¢s, no hace falla: bastar ojear cualquiera de los infinitos boletines m¨¢s o menos oficiales con que nos bombardean a diario.
Vuelvo al principio: ?qu¨¦ ocurrir¨ªa en este pa¨ªs si todos, absolutamente todos, nos pusi¨¦ramos a cumplir estrictamente la selv¨¢tica normativa supuestamente vigente? Pues que, entonces... quiz¨¢ ya no hiciera falta ninguna norma: todo acabar¨ªa en un funeral.
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