Desacralizaci¨®n de la Historia de Espa?a
Curiosamente, desde el centralismo hisp¨¢nico se han vivido como paralelos e indivisibles el mito de una Espa?a monol¨ªticamente nacional -del que habl¨¢bamos el ¨²ltimo d¨ªa- y el mito de una Espa?a monol¨ªticamente cat¨®lica -del que vamos a tratar hoy-. Mas as¨ª como el mito r¨ªgidamente unitario se mantiene vivo en lo nacional, el de la unidad cat¨®lica se ha debilitado mucho, aun cuando, probablemente, durar¨¢, inercialmente, bastante tiempo todav¨ªe.Ambos datan de la misma ¨¦poca, la de los Reyes Cat¨®licos, y m¨¢s precisamente de la figura de la reina Isabel. que, muy congruentemente, ha sido investida con la candidatura a la canonizaci¨®n. A la unificaci¨®n ?nacional? bajo su reinado correspondi¨®, en este otro plano, la unificaci¨®n religiosa, con la expulsi¨®n de los jud¨ªos no convertidos, con la Inquisici¨®n para asegurar aqu¨¦lla, a lo que se agregar¨ªan, andando el tiempo, el movimiento de la Contrarreforma, en ning¨²n pa¨ªs tan poderoso como en Espa?a, las guerras religiosas, la persecuci¨®n de erasmistas y alumbrados, de judaizantes y protestantes, la expulsi¨®n de los moriscos y hasta la persecuci¨®n de los ilustrados -Olavide, Jovellanos- ya en pleno siglo XVIII y aun comenzado el XIX.
Ser¨ªa injusto no reconocer la grandeza de este obstinado fervor por una Espa?a cat¨®lica, de este ?nacionalcatolicismo? avant la lettre, que hizo entra?ablemente suyo el mito medieval de Santiago Matamoros, esgrimido, frente a la ?sospechosa? Santa Teresa, por el hipercat¨®lico -y, por cierto, tambi¨¦n anticatal¨¢n- Quevedo. La Leyenda del Gran Inquisidor que acertadamente fue escenificada en Sevilla, en Espa?a hace directa referencia a esta tensi¨®n entre cristianismo evang¨¦lico e hipercatolicismo, entre la libertad y la seguridad. Libertad religiosa, s¨ª, pero simb¨®licamente, libertad pol¨ªtica tambi¨¦n, y tal es la lectura que hoy se hace de la Leyenda.
Hace poco, un cronista de libros, trivializando lo que ha sido grave problema personal, reproduc¨ªa unas palabras m¨ªas del a?o 1948 -con la pueril intenci¨®n de probar mi tantas veces confesada ?infidelidad?- en las que acercaba la radical libertad pol¨ªtica a la radical libertad religiosa -a mi entender, ambas antropol¨®gicamente inseparables-, en cuanto que las dos echan sobre los d¨¦biles hombros humanos una carga harto pesada. No, no es f¨¢cil ser libre, ni religiosa ni pol¨ªticamente. Puede preferirse la seguridad a la libertad. Por eso hay tan pocos dem¨®cratas en el pleno sentido de la palabra, incluso en reg¨ªmenes aparentemente democr¨¢ticos; por eso la mayor parte de los ciudadanos o son pol¨ªticamente ¨ªndiferentes -con tal de que no les toquen sus intereses- o se identifican dogm¨¢ticamente con la seguridad que proporciona el partido. Pero volvamos al centro de nuestro tema.
La tradici¨®n nacionalcat¨®lica se ha extendido, a trav¨¦s del integrismo tradicionalista y al de Ramiro de Maeztu y los cardenales Segura y Gom¨¢, hasta nuestros d¨ªas, con organizaci¨®n de nombre tan nacionalcatolicista como el de los Guerrilleros de Cristo Rey. M¨¢s a¨²n, el mism¨ªsimo general Franco la protagoniz¨® del modo m¨¢s sensacional, seg¨²n se nos ha revelado hace poco, pues en la batalla de Brunete se le habr¨ªa aparecido, en la vanguardia de su Ej¨¦rcito, el Santo Patr¨®n de Espa?a ???Santiago, Santiago!!, iiMiradle, como en Clavijo!! ??Nuestra ser¨¢ la victoria!!?, fueron sus palabras-. Y, evidentemente, la versi¨®n de todo esto m¨¢s superficialmente adaptada a los tiempos nuevos ha sido la del Opus Dei de la guerra y la inmediata posguerra, la de Camino y su cat¨®lico ?caudillaje?. Por otra parte, la llamada ?leyenda negra? no fue sino el reverso, el negativo de este catolicismo de cruzada permanente, del mismo modo que los brotes de antite¨ªsmo y el extendido anticlericalismo espa?ol, reacciones explicables frente a este gibelino clericalismo a ultranza.
Curiosamente otra vez -todo es curioso en este tema- el mismo caudillo que defini¨® la guerra civil como ?cruzada? y fue agraciado con el carisma del milagro jacobeo, ha sido quien pragm¨¢ticamente -la otra faceta de su personalidad, ?o la misma quiz¨¢?- inici¨® la desacralizaci¨®n oficial de la historia contempor¨¢nea de Espa?a.
El enfrentamiento de ?El anacr¨®nico cardenal Segura? con Franco, recordado en estas mismas p¨¢ginas por Ram¨®n Serrano S¨²?er, tuvo ya, incoactivamente, este sentido. Al distanciamiento abierto de la Iglesia con respecto al R¨¦gimen a partir de la asamblea conjunta de obispos y sacerdotes de 1971 respondi¨® ¨¦ste, todav¨ªa en vida de Franco, con el tr¨¢nsito del nacionalcatolicismo al mitigado catolicismo nacional, como se le ha llamado, es decir, a un patriotismo que, ?por exigencia de nuestra historia? habr¨ªa de ser siempre, necesariamente, cat¨®lico, pero bajo la direcci¨®n de Francisco Franco.
Desaparecido el carism¨¢tico caudillo y dejado a un lado lo que representa el anacr¨®nico Blas Pi?ar, no parecen quedar, desde el punto de vista del R¨¦gimen, m¨¢s que dos soluciones: la ?separaci¨®n? de la Iglesia y el Estado, tal como la entiende Fraga, y que consiste en que la Iglesia no se meta en lo que, a su juicio franquista, no le llama, a cambio de lo cual se mantendr¨¢n todas sus prerrogativas; y la soluci¨®n m¨¢s radical, propia de una ¨¦poca de plena secularizaci¨®n, que ser¨ªa la del ide¨®logo del franquismo en su ¨²ltima etapa, la del neopositivista Fern¨¢ndez de la Mora -si ¨¦ste fuese lo bastante coherente y lo bastante poco ambicioso para conformarse con su papel de ide¨®logo-, y que consistir¨ªa, como ha visto Alfredo Fierro con m¨¢s claridad que nadie (incluido, por supuesto, el interesado), en la renuncia, por superflua, a la legitimaci¨®n religiosa del R¨¦gimen y en su justificaci¨®n por las obras. (Es d¨ªvertido observar c¨®mo el simple hecho de pasar por el Ministerio de Obras P¨²blicas ha podido imprimir car¨¢cter y todo un giro ideol¨®gico.)
En suma, una cierta desacralizaci¨®n de la pol¨ªtica es ya misi¨®n cumplida, pero de la plena separaci¨®n estamos muy lejos a¨²n. Fern¨¢ndez de la Mora se acaba de aliar con dos cat¨®licos profesionales de viejo cu?o. En la oposici¨®n, las distintas ramas de la democracia cristiana introducen la religi¨®n en la pol¨ªtica. Y la Iglesia misma, el Vaticano y la jerarqu¨ªa espa?ola, no quieren de ning¨²n modo ir m¨¢s all¨¢ de lo que ya se ha ido. ?Por qu¨¦? Porque la Iglesia no est¨¢ dispuesta a renunciar al presupuesto de culto y clero, a su ?presencia en el espacio escolar? de la ense?anza estatal y a la ?educaci¨®n en forma institucionalizada, a trav¨¦s de centros o colegios propios?. Todav¨ªa hay otra raz¨®n. La Iglesia no renunciar¨¢ a la vigencia legalmente impuesta a todos los espa?oles de la ?moral cristiana? en las cuestiones relativas a la sexualidad, el matrimonio y la familia. Pero este punto requiere ser tratado en cap¨ªtulo aparte.
(1) En el art¨ªculo ?De Zaragoza a Clavijo, y de Clavijo a Brunete?, publicado en El Diario de Avila del 24 de julio de 1976. En ¨¦l se precisa que aun cuando Franco hab¨ªa prohibido que se hablase de esto pues ?nos tratar¨ªan de visionarios?, dijo, para conmemorar tal milagro se construy¨® en Brunete un templo bajo la advocaci¨®n de Santiago Ap¨®stol, y en el acto de su inauguraci¨®n confirm¨® el Caudillo la realidad de la aparici¨®n. Perm¨ªtaseme agregar aqu¨ª, puesto que parece momento oportuno, que, como me pidi¨® mi amigo Jos¨¦ Luis Cano, en este mismo diario, reitere que nunca he dejado de creer en la autenticidad del pretendido testamento de Franco y que, por consiguiente, mi imagen de ¨¦l sigue siendo la misma que ten¨ªa antes de que el se?or Arias Navarro produjese tal escrito.
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