Falla y el "concierto" de Larrauri
Comenz¨® su curso la Orquesta Nacional con un homenaje a Manuel de Falla. En programa: El amor brujo en suite de concierto y La vida breve. Conocemos ya la concepci¨®n que de la ¨®pera del gran compositor espa?ol tiene Rafael Fr¨¹hbeck. Sabemos tambi¨¦n que con ella alcanza en el extranjero grandes ¨¦xitos. Lo que no implica que debamos sumarnos a quienes aplauden una Espa?a que no es la de Falla ni siquiera en sus pentagramas inaugurales de su carrera.
La visi¨®n del titular de la Nacional me parece inaut¨¦ntica: lo m¨¢s directamente popularista -las danzas- nos llega exagerado en los tempi y la intenci¨®n. M¨¢s a¨²n s¨ª en un rinc¨®n del estrado, Lucero Tena une a su prodigioso palillear el quiebro de su baile. Estas danzas, a cargo de una bailarina vestida de rojo fuerte, instalada entre el mundo orquestal de los cien fracs se me antojan un tanto alucinantes. Por otra parte, ciertos pasajes de la obra, si cultivadores de la cadencia andaluza, pegados a un romanticismo filowagneriano, son explotados -no digo que insinceramente- por Fr¨¹hbeck con un criterio germanista, por la densidad sonora, por el estilo de la expresi¨®n. Todo tiene vigor, ?qu¨¦ duda cabe! Pero todo, o casi todo, suena a Espa?a de exportaci¨®n.Lo espectacular acaba atentando contra lo hondo, o jondo. Falla no es eso aunque puede verse as¨ª en un primer nivel de entendimiento, esto es, qued¨¢ndose en la superficie de las cosas. Cuando nuestro director alcanza mayor tensi¨®n expresiva, m¨¢s acentuada pasi¨®n, entonces el t¨ªtulo de la obra nos viene a la memoria no en su versi¨®n original, sino en su traducci¨®n tedesca: Das kurze Leben. Conciliar la presencia colorista y furiosa de Lucero Tena y sus danzas, el cante de las soleares de Manolo Mairena, con lo que es Das kurze Leben supone demasiada contradicci¨®n. Bien. Es evidente que lo escuchado ahora y otras veces responde a criterios firm¨ªsimos de Fr¨¹hbeck que sabe imponer con autoridad.
En el reparto, Enriqueta Tarr¨¦s, soprano con notas muy bellas y caliente expresividad; ?licia Naf¨¦, refinada, con atractivas coloraciones y no demasiados decibelios; Evelio Esteve y Juli¨¢n Molina, los m¨¢s espa?oles en sus papeles de Paco y Voz de la fragua. Y Paloma P¨¦rez I?igo, Julio Catania y Ram¨®n Contreras. Buen estilo el de Manolo Mairena, asistido por el excelente guitarrista Carmelo Mart¨ªnez. Como fondo las espl¨¦ndidas voces de las Lolitas, esto es, el Coro Nacional que dirige la profesora Lola Rodr¨ªguez de Arag¨®n: seguras, entonadas, bien cohesionadas.
Me pregunto: ?entre tanta voz, en las solistas y en el coro, no pudo escogerse una para las canciones del Amor brujo? No son accidentales en la primera gitaner¨ªa y despu¨¦s ballet de Falla sino absolutamente sustanciales. La versi¨®n de Fr¨¹hbeck y la ONE fue, admitida la carencia, correcta en general.
El p¨²blico del viernes respondi¨® con muy medido entusiasmo.
Los ?di¨¢logos? de Larrauri
Hubo entusiasmo para una p¨¢gina de dif¨ªcil escucha que se estrenaba en Madrid por los Sinf¨®nicos de RTV: los Di¨¢logos para piano y orquesta de Ant¨®n Larrauri. Escrib¨ª sobre ellos con ocasi¨®n de la primera mundial celebrada en Bilbao en enero del pasado a?o. La magn¨ªfica impresi¨®n de entonces se confirma ahora. En la m¨²sica de Larrauri, hasta el menos avezado a lo contempor¨¢neo, advierte algo. En Di¨¢logos ese algo viene a prolongar experiencias anteriores -Contingencias, Espatadanza- en las que asomaba la fuerte personalidad, el sentido fascinante del color y la capacidad para unir lo racial y lo vanguard¨ªst¨ªco en una f¨®rmula apenas conseguida por otros compositores de cualquier pa¨ªs. Cuando tras la violenta lucha del piano y el gran conjunto instrumental, plena de alusiones y derivaciones arrancadas a la tradici¨®n se hace silencio para que intervenga, en estilo plenamente popular, el versolari, m¨¢s que contradicci¨®n sentimos que todo est¨¢ explicado. All¨ª est¨¢ la ra¨ªz; en el juego de ciusters vertiginosos, fugacidad de ritmos, irisaci¨®n de timbres, la lejana consecuencia. El concierto de Larrauri es m¨²sica de extraordinario valor pl¨¢stico y no s¨®lo en una dimensi¨®n. Pl¨¢sticos son los resultados pero de la verde pl¨¢stica de la geograf¨ªa vizca¨ªna le entr¨® por los ojos, hasta herir el alma del compositor, todo un repertorio de sugerencias: altas monta?as brav¨ªas, verdes h¨²medos, luz fuerte o densidades nebulosas. Gran explosi¨®n barroca la del vanguardista Larrauri. Nos recuerda la teor¨ªa de D'Ors. El barroco se da en cada ¨¦poca y en cada tiempo, es una actitud, un sentimiento, un lenguaje no ce?ido ¨²nicamente a un per¨ªodo hist¨®rico. Una de las condiciones primarias para que exista barroco es justamente la de la contradicci¨®n, la controversia entre t¨¦rminos distanciados. ?No encontramos todo ello en los Di¨¢logos de Larrauri? Su triunfo fue de primer orden y a ¨¦l contrbuyeron el magn¨ªfico pianista franc¨¦s, Jean-Pierre Dupuy, seguro, firme, potente, imaginativo, flexible, la orquesta que luci¨® su caracter¨ªstica agilidad expuesta y el director, Od¨®n Alonso, identificado con las intenciones del autor, poniendo en evidencia cada secreto de la partitura y haciendo del todo un fresco formidable.Exito general recogido personalmente por Larrauri despu¨¦s de la audici¨®n de su obra.
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