De la ¨¦tica-pol¨ªtica a la gesti¨®n social
Una cosa es la pol¨ªtica teorizada y otra distinta la participaci¨®n en actividades pol¨ªticas que afectan pr¨¢cticamente a millones de personas a trav¨¦s de las m¨²ltiples formas institucionales. En la oposici¨®n democr¨¢tica ha abundado la teorizaci¨®n, si bien esto es un punto de vista muy generoso, ser¨ªa m¨¢s aproximado a la realidad decir que, de manera general, se han construido algunos esquemas te¨®ricos sencillos que han producido buenos resultados en la lucha contra la dictadura. Y ello gracias, sobre todo a quienes han sabido enfrentarse sin desfallecimiento con los peligros represivos. Ha habido -por fortuna, sigue habiendo- extraordinarias voluntades, corazones que rebosan la mayor generosidad social, personas capaces de resistirlo todo por la democracia.Hoy, sin embargo, empezamos a estar en otra etapa de la acci¨®n en pro de la democracia. Algo parecido comentaba yo hace a?os con un dirigente de la revoluci¨®n cubana: en la isla revolucionaria hab¨ªa sido necesario readaptar a algunos cuadros que hab¨ªan sido buenos jefes guerrilleros, pero que no acababan de comprender que los m¨¦todos de trabajo son distintos cuando una sociedad ya construye el socialismo en paz.
Hoy, en Espa?a., no es momento de acentuar la protesta (salvo, claro est¨¢, si las transformaciones se interrumpen y los ultras siguen haciendo alguna de sus tropel¨ªas). En estos momentos es necesario acentuar la negociaci¨®n hasta que las palabras se conviertan en hechos, hasta que la democracia que vivimos en la sociedad est¨¦ consolidada en el Estado.
Perfeccionar el sistema de partidos
En el art¨ªculo anterior empezaba a apuntar que, salvo la derecha, los partidos mostraban un ritmo bastante bueno de organizaci¨®n. Pero todav¨ªa no es el ritmo organizativo deseable. Es urgente superar la tendencia generalizada al fraccionamiento. En 1966 y en 1969 ya critiqu¨¦ seriamente -con palabras francas en privado, en t¨¦rminos edulcorados al editar mis p¨¢ginas de an¨¢lisis- la propensi¨®n de diversas personas (demasiadas en todo caso) a preferir ser cabeza de ?rat¨®n? antes que estar en la cola del ?le¨®n?. Algunos se quejaron de mis cr¨ªticas. Ahora debemos seguir criticando esa inclinaci¨®n a que cada tres o cuatro amigos -a veces, tampoco muy avenidos- funden un partido. Quiz¨¢ puede ser comprensible: ?buscan el partido ?ideal?? El partido ideal, como la mujer o el hombre ?ideal?, no existe, existen aproximaciones a nuestros sue?os, pero hemos de ser conscientes, adem¨¢s, que tales sue?os deben ser por otros miles de personas que sue?an con matices
Algunos autodefinidos como ?partidos? tiene que dejar de ser proyectos, para el futuro y convertirse -integr¨¢ndose en otros- en realidades del presente. La sociedad espa?ola no quiere seguir siendo espectadora de escisiones y fusiones y refraccionamientos sin fin. Los partidos tienen grandes funciones de las que tomar la plena. responsabilidad, entre ellas la de la plena representac¨ª¨®n social. No cumplen con ella todav¨ªa, no nos enga?emos. Ni siquiera los partidos de izquierda han llegado a integrar en sus estructuras a todos los sectores sociales que a cada cual les corresponde representar.
Funci¨®n promordial
Esa es, a mi juicio, una funci¨®n primordial que los partidos han de cumplir, y que cumplen en las sociedades democr¨¢ticas: la organizaci¨®n pol¨ªtica de la sociedad, organiz¨¢ndose a s¨ª mismos. En marzo, reci¨¦n llegado por primera vez a Espa?a despu¨¦s de m¨¢s de siete a?os de ausencia, en unas declaraciones a ?La Vanguardia?,de Barcelona, dije que el movimiento social en favor de la democracia me parec¨ªa m¨¢s avanzado que los partidos; hasta cierto punto, los hab¨ªa desbordado, esto es, las masas hab¨ªan pasado a ocupar el puesto de las vanguardias. Este es un fen¨®meno que comporta riesgos: el principal, la falta de direcci¨®n en la que pueden caer las masas, y quien dice falta de direcci¨®n, quiere decir asimismo que, por un lado, esas masas pueden deslizarse hacia tentaciones an¨¢rquicas, violentas, de destrucci¨®n simple que a nada conduce, y por otro lado, pueden estancarse en otro tipo de desorientaci¨®n dominada por el escepticismo, el des¨¢nimo y el retorno desilusionado a la vida individual.
Los partidos tienen que ser las vanguardias pol¨ªticas de la sociedad, como as¨ª son en otros pa¨ªses. En los partidos han de ordenarse las presiones sociales. En los partidos ha de producirse la s¨ªntesis de cada sector de voluntad mayoritaria. Contra la fantas¨ªa de ciertos ut¨®picos, las transformaciones sociales no se hacen con masas informes, sino con grandes partidos o movimientos sociales organizados y sosteniendo objetivos claros. S¨®lo as¨ª, bajo la direcci¨®n de los partidos, puede establecerse una distribuci¨®n racional del poder pol¨ªtico dimanante de la sociedad, perfilar los pactos y negociar las rupturas necesarias con las instituciones del pasado. Una ebullici¨®n social como la que estamos viviendo en Espa?a, en plena crisis, en el intento de transici¨®n a la democracia, no puede resolverse positivamente m¨¢s que a trav¨¦s de los aut¨¦nticos mediadores de cada parte. Si en la negociaci¨®n no se admite a alguna de las partes, lo negociado no podr¨¢ ser m¨¢s que muy provisional, puesto que lo va a romper la presi¨®n social de los sectores que hayan quedado al margen de tal pacto. Las realidades sociales tampoco admiten las trampas. No se crea que por el simple deseo de dejar al margen a algunas fuerzas de la izquierda, esas corrientes van a dejar de tener una funci¨®n social. Tales trampas no pueden ser m¨¢s que elementos generadores de des¨®rdenes sociales, de tensiones y de violencias que a nadie van a beneficiar.
De la negociaci¨®n a la gesti¨®n del Estado
Las fuerzas democr¨¢ticas no s¨®lo est¨¢n empezando a negociar la nueva legalidad, esto es, la serie de libertades p¨²blicas consideradas como legales en Francia, Italia, Inglaterra, etc¨¦tera. Con los antiguos representantes del franquismo que ahora forman el primer Gobierno de la Monarqu¨ªa, la oposici¨®n negocia, expl¨ªcita o impl¨ªcitamente, mucho m¨¢s. He empezado a sugerirlo en los anteriores textos. Los partidos democr¨¢ticos negocian el contenido del Estado, de todas sus instituciones, incluso de las complementarias.
Estamos tratando de pasar de un Estado de excepci¨®n, en el que el aparato represivo era la instituci¨®n predominante, a la edificaci¨®n de un Estado democr¨¢tico que resuma la libre y pac¨ªfica organizaci¨®n del consenso a trav¨¦s de los partidos. Que los sindicatos partidos quieran gozar de la m¨¢s plena libertad para organizarse y manifestarse no significa que ello les baste y que luego vayan a quedarse en sus respectivas casas. Las fuerzas democr¨¢ticas exigen un per¨ªodo constituyente, unas elecciones a trav¨¦s de las cuales aspiran ocupar la parte del poder que el pueblo les d¨¦. Las fuerzas democr¨¢ticas desean, en suma, responsabilizarse de la gesti¨®n del Estado. En este sentido yo estoy en condiciones de poder afirmar que existen los suficientes militantes dem¨®cratas, de unas v de otras tendencias, altamente capaces de llevar a buen t¨¦rmino la administraci¨®n de la cosa p¨²blica.
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