Se va hacia otro teatro
Un excelente art¨ªculo, por su vehemencia y honrada intenci¨®n, escrito por Adolfo Marsillach ha expuesto una vez m¨¢s al p¨²blico lector el problema del no reconstruido teatro Espa?ol: en esta ocasi¨®n con la ventaja y el ¨¦nfasis que puede darle a la cuesti¨®n la firma de tan destacada figura del teatro y el espacio que a ella le ha concedido EL PAIS. Un peri¨®dico cuyo prop¨®sito inicial -y sostenido- es el de acoger una pluralidad de opiniones que contribuyan a clarificar los problemas pol¨ªticos y culturales que a todos nos conciernen.Si el problema tiene suficiente inter¨¦s p¨²blico, ese tema merece un desarrollo, si bien en el desarrollo podemos internarnos en tecnicismos algo complicados. Por ello tratar¨¦ de ser lo m¨¢s claro y conciso posible para oponer algunos detalles a las sugerencias de mi amigo Marsillach, ya que la reconstrucci¨®n de un da?ado teatro nacional (y municipal) no es cosa para nosotros, profesionales del teatro, que deba tomarse a la ligera.
En primer lugar, la conservaci¨®n respetuosa de una sala y un marco que se puede llamar hist¨®rico no debe tenerse por una muestra de ?reaccionarismo ?. Por razones de econom¨ªa en teatros completamente destruidos -v¨¦ase la Opera de Viena, por ejemplo- fue necesario prestar m¨¢s atenci¨®n a su dotaci¨®n t¨¦cnica que a la costosa reconstrucci¨®n del marco. Pero una muestra de cultura y progreso en Alemania, Italia, Suecia, etc., ha sido la conservaci¨®n y entretenimiento de teatros cuyas caracter¨ªsticas nos legan un concepto cultural y social-hist¨®rico valioso y por muchas razones imprescindible para comprender la evoluci¨®n de la escena. Bastante se ha destruido en Espa?a por razones de especulaci¨®n encubiertas por aparentes necesidades de ?puesta al d¨ªa?. La cantidad de monumentos desaparecidos y maltratados no es para exponer en un r¨¢pido art¨ªculo. Y tambi¨¦n por culpa de un progresismo mal entendido se han deshecho conjuntos arquitect¨®nicos y decorativos de un inapreciable valor, aunque no fueran tales monumentos. La Iglesia espa?ola, dogm¨¢ticamente arqueol¨®gica por inclinaci¨®n, ha sido de lo m¨¢s radical en cuanto a falta de respeto en la conservaci¨®n de la belleza material. Falta de sensualidad y falta de gusto, atributos con los que tambi¨¦n se hace y conserva la Cultura con c may¨²scula. No debieran molestar excesivamente los augustos terciopelos bien conservados a nuestro amigo Marsillach, puesto que ellos podr¨ªan dar relevancia, por contraste, a la modernidad de sus puestas en escena; porque es cosa probada y bien comprobada por m¨ª en los ¨²ltimos tiempos que la ruptura queda m¨¢s subrayada por un marco opuesto que no por uno demasiado propicio. En realidad la verdadera ruptura va m¨¢s all¨¢ del teatro a la italiana, para lo cual debiera arrasarse por completo el teatro Espa?ol. Hoy se intenta hacer teatro en iglesias desafectadas, hangares, f¨¢bricas en desuso y cualquier otro lugar que se crea propicio o accesible. En realidad el teatro moderno y mucho del teatro que escribimos o intentamos escribir tiene m¨¢s necesidad de imaginaci¨®n que de t¨¦cnica. Cualquiera de los grupos m¨¢s avanzados de teatro que consultemos nos dar¨¢ una opini¨®n m¨¢s bien adversa sobre el condicionamiento a que les somete un cl¨¢sico espacio, todo lo perfectamente tecnificado que se quiera, y un aparato de luces abrumador por la infinidad de sus combinaciones, innecesarias cuando se trata de emplear braseros de alquitr¨¢n como fuente luminosa. Estas gentes no ejercen ning¨²n terrorismo sobre los espacios cl¨¢sicos por la sencilla raz¨®n de que no los necesitan.
Flexibilidad
Creo haber expuesto en un art¨ªculo de Informaciones, a ra¨ªz del siniestro padecido por el teatro Espa?ol, una parte importante de lo que hoy repito aqu¨ª: un teatro verdaderamente moderno - aparte de lo que pueda permanecer en ¨¦l de arquitectura y decoraci¨®n conservada por la ?sensibilidad? hist¨®rica y est¨¦tica de sus usuarios- necesita una flexibilizaci¨®n del espacio, enganches donde colocar los focos que se quiera y la posibilidad de disponer a capricho sus butacas -aunque ¨¦stas no tengan por qu¨¦ avergonzarse de sus terciopelos para utilizar parte de la sala como escenario. Pero esto ¨²ltimo es aleatorio. La flexibilizaci¨®n del espacio, para un teatro que, como el Espa?ol, se pretende reconstruir y no derribar, consiste en la abundancia m¨¦trica de su escenario y en un foso tolerante y d¨®cil a todas las transformaciones, sin una ?programaci¨®n? t¨¦cnica que, aparentando, servir a la imaginaci¨®n, la condicione excesivamente.
Marsillach habla de ?plataformas giratorias?, un efecto mandado retirar y al que tanto se aferraba Max Reinhardt. Una plataforma. giratoria fija, como el sistema de cubos elevables del que tanto presume el ?theatre de la Ville?, en Par¨ªs, condicionan y embarazan -dicho por los mismos t¨¦cnicos, que se ocupan de su funcionamiento- ciertas puestas en escena que requieren abrir un practicable, trampilla, piscina o cueva donde ya no se puede abrir ni instalar nada, porque el costoso y tedioso juguete: lo impide de todas, todas. Es necesario una superficie plana con la posibilidad de inclinarla y, si se quiere, una plataforma giratoria. desmontable y almacenable. El teatro moderno no es ?capitalista? en el sentido de que requiera un confort t¨¦cnico deslumbrante, sino que es improvisador y experimentalista al m¨¢ximo. El artista ?contradice a su ¨¦poca?, y un teatro tecnificado al modo que era ideal a principios de siglo -que es el que, creo entender, estimula mi, por otras razones, admirado Marsillach- es menos necesario que la conservaci¨®n de ambientes ins¨®litos y arcaicos; pongamos por ejemplo el Patio de los Naranjos de la Mezquita cordobesa, donde los j¨®venes-j¨®venes se sientan al sol a so?ar en mundos recuperables. En mundos recuperables para el teatro tambi¨¦n. Si de veras intentamos ponernos ?a la page? en cuesti¨®n de escena y escenarios, no dejemos de observar a los j¨®venes o los caminos hacia los que, sin equivocarse demasiado, apuntan las aspiraciones de un siglo que termina, no proyectando un teatro que ?realiza? el sue?o de generaciones pasadas. Sue?o mecanicista y confortable dentro de una convenci¨®n teatral algo ajada. Apuntemos de pasada que la obra de Valle Incl¨¢n no deja de hacerse en su tiempo por carencia de maquinaria sino de imaginaci¨®n y verdadera identificaci¨®n con la obra de Valle Incl¨¢n. El verdadero lujo del teatro moderno es ?¨²nicamente? el espacio: un escenario capaz y disponible a todas las transformaciones y sin ?programaci¨®n previa?, salas de ensayo en donde reproducir esquem¨¢ticamente con listones de madera el decorado que se va a utilizar en el escenario...Y apuntemos tambi¨¦n de pasada que la huida de ?condicionamientos previos? y?programaci¨®n t¨¦cnica? es tal en algunos teatros importantes que se ha llegado a dar representaciones en las salas de ensayo -disponiendo a capricho a los espectadores- en lugar de la sala oficial. Espacio para talleres, don de todo lo ?inesperado? se va a hacer posible, y almacenes donde conservar o mantener interinamente el material necesario a las representaciones, cada una de las cuales tiene un particular y libre concepto de lo que es su propia maquinaria y su propia disposici¨®n del espacio. No digo que no pueda intentarse una dotaci¨®n luminosa de lo m¨¢s moderno, pero -con los saltos a los que nos obliga nuestro entrecortado y crispado desarrollo pol¨ªtico y cultural- para tener un teatro de ilusionismo t¨¦cnico programado hemos llegado tarde. Eso s¨ª, para demoler y degradar monumentos y espacios selectos nos hemos siempre apresurado en nombre de un progresismo insustancial y aparentador. La programaci¨®n t¨¦cnica de un teatro a la moda de hace cincuenta a?os, cuando esa programaci¨®n era ideal, es lo que se emplea en cualquier teatro de revista en Broadway. No quisiera ver a nuestras autoridades administrativo-culturales queriendo dar remate a una ?almudena? teatral para que el aut¨¦ntico ?nuevo teatro? la encuentre inutilizable para sus verdaderas aspiraciones. Puedo dar por cierto que el Ministerio de Informaci¨®n se va a hacer en gran parte responsable de esta restauraci¨®n y lo que Marsillach pide al alcalde se lo pido yo a un posible consejo del teatro: que aguce sus sentidos hacia lo que, por una parte, debe ser la conservaci¨®n de un espacio hist¨®rico y hacia donde apuntan verdaderamente las necesidades de un teatro moderno o futuro. La programaci¨®n t¨¦cnica convencional tal como se pudiera inducir de los bien intencionados consejos de nuestro gran actor y director, que acaso -por sus demasiadas ocupaciones- no ha tenido tiempo de meditar en profundidad, posterga la ?realidad? del teatro moderno al desarrollo exclusivo del barroco ilusionista en la versi¨®n t¨¦cnico-triunfal que el teatro moderno, en su m¨¢s alto, espont¨¢neo y, a la vez, serio ?desarrollo? comienza a repudiar.
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