Salir de la crisis/3
Una situaci¨®n econ¨®mica grave, complica y dificulta nuestro proceso de evoluci¨®n pol¨ªtica. La coincidencia cm el tiempo de una profunda crisis econ¨®mica y social como panorama de fondo de la transici¨®n institucional hacia la democracia, hace m¨¢s agudas las conflictividades y m¨¢s apremiantes las soluciones. El que la desaparici¨®n del anterior jefe del Estado y el comienzo del reinado de don Juan Carlos haya tenido lugar precisamente en u?as circunstancias econ¨®micas particularmente adversas no es, ciertamente, imputable a nadie. El que esas circunstancias no hayan sido superadas o mejoradas, s¨ª que tiene en cambio, motivaciones y causas bien definidas.La crisis de nuestra econom¨ªa se inscribe en la ¨®rbita de la crisis mundial, especialmente sentida en los pa¨ªses del Occidente industrializado. La brusca subida de los precios del crudo petrol¨ªfero en los ¨²ltimos meses de 1973 fue el factor desencadenante que desequilibr¨® violentamente la prosperidad y el crecimiento de esas naciones. Aparecieron entonces con coeficientes alarmantes, la inflaci¨®n, el paro, la con tracci¨®n de la demanda, la reducci¨®n del crecimiento y el desorden monetario entre otros s¨ªntomas. A partir de 1974, todos los Gobiernos del occidente industrializado, sin excepci¨®n, pusieron en pr¨¢ctica, con mayor o menor disciplina y coherencia, planes de medio o de largo alcance para yugular las causas y los efectos de la tremenda ola depresiva, la m¨¢s grave que hab¨ªa conocido la econom¨ªa mundial desde 1929. Espa?a, a la que lleg¨®, como a los dem¨¢s pa¨ªses, el temporal de la crisis, fue una excepci¨®n en esta actitud un¨¢nime. Las delicadas circunstancias que crearon en esos a?os la primera enfermedad de Franco y su segunda enfermedad y fallecimiento, hicieron imposible la puesta en marcha de un plan econ¨®mico social destinado a combatir de ra¨ªz las graves causas que originaban esta situaci¨®n. Avisos y llamadas de atenci¨®n no faltaron, y debidas a voces autorizadas en el campo empresarial y en el ¨¢mbito laboral. Pero esas advertencias cayeron en el vac¨ªo por razones pol¨ªticas. Y la situaci¨®n econ¨®mica se sigui¨® deteriorando.
El primer Gobierno de la Monarqu¨ªa no acert¨® tampoco a encararse con el enorme problema como era debido y se limit¨® a ofrecer medidas coyunturales. No parece que el Gobierno actual quiera tampoco establecer un plan de largo alcance, seg¨²n declar¨® el presidente en su alocuci¨®n televisada, aplazando esa decisi¨®n para despu¨¦s de las elecciones. Y con todo ello la situaci¨®n econ¨®mica est¨¢ a punto de entrar en barrena, desbord¨¢ndose quiz¨¢ el ¨ªndice de inflaci¨®n para este a?o de 1976 por encima del 20%, lo cual es una cifra excepcionalmente grave y que roza los l¨ªmites de lo controlable. A partir de ese guarismo, en efecto, se puede entrar en el dominio de lo imprevisible tanto en las repercusiones sociales como en las aventuras pol¨ªticas. En la Europa occidental la gran mayor¨ªa de las naciones industrializadas han logrado mantener este a?o la inflaci¨®n por debajo del l¨ªmite del 10%.
Atacar ese grav¨ªsimo desaf¨ªo a la convivencia social ha de ser un prioritario compromiso que se tome en conjunto por todos los grupos que quieran traer la democracia a este pa¨ªs. Pero el mal es mucho m¨¢s complejo y profundo, aunque la inflaci¨®n sea el m¨¢s urgente y visible. El programa econ¨®mico para la democracia ha de comportar una dimensi¨®n a corto plazo y una dimensi¨®n a medio plazo. Es decir, que una inflaci¨®n superior al 20 % y un d¨¦ficit exterior por cuenta corriente que supera los 3.000 millones de d¨®lares anuales y un paro laboral que puede rondar el mill¨®n de trabajadores son problemas que necesitan tres o cuatro a?os para enderezarse, y de ah¨ª la necesidad de un plan a medio plazo. Al propio tiempo, son indispensables medidas urgentes a plazo corto.. Y entre ellas, como punto de partida para luchar eficazmente con la espiral de los salarios-precios, hay que llegar a la tregua pactada, cuyas dificultades no trato de ocultar, pero sin la cual cualquier g¨¦nero de ?medidas econ¨®micas? corren el riesgo de convertirse en meras afirmaciones carentes de contenido.
Una tregua pactada en el ¨¢mbito social exige evidentemente una previa negociaci¨®n pol¨ªtica. El no haber querido, o podido, llevar a cabo esa negociaci¨®n hasta la fecha, es lo que ha impedido sustancialmente que en Espa?a desde 1973 hasta hoy no se haya combatido eficazmente la enfermedad de la inflaci¨®n. Una tregua de esa naturaleza significa una moderaci¨®n voluntaria en el ritmo de crecimiento del salario monetario y un esfuerzo tambi¨¦n voluntario en reducir la tasa media ?normal? de beneficio de numerosos sectores econ¨®micos. Ambas operaciones son dolorosas y dif¨ªciles. Habr¨ªan de ir acompa?adas de un desmontaje progresivo del c¨²mulo de intervencionismos cartelistas y verticales que hoy asfixian buena parte de los circuitos de nuestra econom¨ªa as¨ª como de una normalizaci¨®n flexible de las relaciones laborales.
Ese ser¨ªa el punto de arranque para salir de la crisis. Sin entrar en m¨¢s detalles que har¨ªan prolijo este comentario, pienso que la reducci¨®n del d¨¦ficit del sector p¨²blico y el replanteamiento del papel de ese sector en la econom¨ªa espa?ola ser¨ªan puntos importantes del programa junto con una reforma progresista del sistema fiscal, una dr¨¢stica reducci¨®n del intervencionismo estatal en lo que tiene de ineficaz y costoso y una especial atenci¨®n a los conocidos focos de despilfarro. En cambio deben acometerse con inter¨¦s preferente todas aquellas necesidades colectivas de infraestructura y equipamiento social, como son las de educaci¨®n, sanidad, urbanismo, comunicaciones, defensa y mejora del medio ambiente que hoy se hacen patentes en una clamorosa demanda de millones de ciudadanos especialmente manifestada con angustiosa exigencia en los n¨²cleos conurbanos de nuestras grandes capitales.
El programa econ¨®mico para la democracia que se halla redactado en sus l¨ªneas generales como documento de trabajo no es ut¨®pico, ni dogm¨¢tico. Es flexible, realista, pragm¨¢tico y viable. Puede empezar a ser implantado desde ma?ana. Supone una filosof¨ªa distinta del papel del sector p¨²blico, del prop¨®sito y contenido del crecimiento y desarrollo, y de los fines ¨²ltimos de nuestra econom¨ªa. Corresponder¨¢ a un modelo econ¨®mico y democr¨¢tico diferente del modelo desarrollista del crecimiento tecnocr¨¢tico. Y tendr¨¢ que ser aprobado en una negociaci¨®n generalizada sent¨¢ndose a la mesa todos los sectores afectados por la crisis econ¨®mica y social. Esta mesa redonda es urgente y ese acuerdo no admite demora. Sobre una econom¨ªa en ruinas no se puede hacer una transici¨®n institucional estable ni levantar un Estado democr¨¢tico moderno, fuerte y eficaz.
Pero ninguno de los males de nuestra econom¨ªa con ser muchos y variados, son insolubles. Al contrario, puede afirmarse que con un programa realista y con una acci¨®n en¨¦rgica, el panorama econ¨®mico-social de Espa?a puede volver a la normalidad antes de 1980.
En el art¨ªculo de Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza publicado ayer se desliz¨® un error en el titular, que deb¨ªa decir ?Garantizar las elecciones? en vez de ?Generalizar las elecciones?.
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