La URSS, en busca de la nueva clave europea
Hasta ahora no se ha dado ninguna explicaci¨®n convincente acerca de las razones que impulsaron la visita del se?or Boris Ponomarev a Londres, que hace unos d¨ªas provoc¨® una de las m¨¢s ruidosas manifestaciones antisovi¨¦ticas de los ¨²ltimos a?os en los Comunes. Parece claro que el se?or Callaghan y el comit¨¦ ejecutivo del ?Labour Party?, autores de la invitaci¨®n, no hicieron m¨¢s que aceptar con resignaci¨®n la presencia del secretario del bur¨® pol¨ªtico del PC de la URSS, responsable directo de la invasi¨®n de Checoslovaquia en 1968. La acogida. que se le ha dispensado a Ponomarev no ha sorprendido a nadie, y sus conversaciones con Callaghan y con los dirigentes sindicales s¨®lo pueden contribuir a debilitar la ya deteriorada imagen del laborismo ante el electorado brit¨¢nico, lo cual resulta tanto m¨¢s grave si se considera que el partido tuvo que presentarse ayer a unas elecciones parciales para cubrir tres vacantes en Westminster. No cabe duda, por lo dem¨¢s, de que el esc¨¢ndalo Ponomarev les ha servido a los ?tories? para arrimar m¨¢s agua a su molino. Si Callaghan ha aceptado estos inconvenientes es porque no le ha quedado otro camino. En junio, poco antes del congreso de los PC europeos en Berl¨ªn, el propio se?or Ponomarev gestion¨® insistentemente esta visita a Gran Breta?a, y ¨²ltimamente la embajada sovi¨¦tica en Londres reiter¨® el pedido ante el se?or Foot, l¨ªder del ala izquierda del laborismo y segundo de Callaghan en la conducci¨®n del partido. Ponomarev viajo a Londres.Pero el inter¨¦s del disc¨ªpulo de Suslov, que ha asumido con impasibilidad un riesgo previsible y calculado, no es gratuito. El informe preparado en febrero por el Comit¨¦ Central del PC de la URSS sobre la situaci¨®n pol¨ªtica de Alemania, Gran Breta?a y los pa¨ªses escandinavos, en relaci¨®n con lo, movimientos eurocomunistas de la Europa Latina, y que indujo a Mosc¨² a aceptar algunas de las condiciones impuestas por el se?or Berlinguer y el se?or Marchais para la realizaci¨®n del c¨®nclave de Berl¨ªn, se ha visto en parte desmentido por hechos posteriores, sobre todo en un punto: ni el laborismo brit¨¢nico ni las social democracias escandinavas y ale manas se han acercado ?progresivamente? -, como al parecer anunciaba Brejnev al Partido Socialista franc¨¦s, que con su uni¨®n con el PC de Marchais representa la piedra angular del eurocomunismo latino. Tampoco han mantenido ni siquiera una actitud de ?neutralidad armada? frente a Berlinguer. Al mismo tiempo, el electorado alem¨¢n y n¨®rdico ha presionado sobre la socialdemocracia hacia la derecha, y no hacia el statu quo o hacia la izquierda, como los ?detentistas? sovi¨¦ticos cre¨ªan, y hoy los partidos de extracci¨®n conservadora se est¨¢n afianzando hasta en Finlandia, sin contar con la caida de Palme en Suecia, ni con el endurecimiento de Kreinsky en Austria respecto de Hungr¨ªa y. Checoslovaqu¨ªa, ni con el de Noruega y Dinamarca, que adem¨¢s de aumentar su presupuesto militar -es decir, sus compromisos con la OTAN-, empiezan ahora a distanciarse en la ONU de pa¨ªses del Tercer Mundo ?amigos de la URSS?. La idea de que la crisis econ¨®mica y la consiguiente presi¨®n social obligar¨ªa a la socialdemocracia a acentuar su pol¨ªtica obrerista en detrimento de la econom¨ªa capitalista o de ?mercado? -como pareci¨® sugerirlo la ley de cogesti¨®n obrera promulgada en Alemania Federal en abril- no se ha concretado. Los ricos de Europa, ante la s¨²bita pobreza, se aferran a sus reservas, y no s¨®lo a las ?morales?.
A la URSS le resta saber ahora qu¨¦ ocurrir¨¢ en Gran Breta?a, donde la izquierda laborista conserva todav¨ªa mucho predicamento. Es muy probable que el se?or Ponomarev haya querido tantear in situ sus posibilidades electorales, y especialmente, hasta qu¨¦ punto Foot y las Trade Unions est¨¢n dispuestas a socavar realmente a Callaghan, y a intervenir en la CEE, en contra de las exigencias econ¨®micas militares de Bonn. En ese sentido, en el term¨®metro de Ponomarev tienen que haberse se?alado, por fuerza, no las descontadas reacciones de la derecha laborista y conservadora ante su visita, sino las de la izquierda -m¨¢s privadas- ante esas reacciones. Las conclusiones de Ponomarev, en las que seguramente se incluir¨¢n tambi¨¦n referencias muy exactas sobre la posici¨®n brit¨¢nica en el problema de Sud¨¢frica y Rodesia, pesar¨¢n bastante en la futura pol¨ªtica europea de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, puesto que la izquierda laborista es el ¨²nico sector socialdem¨®crata que a¨²n comparte sin reticencias las tesis de Mosc¨² sobre la ?detente?.
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