Sobre la conquista y la concesi¨®n de la democracia
No es f¨¢cil saber por qu¨¦, pero es el caso que mucha gente anda diciendo por ah¨ª que la democracia no se concede, sino que se conquista. Hay que entender que el encargado de llevar a cabo esa conquista es el mismo pueblo que va a disfrutar de ella.Si se toma esta afirmaci¨®n en sentido general (es decir, con referencia a diversos pa¨ªses y diversas ¨¦pocas), resulta tan discutible que no se entiende bien que hasta sesudos profesores se lancen a proclamarla. Basta con echar una ojeada a la historia reciente para convencerse de que m¨¢s bien ha ocurrido lo contrario de lo que aquella afirmaci¨®n proclama.
En efecto, por unas u otras razones (para el caso eso importa poco), los alemanes llevaron a Hitler al poder en unas elecciones. Luego hubo una oposici¨®n interior, pero fue d¨¦bil y, en definitiva, impotente para derribarlo. Cabe suponer que buena parte del pueblo alem¨¢n, no s¨®lo soport¨®, sino que apoy¨® a Hitler, y hay quien llega a decir que el nazismo estar¨ªa a¨²n en el poder, de no haberse producido la guerra mundial. Lo que se diga de Alemania puede aplicarse, con pocas variantes, a Francia y, en mayor medida,a¨²n, a Italia. ?C¨®mo afirmar entonces que la democracia se conquista y no se concede? En los tres importantes pa¨ªses que acabo de mencionar, y en alg¨²n otro que pudiera encontrarse, la democracia no fue conquistadapor elpueblo, sino concedida o, quiz¨¢s, impuesta por los ej¨¦rcitos extranjeros. (Lo que, por cierto, no significa que funcione mal. Pero ¨¦sa es otra cuesti¨®n.)
Ahora bien, a lo que parece, los que hablan de que, ?la democracia no se concede, sino que se conquista?, est¨¢n pensando, al decirlo, en Espa?a, en Su¨¢rez, en Coordinaci¨®n Democr¨¢tica, etc¨¦tera, etc¨¦tera. Pero, entendida en ese sentido m¨¢s concreto, la afirmaci¨®n tampoco resulta convincente y vamos a tratar de verlo con alg¨²n detalle.
La oposici¨®n, con su presi¨®n incesante y a menudo arriesgada, habr¨¢ contribuido de manera importante al tr¨¢nsito a la democracia, si por fin ¨¦ste se produce. El que esa presi¨®n haya ido mezclada con utop¨ªas, ansias de poder y peque?as rivalidades personalistas no le quita todo m¨¦rito en el orden moral (aunque s¨ª matiza ese m¨¦rito), ni eficacia en el plano real. Parece seguro que, de no haberse producido huelgas, manifestaciones y otros actos de protesta, el r¨¦gimen nunca se hubiera reformado.
Conviene advertir, dicho sea de paso, que, a menudo, la oposici¨®n se atribuye menores m¨¦ritos de los que realmente tiene, cuando afirma que nada ha cambiado ni puede cambiar y que las cosas van peor que nunca. Pues, si nada ha cambiado, la presi¨®n de la oposici¨®n no ha servido de mucho. La oposici¨®n minimiza su influencia, en cierto modo, al proclamar el inmovilismo de su oponente.
A veces se oye decir tambi¨¦n a algunas gentes de la oposici¨®n: ?Bien; reconocemos que algo ha cambiado, pero es evidente que los cambios los hemos producido nosotros?. Esto resulta algo m¨¢s realista, pero tampoco del todo convincente. Pues s¨ª es cierto que la oposici¨®n ha contribuido al cambio, no lo es que ella haya sido el ¨²nico (ni quiz¨¢ siquiera el principal) motor del cambio. Otros factores han contribuido decisivamente.
Uno de ellos, la desaparici¨®n del anterior jefe del Estado. El poder personal de Franco es muy dif¨ªcil de sustituir, desde el punto y hora en que nadie tiene el carisma que ¨¦l tuvo entre amplios sectores de la poblaci¨®n; carisma nacido del hecho de haber ganado la guerra y construido un nuevo Estado. No es f¨¢cil que alguien, despu¨¦s de ¨¦l, fuera capaz de mantener unidas las complejas fuerzas que integran el r¨¦gimen.
Por otra parte, cabe pensar (aunque s¨¦ que esto es discutible y quiz¨¢s otro d¨ªa lo discuta) que el mismo Franco prepar¨® la sucesi¨®n para que la continuaci¨®n de un poder personal, semejante al suyo, ya no fuera posible o, al menos, no fuera f¨¢cil. En efecto, la ley Org¨¢nica, obra de Franco, establece una extra?a divisi¨®n de poderes entre el Rey y la clase pol¨ªtica, que no acaba de darle a aqu¨¦l el poder total, ni de quit¨¢rselo del todo. El Monarca prefigurado en aquel texto fundamental no es ni un Rey absoluto ni un Rey constitucional, sino una extra?a mezcla de las dos cosas. Ese raro artilugio legislativo, que parece basado en la doble desconfianza (tan caracter¨ªstica de la personalidad de Franco) hacia el que iba a ser su sucesor y los que hab¨ªan sido sus fieles colaboradores, perpetuaci¨®n del ?divide y vencer¨¢s? que siempre practic¨®, hace dif¨ªcil la continuaci¨®n de la dictadura: el Rey no puede convertirse (en el supuesto de que quisiera) en un dictador y un general (en un civil no cabe pensar); tendr¨ªa que dar un golpe de Estado de imprevisibles consecuencias para asumir todo el poder, peligrosa bomba de mano que podr¨ªa estallarle en las manos en cualquier momento. No, Franco no lo dej¨® todo atado y bien atado como algunos dicen, con escasa penetraci¨®n, a mi juicio.
Si por fin viene la democracia, la presi¨®n internacional habr¨¢ tenido tambi¨¦n que ver en ello. Ese ser¨ªa quiz¨¢s el factor decisivo, m¨¢s importante quiz¨¢ que la presi¨®n de la oposici¨®n interior, pues la fuerza de esta ¨²ltima depende, en gran medida, del apoyo que recibe de fuera. Espa?a, pa¨ªs peque?o y dependiente, necesita mantener buenas relaciones con el exterior, pero la diferencia de reg¨ªmenes pol¨ªticos entre nuestro pa¨ªs y aquellos con que por fuerza ha de relacionarse dificulta (aunque, claro est¨¢, no imposibilite por completo) la buena relaci¨®n.
Parece claro, por ¨²ltimo, que sin la actitud flexible e inteligente de buena parte de la actual clase pol¨ªtica, la reforma de signo democr¨¢tico dif¨ªcilmente pudiera producirse. Pues ya se empieza a reconocer (?al fin!) que la oposici¨®n no tiene fuerza suficiente para derribar al r¨¦gimen, aunque s¨ª la tenga para presionarlo. Lo cual implica que el r¨¦gimen, si quisiera, podr¨ªa seguir ?tirando? bastante tiempo. Algunos dir¨¢n. que si se metiera en el bunker no tardar¨ªa en llev¨¢rselo la riada revolucionaria. Pero, aparte de que esto quiz¨¢ no sea cierto (?hemos o¨ªdo tantas veces la profec¨ªa del hundimiento del r¨¦gimen y todav¨ªa sigue en pie!), se reconocer¨¢ que ese hundimiento no iba a ser inmediato y que los actuales beneficiarios del poder podr¨ªan seguir disfrutando bastante tiempo de sus prebendas. Por eso cabe pensar que quienes desde dentro del r¨¦gimen intentan el cambio, contribuyen al mismo de manera importante.
El cambio, la reforma, si finalmente se consolida, habr¨¢ sido, en parte, conquistada por la oposici¨®n, en parte concedida por el r¨¦gimen, en parte impuesta por las democracias exteriores y en parte preparada (?quiz¨¢ contra su voluntad?) por el propio Franco. Las cosas son, si el anterior an¨¢lisis es correcto, m¨¢s complejas de lo que parecen a simple vista y de lo que algunos pretenden. En consecuencia, nadie puede atribuirse ?totalitariamente? el ¨¦xito de la ?muerte del comendador?, ni nadie puede arrogarse la exclusiva para extender certificados de buena conducta democr¨¢tica, ni negar a los dem¨¢s su contribuci¨®n al cambio. Quiz¨¢ sea l¨®gico que algunos pretendan atribuirse esa exclusiva. Pero no ser¨ªa l¨®gico que algunos pretendan atribuirse esa exclusiva. Pero no ser¨ªa l¨®gico que nos lo crey¨¦ramos.
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