Un aut¨¦ntico engendro
Cuando el cine era importante para la vida de muchos millones de seres humanos, cuando el imperialismo abrumador de la industria americana controlaba f¨¦rreamente a todos sus competidores, la producci¨®n de pel¨ªculas se ajustaba a unos c¨¢nones feroces, tan r¨ªgidos que resaltaba pr¨¢cticamente imposible ignorarlos. Hab¨ªa varios niveles —econ¨®micos y art¨ªsticos a la vez — y la llamada serie B, a la que pertenec¨ªan las pel¨ªculas de presupuesto medio, encuadradas en g¨¦neros comerciales como el policiaco, el ?western? o el terror, serv¨ªa de rampa de lanzamiento a nuevos talentos creadores, a la vez que constitu¨ªa una saneada fuente de ingresos para los circuitos de segunda y tercera categor¨ªa.
Vinieron de dentro de?, pel¨ªcula escrita y dirigida por David Cronenberg, producida por Ivor Reitman y fotografiada por Robert Saad, con efectos especiales de Joe Blasco
Int¨¦rpretes: Paul Hampton, Joe Silver, Lynn Lowry y B¨¢rbara Steele. Estrenada en Lope de Vega y Fuencarral.
Luego lleg¨® la televisi¨®n, cambios fundamentales en la historia, con la aparici¨®n de las naciones del tercer mundo y el comienzo de la ruina del Hollvwood tradicional. Este sistema de trabajo tuvo que adaptarse a las nuevas condiciones estructurales, marcadas por la competencia de la pantalla electr¨®nica y las posibilidades comerciales de la pornograf¨ªa y manifestaciones conexas.
Es una obra tan absolutamente infame y repugnante que no valdr¨ªa la pena ocuparse de ella, salvo para execrarla —y a¨²n faltar¨ªan palabras—, pero nos sirve muy bien como ejemplo de las trascendentales modificaciones ocurridas en la industria del espect¨¢culo cinematogr¨¢fico americano. Por una parte, la pobreza presupuestaria podr¨ªa hacernos pensar que estamos ante la t¨ªpica ?serie B?, realizada con menos talento a¨²n que dinero, pero el asunto tratado y la forma de desarrollarlo —unas extra?as babosas que originan un inagotable furor sexual en los seres humanos— demuestran que nos hallamos ante una obra ?pomo? en sentido estricto, aun dentro de unas apariencias h¨ªbridas entre el terror y la ciencia-ficci¨®n.
No tengo nada en contra de la industria pornogr¨¢fica ——aunque s¨ª pueda reprocharle su incre¨ªble y tozuda falta de imaginaci¨®n, burda capacidad expresiva y reiteraci¨®n tem¨¢tica —, sobre todo, comparado con otras m¨¢s peligrosas a la larga, como tu publicitaria, la dedicada a fabricar licores y, no digamos, la de armamentos, pero si me parece una doble estafa para el sufrido espectador ofrecer este celuloide impresionado, cortado y manipulado, sin avisarle claramente que se trata de una muestra del g¨¦nero porno en su versi¨®n ?soft?, es decir, sugiriendo las exhibiciones corporales y sexuales m¨¢s atrevidas, mientras el pomo hard ser¨ªa la denominaci¨®n de las obras totalmente expl¨ªcitas, sin el menor disimulo. Los aficionados entusiastas quedar¨¢n, sin embargo, defraudados, porque las ?adaptaciones? y ?supresiones? —sea en origen, en la propia distribuidora o por las tijeras censuras, que para el caso es lo mismo— han dejado al producto impresentable, aunque algo m¨¢s atrevido que el porno a la espa?ola, donde las bragas y los calzoncillos siguen siendo tas prendas de rigor.
El verdadero fondo del problema est¨¢ en presentar este engendro (a a?os luz por debajo de la cota industrial m¨ªnima del m¨¢s torpe telefilme), en el mismo local que acaba de exhibir Missouri, de Arthur Penn. Los empresarios deben examinar cr¨ªticamente lo que les ofrecen los distribuidores y no aceptar jam¨¢s estos subproductos sin avisar claramente a tos espectadores lo que les espera, o bien especializarse, con todas las consecuencias, en producciones pornogr¨¢ficas que no tardar¨¢n en venir en oleadas, a medida que la tolerancia del pa¨ªs lo vaya perdiendo.
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