Miguel Mihura, en la Academia
No es nada f¨¢cil precisar y distinguir entre la parte de nuestro teatro de humor que se despeg¨® de los ficheros de la vanguardia c¨®mica y la parte de ¨¦sta -aquella que fue vanguardia en los a?os treinta, los a?os de Tres sombreros de copa- que se disolvi¨® al fin sobre nuestra vida literaria, fertiliz¨¢ndola. La verdad es que, en cualquier caso, gracias al empe?o de un grupo muy -definido de humoristas, a su tenacidad y a su talento, una zona muy tradicional e importante de nuestra vida teatral se ha insertado, sin dificultades, en el preceptivo concepto de la literatura de humor. Miguel Mihura, que ahora llega a la Academia de la Lengua, esper¨® veinte a?os el estreno de su primera comedia. Aun as¨ª, tard¨® algo m¨¢s en conseguir que las clavijas de los espectadores no saltasen frente a su teatro. Total: treinta a?os, m¨¢s o menos, para que el p¨²blico descubriese la gran piedad defendida por la fina alambrada humor¨ªstica exterior y para que el autor adivinase la necesidad de buscar los materiales de su trabajo entre los puros trozos de la vida.A estas alturas est¨¢ bastante claro que la obra de Mihura ha sido elaborada con materiales dram¨¢ticos ardientes, pudorosamente protegidos por los chispazos de un di¨¢logo que se bate a estocadas en defens de los buenos. Todos los calificativos colgados al teatro de Mihura -po¨¦tico, ternurista, etc¨¦tera- est¨¢n prendidos del mismo clavo: un escritor muy personal mira alrededor,y descubre absurdos diarios, peligros tristes, graves y tontos en la vida cotidiana, abandonos y degradaciones, y decide contemplar esos gestos amenazadores desde lo alto de un escenario para provocar en el espectador un adem¨¢n de estupor muy curativo y, en cierta manera, incluso cat¨¢rtico. El empe?o de Dorotea, la bella muchacha pueblerina, abandonada por su novio el d¨ªa de la boda, de continuar andando por las calles con su traje blanco, como un uniforme, no es una pirueta: es una manera de evitar que, la constante tr¨¢gica de su vida se nos adelgace y olvide. Por eso, en la progresi¨®n teatral de Mihura, hay cada vez menos chistes, juegos de palabras o asociaciones de comicidad sonora. Mihura -en cierto modo como lonesco, inmortalizado. tambi¨¦n por la Academia francesa- amplifica b¨¢rbaramente unos datos para que a trav¨¦s de tan fenomerial microscopio tomemos m¨¢s f¨¢cilmente conciencia de nuestras miserias y debilidades. Por contrapartida, en Mihura no hay, casi nunca, falta de l¨®gica en los caracteres.
Las relaciones que se establecen entre sus personajes pueden tener apariencias estremecedoras o maravillosas, pero son, en el espacio esc¨¦nico, completamente posibles e indiscutiblemente veros¨ªmiles. Lo que sorprendi¨® un poco es que Mihura rebusc¨® su materia dram¨¢tica en el mundo de los automatismos para producir compasi¨®n y miedo. Es que en el di¨¢logo, en las situaciones, en los caracteres, Mihura ha estado siempre descortezando un sistema de vida y, por ello, invit¨¢ndonos a tomar partido. Mihura ha sido siempre muy tierno con los personajes que ama a cambio de no conceder nunca nada a los simp¨¢ticos. Por eso apenas si hay en sus grandes escenas po¨¦ticas alg¨²n medroso elemento l¨ªrico. La verdad es que s¨®lo ha dispuesto de una palanca para mover a los simp¨¢ticos: la sinceridad. Con ella ha realizado ese equilibrio en que Mihura es maestro, sostenido por su gran hallazgo: po¨¦tico es, para el escritor, todo hecho que altera ins¨®litamente la vida normal de un personaje. M¨¢s po¨¦tico, no cuando m¨¢s extraordinario sea el hecho, sino cuando m¨¢s normal sea aquella vida. Mihura aprueba, vigorosamente, a las gentes que se atreven a encarar la vida como una serie de proposicipnes m¨¢gicas que no s¨®lo no perturban, sino que consuelan. Mihura no sabe ser testigo. Es siempre, a su manera, un moralizante. Y al decir ?moralizante? quiero decir ?piadoso?, como al dedir inteligente quiero implicar ?reflexivo?. Mihura es un humorista bastante completo: es decir, un elcritor capaz de instalarse en una posici¨®n ¨¦tica personal, buscar un tema dram¨¢tico y, misericordiosamente, darle a ese tema el bals¨¢mico tratamiento de las sonrisas.
La evasi¨®n como actitud cr¨ªtica
Ser¨ªa un error considerar que la evasi¨®n es siempre un a priori en la obra de Mihura. En principio, un cierto evasionismo podr¨ªa ser la consecuencia de una actitud cr¨ªtica primaria que, en desacuerdo con el valor de la realidad estudiada, pretende sustituirla por otra distinta. Cierto que hay autores: en quienes esa nueva y distinta realidad es pura fantas¨ªa imposible. Pero en otros -y creo que este es el caso de Mihura- la vida propuesta se arma con algunas columnas salvables de la realidad anterior. Lo curioso es que la coincidencia de estas dos ramas de la literatura evasionista se produce siempre en el terreno oral y se caracteriza por un menosprecio radical del valor de la palabra. Mihura -como Tono,como lonesco, como Beckett- parece creer que las expresiones verbales arriban a un punto en que no expresan ya el pensamiento del hombre, sino su mecanizada rutina. La inercia, la tradici¨®n, la apariencia y la costumbre provocan ciertos intercambios sonoros que, en general, no est¨¢n pensados ni sentidos. En esas condiciones, la huida comienza por ser un menosprecio de la palabra. Ser¨¢ cosa de ver las papeletas de diccionario que prepare Miguel Mihura. responsable ahora de nuestras definiciones.
Miguel Mihura empieza a escribir al comienzo de los a?os treinta. Colabora entonces en Buen Humor, Guti¨¦rrez y Muchas gracias. Hijo de actor, se mueve y se familiariza con ese mundo rico en agitaciones. sensibilidades, alegr¨ªas y fatigas. Su primera aventura teatral es la direcci¨®n art¨ªstica de la compa?¨ªa Alady. Una encantadora experiencia de la que huye con un pu?ado de recuerdos que organizan el fondo documental de los Tres sombreros de copa. Inicia una actividad cinematogr¨¢fica en la que han de figurar treinta, t¨ªtulos y va afinando su manera de mirar. Tres a?os de enfermedad y una grave operaci¨®n en una pierna le inmovilizan. Y esa fijaci¨®n permite que aquel mundo de recuerdos se ponga en pie y nazca, en 1932, la primera comedia. Una comedia valiente, fresca, llena de vitalidad y coraje. Una comedia que se anticipa a toda la vanguardia francesa posterior y que salva ya lo que hay que salvar en cualquier deformaci¨®n: el mundo, po¨¦tico. En ese sentido Tres sombreros de copa es un esperpento cordial, seg¨²n la just¨ªsima calificaci¨®n de Domenech, porque la serie de sus personajes grotescos -el odioso se?or, el anciano militar, el cazador astuto, el guapo muchacho, el alegre explorador y el rom¨¢ntico enamorado- est¨¢ muy emparentada con las esperp¨¦nticas . figuras de Valle-Incl¨¢n. Y es un milagro de cordialidad porque por encima de los dibujos inmisericordes de los dos mundos que chocan -el mundo de la burgues¨ªa provinciana y el mundo de la libertad vagabunda- hay una an¨¦cdota amarga y graciosa ennoblecida por un ba?o de poes¨ªa.
Un humorismo liberal
Pero esa comedia no la quiso nadie. Mihura abandon¨® el teatro. Vino la guerra. Naci¨® La ametralladora. Mihura escribi¨® con Tono Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, y con Alvaro de Laiglesia El caso de la mujer asesinadita. Despu¨¦s, fr¨ªamente, desesperadamente, esper¨® a que, pasase la oleada que le vinculaba, por sistema, a todo el codornicismo. Y en 1953 recomenz¨® su carrera de autor. ?Escribir una funci¨®n de teatro -dijo- es una de las cosas m¨¢s endemoniadamente dif¨ªciles que se han inventado para ganar dinero, y por eso yo, siempre que puedo, me resisto a hacerlo.? Ah¨ª naci¨® una reputaci¨®n de pereza que desmienten dos docenas de t¨ªtulos. Por su orden de estreno, terminada la etapa de las colaboraciones -con Calvo Sotelo, Tono y Laiglesia- ¨¦stos son los t¨ªtulos de Mihura: Tres sombreros de copa, El caso de la se?ora estupenda, Una mujer cualquiera, A media luz los tres, El caso del se?or vestido de violeta, Sublime decisi¨®n, La canasta, Mi adorado Juan, Carlota, Melocot¨®n en alm¨ªbar, Maribely la extra?afamilia, El chalet de madame Renard, Las entretenidas, La bella Dorotea, Ninette y un se?or de Murcia, Milagro en casa de los L¨®pez, La tetera, Ninette (Modas de Par¨ªs) y S¨®lo el amor y la luna traen fortuna.
Ah¨ª dentro hay comedias tradicionales y comedias revolucionarias. Hay levedades y profundidades. Hay imperfecciones t¨¦cnicas y estupendos hallazgos de construcci¨®n. Hay iron¨ªa, ternura, absurdo, poes¨ªa, exasperaci¨®n, tolerancia, inventiva, sencillez, abandono, gravedad, concesiones y sentido final. Hay mucho todo eso Mihura busca su camino: denuncia temerosa de la realidad, organizaci¨®n individualizada de la defensa, degradaci¨®n de la monoton¨ªa cotidiana, interpretaci¨®n sentimental de los conflictos del yo, respeto a las ambig¨¹edades de la persona humana. En casi todos los intercambios coloquiales de Mihura se recorta y dibuja un mito personal o colectivo, se le ilumina y clarifica se le contempla con escepticismo y se le ahoga bajo el t¨®pico de su propio discurso. Los personajes se disuelven en el lago de sus mismas afirmaciones. A Mihura no le interesael origen -el origen social- de los automatismos. A Mihura le basta con asumir dram¨¢ticamente lo que pueda quedar dentro de cada personaje de libertad interior no formulada. Le basta con decidir, en cada caso, el comportamiento de cada personaje. Los problemas de Mihura son problemas de personalidad. Mihura es pesimista. Fuera de las personas no contempla m¨¢s que un medio opresivo contra el cual s¨®lo cabe, eventualmente, una actitud desde?osa. Mihura antepone la sinceridad a lajusticia. Su falso intelectual, su falsa prostituta, o su falso socialista ejemplifican, una y otra vez, la mejor tradici¨®n del humorismo liberal.
La condici¨®n m¨¢s notable de este Iiberalismo literario es su correcto respeto al espector. La brusca fractura humor¨ªstica de las escenas sentimentales es una limpia manera de renunciar a la forzosidad, l¨ªrica y a su recuelo ternurista. Como Mihura llega a la Academia con su obra, pr¨¢cticamente terminada -seg¨²n sus propias declaraciones-, se puede cerrar, provisionalmente, este juicio: Miguel Mihura es autor de un teatro probablemente quebradizo, t¨ªmido, pesimista en su fondo, bastante desilgado de la ¨²ltima problem¨¢tica contempor¨¢nea, hostil a todos los grandes fermentos conflictuales de nuestro tiempo y decididamente local. Pero es el teatro de un hombre que tard¨® veinte a?os en estrenar su obra maestra, que era, adem¨¢s, su primera obra. En esas condiciones Mihura pact¨® con su eventual clientela. A estas alturas es una cuesti¨®n bizantina tratar de saber si hizo bien o sifilzo mal. Pero es importante decir, en este minuto, que en ese pacto posibilista no hubo nada innoble. El teatro no fue muy bien entendido por la Academia. El nombre de Mihura repara algunos olvidos y neutraliza bastantes desaguisados. Enhorabuena al autor y, por su puesto, a la Instituci¨®n.
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