La negociaci¨®n, deber moral del Gobierno
El viernes a las once menos tres minutos de la noche, el ministro de la Gobernaci¨®n. se?or Mart¨ªn Villa se dirig¨ªa por televisi¨®n al pa¨ªs y presumiblemente tambi¨¦n a los secuestradores del se?or Oriol para anunciar que no se negociar¨ªa la liberaci¨®n del presidente del Consejo de Estado. En ese momento expiraba el plazo fijado por los secuestradores para recibir contestaci¨®n a su propuesta de amnist¨ªa (actualmente hay en las c¨¢rceles espa?olas 158 penados por delitos no comunes). El centro de la argurrientaci¨®n, se resume as¨ª: el Gobierno no puede aceptar la coacci¨®n. De lo contrario. quedar¨ªa la autoridad en manos de los extremistas. En otro momento. el ministro a?adi¨®: ?De producirse el asesinato de don Antonio Mar¨ªa de Oriol. no existir¨ªan m¨¢s responsables que aquellos que lo realicen ... ?
Pues bien, aglunos espectadores creyeron ver un acento de dudosa seguridad en esta aclarac¨ª¨®n (no pedida) del se?or Mart¨ªn Villa. Y creen que por el contrario el Gobierno tiene en este caso el deber moral de nesiociar la liberaci¨®n del se?or Oriol anteponiendo el valor irrepetible de una vida humana a cualquier consideraci¨®n de prestigioo pol¨ªtico.
S¨®lo en el caso de que la liberaci¨®n del secuestrado pudiese acarrear la p¨¦rdida segura de otras vida, inocentes podr¨ªa plantearse el Gobierno en el plano moral, la ilicitud de la negociaci¨®n.
Los precedentes son numerosos: en dos ocasiones, 1968 y 1970, Israel negoci¨® con grupos de secuestradores la liberaci¨®n de rehenes (hay que tener en cuenta que Israel es el Estado que ha mantenido una postura m¨¢s firma frente al terrorismo). Pero desde que la plaga de secuestros se extiende por el mundo. se han realizado canjes y pactos entre gobiernos y secuestradores: recordemos la liberaci¨®n del embajador alem¨¢n en Brasil a la que accede un Gobierno no precisamente dernocr¨¢tico. mediante la liberaci¨®n de cuarenta prisioneros. En 1973. el embajador norteamericano en Hait¨ª es secuestrado Y liberado tres d¨ªas despu¨¦s. previa excarcelaci¨®n de doce prisioneros. Por no citar sino los casos m¨¢s conocidos y recientes.
Es preciso ver si la actitud del Gobierno est¨¢ inspirada por criterios rnorales. o existen para ¨¦l valores que prevalecen sobre los de orden ¨¦tico.
Por eso, un secuestro de esas caracter¨ªsticas es una prueba de fuego para ¨¦ste y para cualquier otro gobierno.
El se?or Mart¨ªn Villa a?adi¨® en su alocuci¨®n que. ?de producirse el asesinato del se?or Oriol. recaer¨ªa ¨²nicamente sobre sus asesinos. que ser¨¢n perseguidos por iniperativos de lajusticia y no de la venganza".
Aparte del car¨¢cter superfluo que esta ¨²ltima aclaraci¨®n tenga en un pa¨ªs civilizado, conviene ver c¨®mo el ministro de la Gobernaci¨®n termina sus palabras con-una nueva alusi¨®n al prestigio del Gobierno. que ?abdicar¨ªa de su condici¨®n de tal si se dejase arrastrar por cualquier grupo ... ?
Y hay que decir que todas esas consideraciones son muy dignas, pero vienen despu¨¦s de una prioridad: salvar por todos los medios l¨ªcitos la vida de un inocente. Si este primer valor no se reconoce. hay que pensar que nos encontramos ante una doctr.ina totalitaria. Illero si el Gobierno se reclama de los principios de la moral cristiana y del humanismo occidental. ha d~ actuar como si la vida humana fuera un valor absoluto. y la imagen de la autoridad un valor b¨¢sico. pero relativo. Si esto no es, as¨ª. por el camino del prestigio del Estado. no es imposible desembocar.e n Auschwitz o en los sanatorios psiqui¨¢tricos de Siberia.
El se?or Mart¨ªn Villa tiene que comprender que est¨¢ ante una emersiencia extrema que pone en cuesti¨®n la vida de un hombre. pero tambi¨¦n el entero fundamento moral sobre el que se apoya el Gobierno.
Muchas veces esa prioridad coincide. adem¨¢s. con la prudencia Pol¨ªtica.
Los arsiurnentos que anteponen a todo el prestigio de la autoridad se volver¨ªan contra sus patrocinadores si ocurre lo peor.
No se podr¨¢ ya enga?ar a este pa¨ªs con la facilidad de antes: hab¨ªa. y quiz¨¢ haya, posibilidades m¨¢s o menos seguras de negociaci¨®n. Habr¨ªa, y quiz¨¢ haya a¨²n, procedimientos legales para la conmutaci¨®n d¨¦ penas y posibilidades claras (y hasta-oportunidad pol¨ªtica) para la amnist¨ªa.
El terrorismo de los secuestradores. tanto m¨¢s repugnante cuanto ejerce la m¨¢xima coacci¨®n sobre un horribre indefenso. no se erradicar¨¢ con la falsa energ¨ªa del poder. sino con la verdadera fuerza moral de la autoridad justa.
Es posible que estas l¨ªnea lleguen tarde a todos. Pero si no es asi hay que repetir a cinco lectores la necesidad de esperar unos d¨ªas m¨¢s: el tiempo indispensable para negociar.
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