Los teatros nacionales durante el franquismo
Al concluir la segunda guerra mundial, la instauraci¨®n en Europa de democracias parlamentarias o populares supuso el comienzo de un nuevo lugar y valor para el teatro. Los estados adoptaron planes de descentralizaci¨®n administrativa y cultural -m¨¢s o menos contundentes y eficaces- y comprendieron que para que el teatro existiera como hecho cultural deb¨ªa ser liberado de su condici¨®n de mercanc¨ªa.En Espa?a ¨ªbamos con a?os de retraso, y el retraso se acentu¨® a tenor de nuestro m arco pol¨ªtico arcaico y fascistizante y del espeso cierre ejercido cara al exterior por una serie, de medidas censoriales limitadoras de la informaci¨®n, la difusi¨®n y la creaci¨®n. Frente a un teatro mezquino, banal y polvoriento, se pusieron en pie los teatros nacionales, que no respond¨ªan a los deseos democr¨¢tico culturales de preguerra sino a la necesidad del r¨¦gimen franquista de darse un teatro ?presentable?.
Hay que decir inmediatamente que mientras los teatros europeos comenzaban a originarse como grandes equipos de una tecnolog¨ªa desarrollada, talleres de construcci¨®n, actores de contrato estables, repertorios, etc, nuestros teatros nacionales funcionaban-como simples compa?¨ªas comerciales ,cuya producci¨®n provenia del Estado y el sueldo de los ?c¨®micos? era un poco mas seguro. Los costos de producci¨®n pod¨ªan -ser mas e levados para posibilitar espect¨¢culos de faz respetable o grandilocuente, pero las condiciones de trabajo y los planteamientos socioculturales no se modificaban lo m¨¢s m¨ªnimo.
Los teatros nacionales durante el franquismo han sido feudos de un culturalismo reaccionario, con un tipo de programaci¨®n improvisada y al azar que jam¨¢s respondi¨® a criterios de una m¨ªnima planificaci¨®n y presupuestos program¨¢ticos coherentes, fueran del signo que fueran. En ning¨²n, momento se sentaron las bases de lo que debe ser un aut¨¦ntico teatro de servicio p¨²blico. En ning¨²n momento se plante¨® el hecho de que la fuente de producci¨®n era el pueblo espa?ol y los repertorios deban tener en cuenta ese hecho prioiritariamente, no el simple gusto de un ministro, la opini¨®n de u?a cr¨ªtica ignorante, no reaccionario y cazurra, los latiguillos snobs de alg¨²n ?sabelotodo? de pacotilla, o considerar como ¨²nico destinatario disfrutante a la burgues¨ªa conservadora del autoritarismo a la que se le abr¨ªan las carnes de gozo con la obscurotecnica o las luces de colores bien almibarados. En ning¨²n momento se plantearon trabajo de equipo a largo plazo. En ning¨²n momento se consider¨® al teatro como un bien de cultura protegido por el Estado, como la educaci¨®n, y se manejaron puros criterios ornamentales respetando siempre las imposiciones, del area comercial: tambi¨¦n aqu¨ª el mito de la libre empresa, aut¨¦ntica vencedora de la guerra -civil, se impon¨ªa como principio intangible del concepto de poder esgrimido por el franquismo, aunque tamizado por el autoritarismo censorial.
Esta ausencia de planteamientos y falta de conciencia c¨ªvica propiciada por el poder fue asumida por mucha gente del teatro como coartada. Por lo general, actores y directores emplearon los Teatros Nacionales como trampol¨ªn para situarse en el teatro comercial. Algunos, para realizar espect¨¢culos grandilocuentes de autosatisfaci¨®n que el teatro privado no les permit¨ªa. Pero pr¨¢cticamente ninguno pens¨® en luchar por constituir, equipos, garantizar un trabajo largo y seguro a actores y colaboradores, planificar y crear un repertorio, llevar a cabo un trabajo de informaci¨®n y formaci¨®n de actores, directores, t¨¦cnicos y espectadores. Aceptaban y aprovecharon el orden establecido como inmutable aunque ahora alguno que otro se rasgue las vestiduras en raptos democr¨¢ticos.
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