La muerte de un manifestante
EL FALLECIMIENTO en circunstancias todav¨ªa mal explicadas, de uno de los participantes en la manifestaci¨®n en favor de la abstenci¨®n en el refer¨¦ndum, realizada el pasado d¨ªa 15, suma un nuevo nombre -Angel Almazar- a la ya larga lista de militantes de la Oposici¨®n que han perdido la vida a lo largo del ¨²ltimo a?o.Vitoria, Elda, Fuenterrab¨ªa, Tarragona, Estella, Basauri, Santander. Madrid, Almer¨ªa, Beasa¨ªn y Santurce han sido el escenario de esas violencias y el cementerio de sus v¨ªctimas. En algunos casos, se ha tratado de puros y simples asesinatos perpetrados por mercenarios al servicio de grup¨²sculos nazis; en otros, la mayor¨ªa, la responsabilidad de las muertes recae sobre los desproporcionados medios puestos en pr¨¢ctica por las fuerzas de Orden P¨²blico para disolver manifestaciones no autorizadas, impedir la propaganda ilegal o detener a sospechosos. Probablemente dentro de unos a?os, si en Espa?a se consolidan las pr¨¢cticas democr¨¢ticas, quienes no han vivido estos meses encontrar¨¢n dificultad para comprender las circunstancias en que se produjeron esas m¨¢s de veinte muertes, al igual que a nosotros nos resultar¨ªa ahora inveros¨ªmil que el aparcamiento de un autom¨®vil en zona prohibida, la infracci¨®n de las normas de circulaci¨®n o el tendido de la colada en lugares no autorizados por las ordenanzas municipales tuviera como sanci¨®n una r¨¢faga de metralleta disparada por un guardia urbano.
Este peri¨®dico ha condenado con toda firmeza el asesinato del se?or Araluce y de los miembros de su escolta, el del jefe local de Basauri o el de los servidores del orden, v¨ªctimas del terrorismo de otro signo.
Es urgente que el Estado adopte los medios necesarios para que la vida y la integridad de todos los espa?oles sean respetadas, por encima de las posiciones pol¨ªticas. No hay muertos de segunda clase. El monopolio de la fuerza en manos del Estado s¨®lo se justifica cuando garantiza la vida de todos los ciudadanos; y pierde su legitimaci¨®n ¨²ltima cuando se utiliza sin la adecuaci¨®n entre medios y fines que caracterizan a una sociedad civilizada.
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