Tres puntos
Hay tres puntos, a mi juicio, que conviene dejar claros para que se vayan perfilando con nitidez los defectos y necesidades fundamentales de la pol¨ªtica espa?ola. Son, repito que a mi juicio, los siguientes:1.? La debilidad del Estado. 2.? La falta de confianza del pueblo en que haya una pol¨ªtica en¨¦rgica y realista que remueva o cambie de una vez las instituciones y los comportamientos que ata?en a los intereses p¨²blicos, apart¨¢ndose de los remiendos que s¨®lo sirven para proteger privilegios y corrupci¨®n; y 3.? La ausencia de un planteamiento claro y p¨²blico de la crisis econ¨®mica y de su posible soluci¨®n.
En cuanto se refiere al primero de estos puntos, la debilidad del Estado, apenas hay que esforzar se para que se vea con nitidez. El poder ejecutivo est¨¢ en crisis, hasta el punto de que en las propias fuerzas encargadas de cuidar del orden ha crecido la protesta y la discusi¨®n. La Administraci¨®n, en su conjunto, funciona mal. Aparecen los primeros s¨ªntomas de huelgas que coronan un per¨ªodo largo de descontento y falta de convencimiento en la eficacia de su propia funci¨®n. El poder legislativo no existe de hecho, y no ahora, sino desde hace tiempo, como poder independiente. El poder judicial, por su parte, est¨¢ condicionado por el poder ejecutivo y su funcionamiento tampoco es satisfactorio.
Presidente del Partido Socialista Popular (PSP)
Luis de CastresanaEd. La Gran Enciclopedia Vasca,Bilbao, 1976
Ahora bien, un Estado d¨¦bil, al menos para nosotros los socialistas, es el peor de los males. Tanto en un per¨ªodo de transici¨®n como en un per¨ªodo de consolidaci¨®n o de afirmaci¨®n hace falta en el orden pol¨ªtico que el Estado tenga fuerza, pues s¨®lo con esta condici¨®n es posible llevar a cabo los cambios profundos que defendemos tanto en el plano econ¨®mico como en el social y el pol¨ªtico. Si es dif¨ªcil sostenerse y remendar los desgarrones de la vida p¨²blica, con un Estado d¨¦bil, m¨¢s dif¨ªcil es hacer una pol¨ªtica de cambio y transformaci¨®n desde la ra¨ªz.
T¨¦ngase en cuenta que un Estado no es fuerte porque reprima, al contrario, se puede proponer con el car¨¢cter de un principio general que cuanto m¨¢s fuerte es un Estado menos coacci¨®n necesita, y al contrario, cuanto m¨¢s d¨¦bil es, m¨¢s necesidad tiene de reprimir y limitar la libertad de sus ciudadanos. La fuerza de un Estado consiste esencialmente en su autoridad, y la autoridad a su vez procede de que los ciudadanos est¨¦n conformes con lo que el Estado hace, de modo que aprueben no s¨®lo su pol¨ªtica y sugesti¨®n, sino tambi¨¦n los procedimientos de la gesti¨®n, pero por una u otra raz¨®n los espa?oles estamos en desacuerdo con el Estado, es m¨¢s, somos antagonistas del Estado, de manera que s¨®lo cobrar¨¢ fuerza ¨¦ste cuando se compenetre con los ciudadanos, es decir, cuando sea democr¨¢tico de hecho y de derecho.
La principal tarea de cualquier gobernante en cualquier momento del proceso pol¨ªtico espa?ol del presente y del futuro consistir¨¢ en dar al Estado la autoridad que no tiene: s¨®lo as¨ª se podr¨¢n realizar los cambios que el pa¨ªs necesita sin coacci¨®n, represalias ni violencias.
Est¨¢ en estrecha relaci¨®n con lo anterior lo que hab¨ªamos propuesto como segundo punto. Los espa?oles desean un Estado, fuerte en cuanto instrumento, para un cambio que no puede ser simplemente un arreglo circunstancial para ir tirando. Hasta que no haya un programa sencillo y concreto de cambios fundamentales que refrende la autoridad que el Estado necesita, los espa?oles desconfiar¨¢n. Cualquiera, de nosotros, no s¨®lo el espa?ol medio, sino cualquier espa?ol, salvo contadas excepciones, desea vivirde acuerdo con normas claras y justas. Es perfectamente explicable que tengamos una reacci¨®n moral, profunda y obstinada y que la proyectemos como una exigencia de la actividad pol¨ªtica despu¨¦s de cuarenta a?os de corrupci¨®n, demagogia, ocultamiento. Si el Parlamento que salga de las pr¨®ximas elecciones no es capaz de producir un Gobierno que satisfaga la necesidad que hemos descrito, la inquietud y desorden continuar¨¢n.
De aqu¨ª que la responsabilidad que cabe al Gobierno actual en lo que ata?e al futuro inmediato sea grande, pues por una parte tiene que iniciar el fortalecimiento del Estado, y por otra, tiene que garantizar a trav¨¦s de las condiciones del proceso electoral y de la participaci¨®n de los espa?oles en ese proceso que las pr¨®ximas Cortes sean capaces de lograr un Gobierno como el que acabamos de proponer. Si hay un error o ama?o en el procedimiento electoral y sus garant¨ªas, o se elimina del mismo a cualquier parte de la realidad pol¨ªtica espa?ola, que tenga poder, respecto de la opini¨®n p¨²blica, por ejemplo, el partido comunista, se condiciona tan perniciosamente el futuro inmediato que ni habr¨¢ Estado fuerte, ni democracia verdadera, ni Gobierno capaz de ofrecer y realizar el programa a que antes aludimos.
Por ¨²ltimo, hay que considerar la crisis econ¨®mica. Es un lugar com¨²n que la econom¨ªa europea se hab¨ªa construido desde la postguerra de la segunda guerra mundial sobre el supuesto de la energ¨ªa barata o, lo que es lo mismo, del petr¨®leo barato. Cuando se hundi¨® este supuesto, se tambale¨® la econom¨ªa europea y, por otra serie de causas, en Espa?a en concreto, no s¨®lo se tambalea, sino que se hunde. No es cosa de llorar mirando al pasado, pero s¨ª de prever el futuro. Repetir¨¦ una vez m¨¢s que, seg¨²n me dicen economistas de la mayor solvencia y pr¨¢ctica, el Estado espa?ol puede estar en poco tiempo en situaci¨®n de bancarrota o al menos en un estado de empobrecimiento que le impida atender a las necesidades de la sociedad espa?ola, a su vez empobrecida y desarticulada. Ante esta situaci¨®n, no parece que haya ni propuesta de remedio, ni conciencia de.la gravedad de la crisis por parte de quienes la van a padecer, que son la mayor¨ªa de los espa?oles. Muy dif¨ªcil ser¨¢ que el Estado tenga autoridad y que se puedan hacer los cambios radicales que para bien de todos son necesarios, si el pueblo se enfrenta con una situaci¨®n que barrunta, pero que no conoce, porque no se le ha advertido, de ella, ni de su gravedad. Podemos llegar a una econom¨ªa de guerra casi s¨²bitamente como quien deja un sue?o apacible y entra en una pesadilla. Es esta una cuesti¨®n fundamental de la que dependen las dem¨¢s y cuyo conocimiento por parte de los espa?oles es necesario para poderles pedir razonablemente los sacrificios que van a llegar. Si bien se mira, Estado fuerte, cambios radicales y arreglo, en lo que se pueda, de la crisis econ¨®mica por el esfuerzo com¨²n, son cuestiones entrelazadas. Quiz¨¢ se pueden establecer prioridades l¨®gicas, pero es muy dif¨ªcil determinarlas en el ¨¢mbito de los hechos.
Me permito advertir, por ¨²ltimo, que ning¨²n arreglo ser¨¢ posible si no hay acuerdo entre Gobierno y Oposici¨®n. A mi juicio, ¨¦ste es el sentido y alcance que tiene la propuesta de negociaciones que a trav¨¦s de los nueve la oposici¨®n ha hecho al Gobierno. No se trata de que el acuerdo no tenga que darse entre todos los sectores y el Gobierno. Esta es una cuesti¨®n hasta cierto punto formal, porque s¨®lo la Oposici¨®n, es decir aquellos partidos o grupos de opini¨®n que han defendido la democracia en contra del franquismo, y que contin¨²an defendi¨¦ndola contra las supervivencias franquistas, son los que el pueblo entiende por Oposici¨®n sin distingos ni titubeos, y son estos sectores los ¨²nicos que pueden dar con su participaci¨®n y presencia autoridad al Estado, confianza en un programa y esperanza para resistir la crisis, porque fundamentalmente son los ¨²nicos en los que el pueblo puede, en principio, confiar de verdad. No habr¨¢ equilibrio, y por tanto no habr¨¢ soluci¨®n, si no se busca, no para uno, sino para los tres puntos fundamentales que he citado. A la vez, sin negociaciones, cualquier arreglo que se llame soluci¨®n ser¨¢ pan para hoy y hambre para ma?ana.
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