El a?o de Carter
A partir del 20 de enero, todos, de alguna forma, nos vamos a ver afectados por la gesti¨®n del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Por eso, sobre cualquier otro, el acontecimiento de 1976 ha sido la llegada al poder de Carter, el primer sure?o que accede a la presidencia desde la guerra civil de 1864 venciendo en unas elecciones marcadas con un escepticismo profundo hacia el sistema norteamericano de acceso al poder a un congresista con veinticinco a?os de experiencia, Ford al que el cargo le vino decididamente grande.De puertas afuera de Estados Unidos, es m¨¢s importante la salida de Kissinger que la de Ford. Por m¨¢s que la pol¨ªtica exterior de Washington sea conducida con arreglo a los condicionantes que determinan su hegemon¨ªa mundial, es evidente que el nuevo presidente se ver¨¢ obligado a aplicar un criterio diferente de esa realizaci¨®n de objetivos morales a la que Kissinger alud¨ªa en su despedida del cargo: el profesor de Harvard eligi¨® siempre lo pr¨¢ctico cuando la otra alternativa era lo moral.
Los primeros pasos del presidente electo no apuntan, sin embargo, en la direcci¨®n renovadora que cabr¨ªa esperar. Despu¨¦s de denostar a lo largo de su campa?a a la inteligentsia washingtoniana, Carter se ha rodeado de pol¨ªticos experimentados de anteriores administraciones. hombres claramente identificados con el establisment: as¨ª Cyrus Vence, ministro de Asuntos Exteriores. Harold Brown, ministro de Defensa: James Schlesinger superministro de Energ¨ªa: Teodoro Sorensen, jefe del espionaje... Con este equipo, Carter va a afrontar en 1977 temas como la renegociaci¨®n con la URSS del armamento nuclear la realidad viva de los eurocomunismos (que ya comienzan a inquietar al presidente electo) el progresivo encarecimiento del petr¨®leo (asunto en que Washington ya ha abierto brecha al romper, por medio de Arabia Saudita, la solidaridad de la OPEP). o el inmediato futuro pol¨ªtico-militar de Am¨¦rica del Sur.
En la zona de m¨¢s directa influencia USA, 1976 ha visto la extensi¨®n y consolidaci¨®n de las dictaduras militares auspiciadas o consentidas por Washigton. Un reciente informe de la Comisi¨®n sobre Relaciones Interamericanas de la que forman parte varias personalidades del Gabinete Carter hace hincapi¨¦ en la necesidad de que Estados Unidos corte su ayuda a los reg¨ªmenes latinoaniericanos que violan flagrante y sistem¨¢ticamente los derechos humanos fundamentales. El p¨¢rrafo parece escrito pensando, sobre todo, en Brasil, Chile y Uruguay. Aunque no son los gobiernos de estos pa¨ªses los ¨²nicos del subcontinente americano que han declarado la guerra a cualquier atisbo de democracia, si se caracterizan por haber desencadenado una represi¨®n en tal escala que ha provocado el ¨¦xodo de decenas de millares de personas y la convivencia en sus sociedades se ha convertido en una guerra civil larvada y selectiva.
Junto con Panam¨¢, tema prioritario de la pol¨ªtica exterior norteamericana, que reconoce que la usurpaci¨®n de la soberan¨ªa paname?a sobre el canal est¨¢ creando una situaci¨®n objetivamente prerrevolucionaria, la cuesti¨®n clave de la estrategia estadounidense es la posible creaci¨®n de un sistema b¨¦lico en el Atl¨¢ntico Sur que con la participaci¨®n de Argentina, Brasil y eventualmente Sud¨¢frica. sirva para defender sus intereses en una zona ¨²til: la ruta petrol¨ªfera del cabo de Buena Esperanza. Las ininterrumpidas visitas a Buenos Aires de responsables navales norteamericanos y la campa?a de los medios informativos argentinos y brasile?os, denunciando que una Angola prosovi¨¦tica puede bloquear la ruta sudafricana del petr¨®leo, ponen sobre la pista de lo que es, sin duda, una idea que acarician Geisel y Videla, y que Washington alienta decididamente: la OTAN del Sur. Los canales de Suez y Panam¨¢ no re¨²nen las garant¨ªas de invulnerabilidad que USA requiere para su abastecimiento energ¨¦tico, y Argentina, Brasil y Sud¨¢frica est¨¢n en condiciones de asegurar con sus armadas la protecci¨®n de las m¨¢rgenes oriental y occidental del Atl¨¢ntico Sur.
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