Oscar Espl¨¢, un a?o
Se cumple ahora un a?o de la muerte. en su casa madrile?a del paseo de las Acacias, de Oscar Espl¨¢ (1886-1976), uno de los fundadores del moderno sinfonismo espa?ol. Un a?o despu¨¦s, ?se puede hablar con otra perspectiva de la m¨²sica del maestro alicantino? Sin duda no. La obra de Espl¨¢ estaba valorada ya en su justa medida cuando ¨¦l, noventa inviernos cumplidos, dejaba este mundo, poco despu¨¦s de haberse estrenado en Madrid su ¨®pera El pirata cautivo.La exacta apreciaci¨®n de la obra de Espl¨¢ es la que le sit¨²a entre la generaci¨®n de maestros -Falla Turina, Conrado del Campo, Guridi, etc¨¦tera- que hicieron fructificar la semilla esparcida por Felipe Pedrell en defensa de un arte nacional.
Hay en Espl¨¢, sin embargo, algo especial, diferenciador, que le se para de las corrientes literalmente nacionalistas y que inserta gran parte de su producci¨®n en una l¨ªnea m¨¢s universal. Esa magnitud ecum¨¦nica procede de su faceta de artista en progresi¨®n incesante hombre inquieto - que no se conforma con los buenos frutos alcanza dos y trata de hallar, sin violentos giros est¨¦ticos. nuevos caminos. La invenci¨®n mel¨®dica y los usos arm¨®nicos empleados en gran par te de sus obras son tan personales aun m¨¢s en el contexto del sinfonismo espa?ol, que puede consider¨¢rsele como un fen¨®meno aislado en nuestro panorama musical. Arte solitario el suyo, entre otras cosas porque no se le puede encuadrar en la concepci¨®n germ¨¢nica del sinfonismo, tan arraigada entre nuestro p¨²blico, Tambi¨¦n. como apunt¨® Karel Willems, la obra creadora de Espl¨¢ ofrece dificultades de comprensi¨®n, porque es necesario hacer un gran esfuerzo para conjugar la apariencia normal de las formas que utiliza y la audacia innovadora de su esp¨ªritu.
?D¨®nde est¨¢ esa audacia?, se preguntar¨¢n algunos ahora, a estas alturas del siglo veinte. A mi juicio, nace, en primer t¨¦rmino, de una personalidad robusta e independiente. De un hombre muy culto, s¨®lidamente formado cient¨ªfica y human¨ªsticamente, con convicciones profundas, con sabidur¨ªa que no se para s¨®lo en la t¨¦cnica. Ya en obras j¨®venes como El sue?o de Eros (1914) o Poema de ni?os (1915), Espl¨¢ da ejemplo de su elegante sinfonismo y raveliano esp¨ªritu, introduciendo giros de la canci¨®n popular levantina dentro de un sistema modal muy peculiar y una rigurosa arquitectura. Ese esp¨ªritu mediterr¨¢neo, que es evidente para quienes han estudiado a fondo la obra del compositor alicantino, ha desorientado, a la cr¨ªtica. Muchos han querido ver en ¨¦l un raro ep¨ªgono del postromanticismo alem¨¢n, encontrando censurable, como vio sagazmente Salazar, lo que supon¨ªa su m¨¢s alta cualidad: ser un complemento, otra cara, del estilizado arte nacional que encarnaron el Concerto de Falla o la Sinfonietta de Ernesto Halffter.
Tal vez no sea del todo exacta aquella conocida frase de Florent Schmitt - que afirma ser creaci¨®n personal de Espl¨¢ la canci¨®n del Levante espa?ol. No obstante, una cita del propio compositor nos facilita su postura como inventor de un clima genuinaniente espa?ol (valenciano), no a partir del dato concreto, sino del ambiente vital: Llevo dentro de m¨ª la luz, el paisaje, la historia y la savia de mi pa¨ªs. De este complejo espiritual deben surgir mis expresiones sonoras. Si son sinceras, mostrar¨¢n el espa?olismo que constituye la substancia de mi alma. Palabras que evocan en nosotros una de sus obras maestras, la cantata esc¨¦nica Nochebuena del diablo.
Como Manuel de Falla, Espl¨¢ somet¨ªa a numerosos retoques sus obras, lo que ha hecho que su Producci¨®n sea breve, aunque muy valiosa. Una obra que requiere amplia revisi¨®n. Sin embargo, pasado el primer momento de homenajes p¨®stumos, poco se ha hecho para poner en pie algunas de sus partituras desconocidas. Y hay unas cuantas, en el terreno puramente sinf¨®nico, en el esc¨¦nico, de c¨¢mara o de piano, que merecen mayor suerte.
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