El final de una guerra
En el colegio del Pilar de Madrid, centro de formaci¨®n de la ¨¦lite bien pensante espa?ola de nuestro siglo, hay una l¨¢pida -la hab¨ªa, por lo menos- donde, en bronce sobre m¨¢rmol, se recuerda la memoria de los gloriosos ca¨ªdos por Dios y por Espa?a. Siempre me impresion¨®, en mis a?os de bachiller, aquella larga lista con nombres de profesores y alumnos de los marianistas muertos durante la guerra civil por la causa finalmente vencedora. Para m¨ª resultaba un lacerante s¨ªmbolo de la divisi¨®n de los espa?oles. Las v¨ªctimas en las guerras civiles no se deben exaltar por ninguno de los dos bandos, ni mucho menos por el victorioso, en menosprecio de quienes fueron derrotados. Lo contrario equivale a perpetuar el esp¨ªritu del fraticidio. El pasado fin de semana, la lectura de algunos peri¨®dicos nos sumergi¨® otra vez en el t¨²nel del tiempo. Largas n¨®minas de v¨ªctimas del terror rojo ocupaban las p¨¢ginas de un rotativo, y en otro, de gran solera y tradici¨®n, un ilustre apellido incomodaba al lector con sus incitaciones a la resurrecci¨®n del pasado. Tales comentarios se suced¨ªan con motivo de la presencia en Espa?a de Santiago Carrillo, secretario general del PCE, y al que algunos acusan como responsable de los cr¨ªmenes de Paracuellos del Jarama, donde fueron asesinados varios miles de presos pol¨ªticos en 1936. Yo no voy a terciar en esa pol¨¦mica cruel sobre qui¨¦n asesin¨® m¨¢s en aquellos a?os. Se asesin¨® y basta. Y no nos duelen a los espa?oles de hoy m¨¢s los cr¨ªmenes de un bando que los de otro. Nos duele, en cambio, y nos asombra contemplar que hubo toda una generaci¨®n de entre los nuestros que decidi¨® matarse entre s¨ª como v¨ªa incre¨ªble de soluci¨®n a sus problemas. Para luego apenas solucionar nada.Durante casi medio siglo los espa?oles hemos sido educados en una especie de odio a veces irreconocible por lo sutil de su expresi¨®n. De manera consciente y con el amparo de la bendici¨®n eclesial, se exalt¨® entre nosotros la victoria armada de unos ciudadanos sobre otros. Hasta hace s¨®lo un par de a?os los medios de comunicaci¨®n oficial han machacado sobre nuestras cabezas la ¨²nica realidad tangible: que el Poder de Franco tambi¨¦n se basaba en el derecho de conquista y no era otro que el del vencedor de una contienda que acab¨® siendo permanente. Y que ¨¦sta amenaza con perpetuarse en las conciencias si no somos capaces de asumir un conocimiento no parcial -y parcial ha sido toda la propaganda del r¨¦gimen al respecto- sobre lo sucedido.
La guerra civil fue un mal, y sus frutos fueron malos. La guerra, por eso, no acab¨® en 1939, y no lo hizo siquiera en 1976. Cada vez que el Rey o el Gobierno dan un paso hacia la reconciliaci¨®n deseada hay alguien que saca Paracuellos, Guernica, las tapias del cementerio del Este, Grimau, Carrero, la calle del Correo, Montejurra... Pasionalmente cada espa?ol trata entonces de disculpar o de explicar, seg¨²n su particular ideolog¨ªa los m¨¢s est¨²pidos y vergonzantes cr¨ªmenes. Aqu¨ª siempre nos matamos en nombre de alg¨²n ideal, y est¨¢ por ver qui¨¦n dice lo contrario. Justamente lo que se trata de demostrar hoy es que hay una gran mayor¨ªa de espa?oles cuyo solo ideal consiste en no matar bajo ning¨²n pretexto. En una palabra: que son posibles soluciones pac¨ªficas a nuestros problemas y que s¨®lo sobre la superaci¨®n del pasado, de todos los pasados es pensable construir el presente. Demostrar la solidaridad civil contra la violencia, sea del signo que sea, es una necesidad imperiosa.
Ni un solo paso de todo el proceso pol¨ªtico espa?ol de 1976 resulta entendible si no se asume esta cuesti¨®n: el permanente -?habr¨ªa que decir inmanente? clima de guerra civil en que vive a¨²n nuestro pa¨ªs. Contribuyen adem¨¢s a mantenerlo quienes reclaman la legitimidad del Estado del 18 de julio como quienes exhiben la de los estatutos de autonom¨ªa de la Rep¨²blica o los t¨ªtulos de propiedad anteriores a aquellos a?os. Parecen ignorar que lo que se trata de construir es una legalidad nueva y constituyente y que son los representantes libremente elegidos por el pueblo quienes deben estar llamados a decidir sobre ella. No se trata de ?partir de cero?. porque un pa¨ªs no debe negar nunca su e historia. Pero es preciso reconocer que Franco no leg¨® nada v¨¢lido institucionalmente, y que si esto no ha pegado un estallido se debe al buen sentido de las gentes, la moderaci¨®n de los grupos de Oposici¨®n democr¨¢tica y la gesti¨®n del Monarca y del presidente Su¨¢rez. Ni una sola de las llamadas instituciones franquistas conservan virtualidad ni sentido una vez muerto el dictador. Y hasta que no se cree un sistema s¨®lido la fragilidad de la Corona y de la situaci¨®n seguir¨¢n siendo preocupantes.
En este punto las tesis rupturistas de la Oposici¨®n estaban bien planteadas, aunque mal enunciadas. S¨®lo cuestiones pragm¨¢ticas o t¨¢cticas aconsejaban la v¨ªa reformista desde el Poder. Pero reforma y ruptura deb¨ªan y deben tener un mismo objetivo: la democracia. Por eso, cuando el Gobierno Su¨¢rez acept¨® algunos de los postulados b¨¢sicos de la Oposici¨®n, ensayando una especie de ruptura desde el Poder, los partidos democr¨¢ticos quedaron bastante descolocados. Hab¨ªan empleado su tiempo en reclamar las libertades, pero no en organizar una alternativa v¨¢lida para cuando las libertades llegaran. En definitiva el Gobierno parece hoy muy consciente de cu¨¢l es el fondo del problema: o aqu¨ª se construye un r¨¦gimen nuevo, basado en principios tan dispares y contradictorios con los postulados franquistas que es imposible admitirlo como una reforma de lo que exist¨ªa u otros lo construir¨¢n por ¨¦l. La actual situaci¨®n de interinidad en la que el pa¨ªs permanece no es prolongable por mucho m¨¢s tiempo.
Estas consideraciones nos retrotraen as¨ª al esp¨ªritu de guerra civil que sectores de la vida espa?ola tratan de mantener todav¨ªa entre nosotros: a las listas de m¨¢rtires de ambos bandos, y a las amenazas de revisi¨®n de responsabilidades. Es imposible construir una democracia pac¨ªfica basada en el rencor la revancha o la prepotencia. S¨®lo un pa¨ªs que conozca su pasado y decida superarlo puede emprender la aventura de una nueva constituci¨®n. Por eso tienen raz¨®n quienes reclaman la amnist¨ªa total. La amnist¨ªa es el fin de la guerra civil. S¨®lo con un total olvido objetivo de los temas que nos dividieron sangrientamente podr¨¢n los espa?oles construir su nueva paz civil. No se trata de reparar hipot¨¦ticos errores de la justicia, sino de ejercitar el mutuo perd¨®n humano. Por eso las discusiones particularizadas sobre los beneficiarios de la amnist¨ªa carecen de entidad a la hora de decidir sobre el tema. Este es un asunto constituyente e hist¨®rico. La justicia ya cumpli¨® su cometido. Hoy toca enterrar definitivamente nuestras diferencias.
Que no quede en el papel de nuestros peri¨®dicos m¨¢s lista pol¨ªtica que las electorales, para que nadie pueda acusar a la democracia de nacer viciada por las heridas, del pasado. Y que se acepte por todos la nueva legalidad.
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