Sindicalismo y trapos sucios en las Cortes
Los cuatro primeros d¨ªas de debates sobre la regulaci¨®n del derecho de asociaci¨®n sindical, a lo largo de la pasada semana, pusieron de manifiesto, bajo la apariencia de una cierta ingenuidad pol¨ªtica por parte del Gobierno, algo mucho m¨¢s peligroso: la debilidad de las convicciones democr¨¢ticas de quienes detentan el poder ejecutivo y un grado considerable de con fianza en la capacidad del r¨¦gimen -mil veces desmentida a lo largo de cuarenta a?os, incluida la ¨¦poca posterior a la muerte de Franco para renovarse y desembocar en un sistema politico normal.El Gobierno ten¨ªa que saber que, yendo muy bien las cosas en las Cortes., la suerte de un texto legal tan importante como el destinado a regular el derecho de asociaci¨®n sindical se frustrar¨ªa como se frustr¨® la reforma Arias y como tuvo que padecer dolores de parto la reforma pol¨ªtica del Gobierno actual. Y todas las justificaciones posibles para sustituir la legalidad franquista partiendo de ella mis nia carecen de sentido desde el momento en que se ha decidido caminar hacia una etapa constituyente, y la consulta nacional ha ratificado aquella decisi¨®n.
?Qu¨¦ necesidad ten¨ªa ahora el Gobierno de hipotecar el futuro sindical mediante el paso innecesario por una instituci¨®n legislativa periclitada y agonizante, cuyos estertores de muerte pueden arrastrar a la tumba, en una desesperada venganza, jirones del reformismo que le ha sentenciado.
Huelgan las argumentaciones legales, como la esgrimida por Jos¨¦ Luis Mell¨¢n. El art¨ªculo 10, letra f de la ley Constitutiva de las Cortes obliga al conocimiento por parte de las Cortes de la regulaci¨®n de los derechos y deberes de los espa?oles, pero, como dec¨ªa Franco y recordaba Fern¨¢ndez-Miranda, las Leyes Fundamentales tienen soluciones para todo. Hubiera bastado estimar que existen razones de urgencia, para poder recurrir al decreto-ley, como se ha utilizado esta f¨®rmula -lo record¨® el viernes Fernando Su¨¢rez- para modificar la ley de Orden P¨²blico, que afecta tambi¨¦n a los derechos de los espa?oles.
El decreto-ley, instrumento empleado con profusi¨®n en tiempos de Franco por quienes hoy manifiestan escr¨²pulos ante ¨¦l -L¨®pez Rod¨® es un ejemplo t¨ªpico-, y el procedimiento de urgencia, como f¨®rmula expeditiva de ahorrar palabras y sumar votos, ofrecen una exquisita desconfianza y falta de respeto hacia la eficacia legislativa de los procuradores. Son, en suma, dos sistemas t¨ªpicamente franquistas para sortear obst¨¢culos institucionales, y en estos momentos se muestran extraordinariamente ¨²tiles, al tiempo que irrefutables por los dem¨®cratas org¨¢nicos que aceptaron durante lustros la unidad de poder.
?Por qu¨¦ la reforma sindical no los ha utilizado?
Hay una explicaci¨®n triunfalista, consistente en estimar que el ¨¦xito relativo de la reforma pol¨ªtica abr¨ªa la puerta a nuevos ¨¦xitos del Gobierno. Tal explicaci¨®n presupone una sinceridad legislativa y unas Cortes colaborantes que no existen en el posfranquismo.
?O acaso el Gobierno entendi¨®, como consecuencia de sus conversaciones con los procuradores, que lo..; verticalistas tragaban la reforma y que entre reformistas y verticalistas conversos a la democracia contaba con los votos suficientes?
En cualquier caso, la actitud resultante -aparte del margen de error que comporta- ha llevado a solicitar la colaboraci¨®n en la reforma a una C¨¢mara legislativa antidemocr¨¢tica -y que como tal se ha decidido sustituir-, invocando, como hizo el ministro De la Mata, su serenidad, consciencia y responsabilidad ante el pueblo espa?ol. Es la misma incongruencia de la reforma Arias/Fraga, agravada ahora por innecesaria.
En definitiva, es posible que la minirreforma sindical salga adelante, con tremendos esfuerzos y desgaste, como el que cost¨® la pasada semana poner un parche horizontalista a la verticalizaci¨®n de las asociaciones sindicales decidida por la comisi¨®n. Pero en todo caso, el error de planteamiento es evidente, con la ¨²nica ventaja de permitir la exhibici¨®n mutua de trapos sucios, a cuenta de las ejecutorias franquistas de los procuradores. Y como tel¨®n de fondo, el miedo de siempre al coco comunista, en forma, ahora, de asociaci¨®n sindical.
El Gobierno lo ha querido as¨ª y, a partir de-esta tarde, continuaremos asistiendo al forcejeo entre sindicalistas renovados, como Castro Villalba, y sindicalistas nost¨¢lgicos, como Mart¨ªn Sanz; entre ex ministros de la apertura Arias, como Fernando Su¨¢rez, Y sindicalistas de la l¨ªnea de mando como Garc¨ªa Carrero; entre dem¨®cratas en solitario, como Esperab¨¦ de Arteaga, y dem¨®cratas org¨¢nicos, coino Lamo de Espinosa. Es una guerra en la que los leguleyos del franquismo lograr¨¢n. al menos, tras interminables sesiones, echar aguiaal vino, de no muy buena calidad, de la reforma sindical.
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