La cuesti¨®n catalana / 1
1. Voy a coger el toro por los cuernos y a hablar claro de entrada: a veces los catalanes nos sentimos indiscriminadamente acusados de separatismo traicionero, desde Madrid. Esto realmente, duele y nos parece injusto. Al fin y al cabo yo no tengo idea de haber pecado. Aunque mi postura pueda beneficiarse de una explicaci¨®n, ciertamente no exige ni una justificaci¨®n ni menos; una defensa. Pero hay que aclarar algunas cosas. M¨¢s que nada en busca de una concordia sin la cual la Espa?a futura no parece viable.2. A veces se me pregunta: ?conoce usted Le¨®n?, ?o Zamora? Yo contesto: ?conoce usted Popay¨¢n?, ?conoce usted Tunja? Porque para apreciar a Espa?a tan importante es lo uno como lo otro. Creo que es muy aleccionador mirar a Espa?a en Am¨¦rica,. que tambi¨¦n es Espa?a. Yo conozco la Am¨¦rica hispana bastante. Lo inevitable, al poner pie en tierra del Nuevo Mundo la primera vez, es que la presencia de Castilla se alce imponente.
El contacto con las dimensiones sobrehumanas del nuevo continente exige de inmediato que se explique el c¨®mo de la gesta de conquista y poblaci¨®n. Un episodio destaca en seguida. Hern¨¢n Cort¨¦s, victorioso en el campo de batalla, pide a Carlos V que le mande doce religiosos franciscanos para que le ayuden en la conquista espiritual. Cuando ¨¦stos llegan a la ciudad de M¨¦xico -con muchos d¨ªas de viaje a pie, los h¨¢bitos rotos y no hay que decir que descalzos- sale a recibirles el capit¨¢n general don Hern¨¢n Cort¨¦s con todos sus capitanes y soldados ricamente vestidos y armados de todas las armas sobre sus arrogantes corceles y exhibiendo a posta todo el boato de que son capaces ante la indiada sin fin. Se acerca Cort¨¦s a los frailes y ofrece al mundo el siguiente espect¨¢culo: a presencia de la multitud densa y expectante, se apea juntamente con su s¨¦quito... y de rodillas todos los hombres de armas, besan, a ras de suelo, los h¨¢bitos mugrientos de sudor y polvo de los doce ?flacos y amarillos? ap¨®stoles. Probablemente por primera vez en la edad moderna, frente a un gent¨ªo inmenso, testigo silencioso y asombrado, pero que darla fe ante la historia, Espa?a quiere que el poder de las armas triunfantes se incline aparatosamente ante el poder moral. Espa?a, pues, dio un primer paso en la l¨ªnea civilizada llevando a sus ej¨¦rcitos a la legitimaci¨®n necesaria por el poder civil y por la voluntad de Dios y del pueblo. ?Qui¨¦n, catal¨¢n o no, dejar¨ªa de hacer suya esta bella p¨¢gina de la historia de Espa?a y de la historia del mundo? ?Qui¨¦n resistir¨ªa el impulso de traerla a colaci¨®n en los dif¨ªciles momentos de la Espa?a actual?
3. Todav¨ªa hoy leo con nost¨¢lgico inter¨¦s las relaciones al Consejo de Indias del virrey de Santa Fe, Sebasti¨¢n de Eslaba, acerca de c¨®mo la poderosa armada inglesa -la mism¨ªsima armada que ya entonces era de verdad invencible- fue batida por las tropas espa?olas en Cartagena de Indias, en mil y setecientos y cuarenta y uno. Salpicaduras de hero¨ªsmo, con muchos apellidos catalanes entremedio que demostrar¨ªan, por lo dem¨¢s, que fuimos a Am¨¦rica a defender el estandarte del rey, antes de que se nos permitiera beneficiarnos con su comercio. Precisamente en este punto alg¨²n catal¨¢n pensar¨¢: pero bueno, si Castilla y Arag¨®n eran una sola naci¨®n con el resto de Espa?a, ?por qu¨¦ se prohibi¨® hasta fines del siglo XVIII que pas¨¢ramos a Am¨¦rica y no se quiso hasta tan tarde que tuvi¨¦ramos tratos econ¨®micos con ella? Casi trescientos a?os apartados del m¨¢s apetitoso bocado de que dispon¨ªa la Corona. Ni que hubi¨¦ramos sido s¨²bditos de la Corona inglesa. ?Es esta la unidad que se nos ofrece?
4. Una vez me di el lujo rom¨¢ntico de escribir y publicar un paneg¨ªrico de Jos¨¦ Celestino Mutis, alma y cabeza de aquella sabia expedici¨®n, bot¨¢nica, fletada por nuestra ilustraci¨®n, rumbo al nuevo reino de Granada, que por sus ejemplares e inusitados logros cient¨ªficos fue el asombro del mundo civilizado en general y de Alejandro de Humboldt, en particular.
Fuerza, justicia, ciencia. Todo se ve en la Am¨¦rica espa?ola si se quiere ver. Por eso llama tanto la atenci¨®n el proceso de independencia. Porque Am¨¦rica no fue nunca una colonia, ni su guerra de independencia fue una lucha colonial de liberaci¨®n. El ?memorial de agravios? que el cabildo de Santa Fe de Bogot¨¢ dirigi¨® a Carlos IV al inicio del alzamiento americano deja constancia de que los criollos no ?son extranjeros a la naci¨®n espa?ola?. Am¨¦rica fue Espa?a y se fue de Espa?a porque la otra Espa?a no supo comprenderla. Porque hay dos Espa?as. La Espa?a de Cort¨¦s, la del padre Las Casas, la del derecho Indiano, la del sabio Mutis, que hizo Espa?a. Y la Espa?a de las casas de Austria y de Borb¨®n, la Espa?a de los privilegios y de los cortesanos, que la deshizo. Bol¨ªvar es un espa?ol que se aparta de Espa?a. Bol¨ªvar es un espa?ol de Am¨¦rica que rechaza un sistema pol¨ªtico, una determinada concepci¨®n del Estado espa?ol. Y por eso la lecci¨®n americana puede ayudarnos a entender el pleito catal¨¢n.
5. Pero no ser¨ªamos catalanes si no baj¨¢ramos del lirismo sentimental -no por primario menos aut¨¦ntico- para acordarnos del comercio que ha sido la base de nuestra fuerza.
He estudiado personalmente y a fondo la situaci¨®n para poder llegar a la conclusi¨®n de que Catalu?a podr¨ªa vivir sola y sin los mercados espa?oles en este mundo moderno del turismo y de los servicios. Incluso, y esta ya es una tentaci¨®n de m¨¢s calado, es posible que esa Catalu?a sin amarras fuese m¨¢s propicia a la democracia, que como toda f¨®rmula superior se da con parsimonia y parece preferir a los pa¨ªses peque?os y muy homog¨¦neos en su historia, en su econom¨ªa y en su cultura. Pero nosotros sabemos que esto s¨®lo ser¨ªa posible con un cambio radical de nuestras estructuras productivas, con una disminuci¨®n dr¨¢stica de nuestra demograf¨ªa inmigrada y, en definitiva, con una reducci¨®n de nuestra dimensi¨®n econ¨®mica. Pues bien, no queremos limitar nuestros horizontes, ni en lo econ¨®mico, ni en nada. Pero sobre todo no quiere Catalu?a -no lo imagina siquiera- cerrar el paso a las gentes que nos vienen de otras partes de Espa?a. La inmigraci¨®n nos crea tremendas dificultades en cuanto a nuestra identidad interna, pero no por ello dejaremos de recibir fraternalmente a todos. Intuyo la sonrisa de los c¨ªnicos que piensan que si aceptamos a los inmigrados es para explotar su trabajo. Es cierto que inmigrantes o no, en Catalu?a todos hemos de trabajar. ?No faltar¨ªa m¨¢s! Pero no es menos cierto que nosotros no hemos pedido la inmigraci¨®n, que ¨¦sta tiene costes sociales y morales de enorme importancia para nuestro pa¨ªs y que si nadie la discute en Catalu?a no es tanto por motivos interesados como porque moralmente no se puede discutir. Preferimos a?adir a los mercados de Espa?a que nos hacen falta para mantener a nuestras gentes, inmigrados y nativos, los mercados de Europa, en un ansia de expansi¨®n y de hortizontes nuevos que no podemos ni queremos limitar. Ello a sabiendas de que a lo mejor la competencia abierta con la industria del Mercado Com¨²n nos crear¨¢ grandes problemas.
6. Pero aqu¨ª cambio ya de tercio, para volver de nuevo a nuestra faceta idealista. Si no, no nos entenderemos. Porque hay que saber que en Catalu?a se cree m¨¢s en la Europa de la libertad y de la estabilidad democr¨¢tica que en la Europa de las multinacionales. S¨®lo as¨ª se explica que nuestros empresarios, con sus empresas peque?as y comparativamente d¨¦biles, sean europe¨ªstas. S¨®lo as¨ª se entiende que nuestro pueblo sea europe¨ªsta. Catalu?a quiere jugar un papel en el mundo. Modesto si se quiere, pero su papel. Y lo jugar¨¢ a trav¨¦s de Espa?a con la vista puesta en Europa si el Estado espa?ol quiere. Porque hasta ahora las clases pol¨ªticas y econ¨®micas que operan al oeste del Ebro no han visto bien lo de Europa. Y, parad¨®jicamente, nos llaman cantonalistas -porque, seg¨²n ellos, no miramos m¨¢s all¨¢ del r¨ªo- precisamente aquellos que no quieren mirar por encima de los Pirineos.
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