Incidente en un entierro
La semana pasada fue tan intensamente dolorosa y emotiva, que pienso que experimentamos, y adem¨¢s algunos sentimos, la necesidad de buscar y repartir algo de luz y de paz.Fui al entierro de los tres guardias asesinados. Aunque no se hab¨ªa hecho una convocatoria popular, me sent¨ª obligado a ir por la misma conciencia que me llev¨®, hace unos d¨ªas, a presenciar el entierro de los abogados comunistas. En ambas ocasiones se daba la identidad humana y cristiana con el dolor ajeno, as¨ª como el rechazo y condenaci¨®n de viles atentados contra la vida. Pero en este caso hab¨ªa una raz¨®n m¨¢s. Los que hab¨ªan muerto pertenec¨ªan a mi fe y a mi bandera. Eran defensores del orden, servidores del bien p¨²blico con los que tenemos contra¨ªda una deuda de gratitud. Fui al entierro y bien sabe Dios, que conoce la verdad y, las intenciones mejor que ning¨²n periodista, que procur¨¦ llegar hasta los f¨¦retros para rezar un requiem. Ese requiem que pide la misma paz eterna al mismo Dios para todos los hombres.
De hecho no pude acercarme a los f¨¦retros. Y esper¨¦. Por dos horas y media esper¨¦ bajo un cielo, alternativamente, azul y lluvioso. Ten¨ªa ante mi un c¨ªrculo de guardias portando coronas, recuerdo de compa?eros en la vida y en la muerte. Y detr¨¢s de mi y alrededor, el pueblo. Dolorido, respetuoso, unos evocando recuerdos, otros comentando los sucesos, alguien mezclando ese grano de gracia y sabidur¨ªa que sazona la conversaci¨®n.
Tardaba m¨¢s la ceremonia de lo que hab¨ªa supuesto y cambi¨¦ mi posici¨®n de primera fila por un espacio m¨¢s abierto. Entonces, un par de se?oritas, aparentemente de clase media y de unos treinta a?os de edad, me reconocieron y se acercaron para expresarme su disconformidad con un art¨ªculo m¨ªo publicado ya en la prensa, Requiem por unos comunistas. No les hab¨ªa gustado y yo me mostr¨¦ respetuoso con su disidencia. Pero conforme habl¨¢bamos, fueron levantando el volumen de la voz y ampliando la tem¨¢tica del desacuerdo: les molestaba mi actitud, la de ciertos curas y la de Taranc¨®n..., y al pedirles yo que bajasen la voz, porque est¨¢bamos llamando, innecesariamente, la atenci¨®n, una de ellas me replic¨®: ??Pero es que se va a atrever usted a impedirme que yo grite Arriba Espa?a??. Lanza el grito. La gente se aproxima. Algunos, que ni siquiera sab¨ªan de lo que se trataba, clamaron ?afuera, afuera! La se?orita en cuesti¨®n grit¨® de nuevo , ?Viva la Guardia Civil! Yo respond¨ª ? Viva! A todo esto, crec¨ªa el tumulto y me v¨ª rodeado de un gran c¨ªrculo de espectadores, predominantemente guardias, que nos observaban con perplejidad. Fueron creciendo los gritos de ?Afuera, afuera! y un alma piadosa -el aut¨¦ntico samaritano que nunca falta-, me cogi¨® del brazo y me advirti¨®: ? Lo mejor es que usted se vaya.? Una joven se interpuso: ?Usted ha venido aqu¨ª y tiene el mismo derecho que todos a quedarse? .... me fui. Lentamente. Aceptando mi retirada por amor a la paz y respeto a los muertos. Internamente dolido, porque se me expulsaba de un grupo humano que estaba all¨ª con las mismas razones por las que yo hab¨ªa ido, para unirme a un dolor, para mostrar una adhesi¨®n, para rezar. Pero no, no era el grupo el que me expulsaba, era el grup¨²sculo, que pretende monopolizar su amor a Espa?a calificando de traidor al que no piense como ellos. Que quiere alzar la bandera espa?ola en su asta, impidiendo que los dem¨¢s la levanten en la suya. Que tal vez pretenden abrir el cielo y cerr¨¢rselo a los otros. Que finalmente se atreven a gritar: ? Viva la Guardia Civil?, que es una afirmaci¨®n que nos une a muchos, en un grito de desaf¨ªo para separarnos.
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