La crisis actual de los teatros nacionales
Ser¨ªa una banalidad por parte de cualquiera no reconocer que en el terreno intr¨ªnseco del espect¨¢culo teatral los Teatros Nacionales han jugado en ocasiones un papel positivo. Frente a un hecho esc¨¦nico producido en condiciones materiales, ideol¨®gicas y est¨¦ticas miserables, ellos pose¨ªan un margen de juego mayor en todos los sentidos. Ni Luis Escobar hubiera podido en otras condiciones incorporar ciertos hallazgos aislados del teatro europeo, ni Buero estrenar Historia de una escalera el a?o 1949,`ni montar Jos¨¦ Luis Alonso un Jard¨ªn de los cerezos sin concesiones a comienzo de los sesenta.La ra¨ªz del problema estriba en que nunca estos posibles ¨¦xitos parciales se articularon en una direcci¨®n coherente, con vistas a alcanzar unos objetivos concretos y respondiendo a una pol¨ªtica teatral y cultural espec¨ªfica y meditada. No se articularon porque el r¨¦gimen pol¨ªtico en que se produc¨ªan se caracterizaba por su horror p¨¢nico a toda forma de cultura que intentara responder a las necesidades y contradicciones de la sociedad que la generaba.
El cambio hist¨®rico. y pol¨ªtico que Espa?a vive desde hace un a?o alent¨®, en un principio, a pensar que la cultura y el teatro encontrar¨ªan pronto una definici¨®n y lugar propios en la sociedad espa?ola. Los signos que se evidencian en la actualidad indican m¨¢s bien lo contrario. Sabido es el talante democr¨¢tico de los actuales responsables de la Direcci¨®n General de Teatro y de su inter¨¦s por acabar definitiva y totalmente con lacras at¨¢vicas como la censura y, sin embargo, la crisis teatral que hoy vivimos y la tormenta que amenaza descargar en breve indican, en principio, una gesti¨®n poco afortunada. La verdad de los hechos es que no toda la responsabilidad compete a la Direcci¨®n General de Teatro y que en el transfondo laten concepci¨®nes de gobierno e incluso h¨¢bitos del conjunto social, viejos de tiempo y agudizados por la forma de vida, mentalidad y tipo de prioridades creadas por el franquismo, corregido y aumentado por la penetraci¨®n colonia? americana.
El incendio del Espa?ol ha privado a Madrid de uno de sus tres escenarios nacionales, contando la Zarzuela Esto, que llenar¨ªa de tristeza y pesadumbre a cualquier organismo cultural vivo y actuante, parece m¨¢s bien dar un respiro, dada la penuria global en que se mueve nuestro teatro. La rescisi¨®n de los contratos que la direcci¨®n general de Teatro -a trav¨¦s de su organismo aut¨®nomo correspondiente- manten¨ªa con el se?or Colsada (Espa?ol, de Barcelona; Princesa, de Valencia, y Monumental, de Madrid), la ha liberado de una carga fabulosamente onerosa e in¨²til, pero ha reducido el parco n¨²mero de locales mantenidos por el sector p¨²blico. Sin concretarse el acuerdo con el Municipio sevillano, s¨®lo queda el Principal, de Zaragoza, como solitario representante del proyecto de expansi¨®n del sector p¨²blico con vistas a su descentralizaci¨®n.
Lo descabellado de aquel proyecto tal y como se planteaba nada quita para que la postura actual sea defensiva, desmoralizante y carente de ideas.
El primer s¨ªntoma lo constituye la desaparici¨®n de las compa?¨ªas nacionales. En lugar de dar un paso hacia adelante constituyendo un par de centros piloto sobre los que asentar el modelo de una futura descentra lizaci¨®n teatral articulada en la pol¨ªtica y administrativa, se abandona brutalmente el teatro a lo que las leyes de mercado de terminen. Se arrincona toda no ci¨®n de rentabilidad social por el puro principio del dinero constante de taquilla, cuyo resultado puede ser espect¨¢culos de la solera ultrarreaccionaria y el mal gusto de La rosa del azafr¨¢n. La cuesti¨®n es que incluso en estas circunstancias, con un presupuesto oficial que sobrepasa en poco los doscientos millones, era posible poner en pie una pol¨ªtica coherente y con perspectiva de futuro, con toda la modestia que se quisiera. Era. posible canalizar los recursos econ¨®micos existentes, administrados por pulso firme, promoviendo ante todo la austeridad burocr¨¢tica, para se guir manteniendo el principio de las compa?¨ªas del sector p¨²blico, no como parches, sino como plataformas que se?alar¨¢n la d¨ªrecci¨®n por donde el teatro deber¨¢ caminar si quiere ser. Ensayar una forma nueva de programar, de relacionar al espect¨¢culo con los espectadores, de crear la idea de investigaci¨®n y del edificio teatral como lugar de trabajo y tantas otras cosas. Delimitar n¨ªtidamente el campo del teatro como bien de cultura del teatro co mo mercanc¨ªa.
Respuestas
A muchas cosas pudo y puede la Direcci¨®n de Teatro dar respuesta, La primera de todas qu¨¦ destino y qu¨¦ esperanza ofrecer a los hombres de teatro que no desean hacer ?su carrera?, ni ?su ¨¦xito?, ni ?su negocio? particular, que no lo conciben como exhibici¨®n de sus inhibiciones o zona de libertad a sus particularidades sino como lugar de trabajo desde el que servir, como lo puede hacer un t¨¦cnico, un profesional o un obrero, a la sociedad en que vive. La segunda, romper con ese mal de nuestra pol¨ªtica por el que todo aquel que ocupa un cargo, aunque lo ignore todo sobre la cuesti¨®n, se convierte en sabio y sancionador desde el momento en que se sienta en el sill¨®n decisorio. Es hora ya de que se establezca una relaci¨®n entre pol¨ªticos y t¨¦cnicos en una direcci¨®n consecuente y se elabore un plan claro a seguir para la transformaci¨®n de nuestro teatro.
Indudablemente, o el teatro se convierte en una necesidad o dejar¨¢ de existir. Quiz¨¢ subsista un extra?o espect¨¢culo h¨ªbrido al que se denominar¨¢ ?teatro?, pero que tendr¨¢ poco que ver con la realidad de lo que aut¨¦nticamente supone como hecho cultural y social. La clase dominante de este pa¨ªs, a trav¨¦s de los pol¨ªticos del b¨²nker o la reforma, habr¨¢n sido sus sepultureros. Una buena parte de la cr¨ªtica y la profesi¨®n teatral, con su ceguera, su ignorancia petulante, su frivolidad, habr¨¢n colaborado a la defunci¨®n. La sociedad en su conjunto -Y con ella la oposici¨®n democr¨¢tica, tan contundentemente silenciosa sobre cuestiones culturales- habr¨¢ aceptado como bueno el asesinato y s¨®lo ella, en definitiva, exigiendo e imponiendo la necesidad de la cultura, lograr¨ªa cambiar aut¨¦nticamente la situaci¨®n. Porque sinceramente: ?Interesa a alguien el teatro en este pa¨ªs?
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