La antolog¨ªa po¨¦tica
La promoci¨®n po¨¦tica que dio en llamarse del 35 nac¨ªa con los primeros resfriados de la confrontaci¨®n civil espa?ola. El signo literario y existencial de los Panero, Rosales, Viviando, Ridruejo, Bleiberg, etc..., les arroj¨® por la pendiente que desde el aureo lomo del 27 se divisaba. Despu¨¦s del catarro atronador, estos poetas se pusieron -misterios del arte-, ¨ªntimos, tiernamente nost¨¢lgicos y con cierto dejo ang¨¦lico de pulm¨®n desazonado. Les cupo la responsabilidad hist¨®rica de sembrar un yermo de ceniza, humo y sentimientos contrarios. Hicieron lo que pudieron y fue bastante meritoria su labor. Los que alzaron ojos, manos y coraz¨®n en s¨²plica celeste, vivieron una ideolog¨ªa plat¨®nica harto ingenua. No quedaban otras flores en nuestro jard¨ªn podado. En conjunto, salvo ejemplos de excepci¨®n -dos o tres libros, varios poemas-, siempre me parecieron peregrinos desconcertados.El pr¨®logo de Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde y los elogios que Torrente Ballester dedica a esta Antolog¨ªa en un viento de su Torre del aire, nos previenen cr¨ªtica y encomi¨¢sticamente. El primero enmarca la obra central del poeta, su etapa m¨¢s conocida -serie de Los caminos (1945-48), entre dos extremos creacionistas: Memoria de la plata, escrito entre 1927 y 1930, pero publicado en 1958 (Adon¨¢is), y Prosas propicias, in¨¦dito. Aqu¨¦l podr¨ªa situarle, seg¨²n Valverde, entre los poetas necesarios del 27. ?l otro, por su lenguaje, se empareja con los nov¨ªsimos. De ¨¦ste dice, emocionado,. Torrente: ?... c¨®mo me hubiera gustado ser su autor!?. Tendr¨ªamos, pues, en Vivanco una trayectoria que engarza a los monstruos del 27 con los novillos del 70. En medio, donde a mi gusto est¨¢ el m¨¢s personal de los vivancos, tal vez no el m¨¢s brillante, queda esa t¨¦cnica y ese mundo desnudo que le dieron entrada en la reciente historia de nuestras letras.
Luis Felipe Vivanco:
Antolog¨ªa po¨¦tica.Introducci¨®n y lecci¨®n de Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde. Alianza Editorial. Madrid 1976; 130 p¨¢g.
Para no repetir lo que ya se dijo, y se dijo bien, m¨¢s de una vez, me voy a permitir el contrapunto, la referencia al trasfondo ideol¨®gico que despluma las alas de este, poeta. Est¨¢ en sus propios versos, concretamente en Continuaci¨®n de la vida (1949). Dice en Salmo improvisado de mis cuarenta a?os: ?Alabadle?, se refiere ?al Se?or?, ?mis a?os / de madurez cat¨®lica, a sabiendas / de todo lo que cuesta / ser cat¨®lico en vez de vitalista?. Y en ?Los guardafrenos?: "Arde un fuego. Una fuerza / de manos poderosas/ y activas. De sensuales / placeres conseguidos / decentemente?. Por ¨²ltimo, en ?El invierno?: ?...?qu¨¦ di¨¢fano / en sus quietas estrofas / todo lo no rom¨¢ntico!?. Los tres t¨¦rminos finales -vitalista, decentemente, rom¨¢ntico- presuponen un marco ideol¨®gico bastante feble. Es la ra¨ªz del tiempo, sin duda, y nadie se libra de ella. Aqu¨ª s¨®lo nos importa, en cambio, por lo que haya podido restar a su aut¨¦ntica concepci¨®n creadora del mundo, visible en el acercamiento progresivo a los objetos y al hombre. Una preconcepci¨®n evita, en este caso, la personal prospecci¨®n po¨¦tica. De ah¨ª que conforme lo ya en s¨ª conforme, dej¨¢ndonos, aislados, vivos ejemplos de otra cuerda no cumplida: la indeterminaci¨®n existencial, por cima de su objetivismo complaciente.
El mundo pol¨ªtico de L.F. Vivanco es una relaci¨®n sustantiva de objetos al paso. Los canta y acepta por imperativo de amor iluminado. No hay dramatismo. Es un canto sin c¨¢ntico, romance sin pena, tierra sin pasi¨®n, realidad sin deseo, aunque hay, s¨ª, arena, dolor y vegetal ilusionado. Cuando alcanza el eje es en la referencia directa a lo humano y logra entonces el dramatismo que en otras partes le falta. Rel¨¦ase, por ejemplo, ?El abrazo ?; de El descampado (1957).
La negaci¨®n de ciertos aspectos del subjetivismo -?Cansado de palabras?, de la misma obra- resta potencia, en mi opini¨®n, al conjunto de su poes¨ªa. Otra cosa son esos dos libros extremos, sobre todo el primero, Memoria de la plata, ya que el segundo, Prosas propicias, si no todo, es en gran parte puro juego verbal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.