Sobre los PNN de Universidad

Para nadie es un secreto que la Universidad, instituci¨®n ignorada hasta hace no mucho tiempo, se ha convertido en los ¨²ltimos a?os en centro de la atenci¨®n permanente del pa¨ªs. Los problemas de la Universidad trascienden de sus claustros y originan inacabables, debates: que interesan a sectores cada vez m¨¢s amplios de la sociedad espa?ola. De cuando en cuando, con significativa periodicidad, resurgen las mismas cuestiones, indefectiblemente irresueltas, y los ¨¢nimos se exaltan, los t¨¦rminos de la pol¨¦mica adquieren un tinte m¨¢s agrio y las posiciones se radicalizan hasta extremos que dificultan o imposibilitan la soluci¨®n de tales cuestiones.Uno de los temas m¨¢s conflicitivos de la actual Universidad espa?ola es el relativo al estatuto de los profesores no numerarios, que en estos d¨ªas ha cobrado nueva virulencia. Sus consecuencias, dada la actitud de paro adoptada, por tales profesores, son graves, y el desenlace imprevisible si no se encauza el trata miento del problema por derroteros racionales. Los autores de este escrito, catedr¨¢ticos todos ellos de la facultad de Derecho de La Laguna, no pretendemos hallarnos en posesi¨®n de la verdad absoluta, ni disponemos de ninguna f¨®rmula que permita dejar cerrada la cuesti¨®n. Tampoco nos anima un esp¨ªritu pol¨¦mico. Nos sentimos preocupados, en cambio, por el alcance de los planteamientos, que vemos expresados p¨²blicamente con dogmatismo y unilateralidad dignos de mejor causa, y, habida cuenta de lo mucho que a la Universidad le va en ello, aspiramos a aportar opiniones y elementos de juicio que, por lo general, no son tomados en consideraci¨®n.

Supuesta homogeneidad

La primera idea concerniente a los profesores no numerarios de la Universidad (¨²nicos a que nos referimos) que convendr¨ªa some ter a revisi¨®n es la de su supuesta homogeneidad. En contra de lo que a menudo se cree, los profesores no numerarios constituyen un sector cuyos integrantes se encuentran en situaciones muy diversas y son portadores de intereses distintos. Son numerosos los que carecen del t¨ªtulo doctoral y adolecen, por tanto, del requisito universalmente considerado imprescindible para conferir a una persona la ven¨ªa docente, salvo en casos por completo excepcionales que est¨¢n en la memoria de todos. Es claro que con arreglo a la perspectiva espec¨ªficamente universitaria en que nos hemos instalado no es id¨¦ntico, ni siquiera equiparable, el profesor doctor que el profesor que no posee dicho t¨ªtulo. En rigor, el ¨²ltimo es un alumno de doctorado, y s¨®lo impropiamente profesor. Pero de hecho, se arg¨¹ir¨¢, ejerce funciones docentes. Cierto,as¨ª es en ocasiones, en detrimento de su propia formaci¨®n y de los derechos de los alumnos. La pol¨ªtica universitaria de los gabinetes pasados ha sido suficientemente irreflexiva como para permitirlo. Pero que esto sea as¨ª no significa que deba seguir si¨¦ndolo.

Por eso, porque la distancia entre unos y otros es abisinal, la soluci¨®n no puede, a nuestro juicio, ser global ni afectar a todos en el mismo grado. Debe ser matizada y contemplar la plural¨ªdad real que subyace a la r¨²brica gen¨¦rica -y ficticia- de ?no numerarios? que por comodidad se utiliza.

Con esta ¨®ptica quiz¨¢ se comprendan mejor las precauciones que es menester adoptar antes de examinar con el desapasionamiento que el caso requiere las reivindicaciones de los profesores no numerarios. Reivindicaciones, seg¨²n se desprende de, los sucesivos comunicados emitidos por sus representantes, de dos clases. Unas son de car¨¢cter econ¨®mico; otras apuntan hacia, la transformaci¨®n de su estatuto jur¨ªdico, en el sentido de obtener definitiva estabilidad en suspuestos.

Reivindicaciones: Econom¨ªa

Compartimos las primeras,en gran medida. No ya los profesores no numerarios, todos los ciudadanos son merecedores de retribuciones justas, proporcionadas al trabajo que realizan, y se hallan legitimados para exigirlas. Nos permitimos recordar, sin embargo, que en la actualidad la insuficiencia de la remuneraci¨®n no es predicable por igual de todos los profesores no numerarios. El sueldo de algunos (tal vez de la mayor¨ªa) es inadecuado por defecto, sin ninguna duda. Pero no hay que ocultar que el de otros lo es por exceso, al percibir cantidades superiores a las que su competencia y dedicaci¨®n aconsejar¨ªan. No se puede pagar lo mismo a quienes entregan a la Universidad la totalidad de un esfuerzo fecun do que a quienes simultanean varias ocupaciones y comparecen raramente eu la Universidad o dilapidan las horas de estudio, de laboratorio o biblioteca, en tertulias y pasillos. Hay que proclamar en voz alta verdades tan elementales y reclamar que se mida a todos los ciudadanos, y en particular a los funcionarios p¨²blicos, por id¨¦ntico rasero. No s¨®lo, claro es, a los profesores no numerarios, pero tambi¨¦n a ellos. Si se hiciera as¨ª, los sueldos de muchos profesores universitarios, incluidos los no numerarios, ascender¨ªan considerablemente. Otros, en cambio, ver¨ªan reducidos sus emolumentos por debajo de la cota actual. No se trata, por consiguiente, s¨®lo de pagar m¨¢s, sino tambi¨¦n de controlar el gasto y de ajustarlo a los rendimientos reales.

Estabilidad

Mayor complejidad reviste la segunda reivindicaci¨®n de los profesores no numerarios, tendente a la inmediata consecuci¨®n de estabilidad indefinida en el empleo. Es sabido que hoy por hoy dicha estabilidad es inherente a la condici¨®n de funcionario p¨²blico, y que al funci¨®nariado se accede en virtud de concurso oposici¨®n. Los profesores no numerarios pretenden, seg¨²n parece, eludir este engorroso tr¨¢mite y obtener algo que, se presente como se quiera, equivale de hecho a una pr¨®rroga vitalicia.

La exigencia resulta tanto m¨¢s sorprendente por cuanto la cr¨ªtica que habitualmente se ha formulado contra los profesores numerarios ata?e al car¨¢cter vitalicio de su c¨¢tedra o cargo. Se estimaba, no sin cierta dosis de raz¨®n, que tal sistema propiciaba el abandono, la falta de emulaci¨®n o la ca¨ªda en la rutina por parte de quienes en pruebas re?idas, p¨²blicas y no f¨¢ciles hab¨ªan acreditado a fin de cuentas en alg¨²n momento anterior su competencia y su preparaci¨®n. Ahora se invierten las posiciones, y del rechazo de la c¨¢tedra vitalicia se pasa a la exigencia de una especie de no numerario vitalicio, sin previo concurso-oposici¨®n. Y, como es natural, la petici¨®n mencionada se acompa?a de otra correlativa: la supresi¨®n de las oposiciones.

Todos estaremos de acuerdo en que el Estado no puede permitirse la debilidad de dejar instituciones fundamentales para la socieda -y la Universidad es una de ellas- al arbitrio de personas que no hayan acreditado de alguna manera su solvencia profesional e intelectual.

Ahora bien, si se acepta la necesidad de establecer un procedimiento que solvente esta d¨ªficultad, las opciones que se nos ofrecen no son numerosas. Los profesores -no numerarios no brindan ninguna que sea clara y convincente, y es que verdaderamente no abundan. O se elige la v¨ªa del concurso oposici¨®n, o se practica el cauce de contrataci¨®n con efectos temporales, o se concede sin otros requisitos la estabilidad indefinida en los puestos a quienes en este instante los ocupan, y por el simple hecho de que son sus detentadores. De esas tres posibilidades s¨®lo las dos primeras nos parecen de recibo. La tercera, en nuestra Opini¨®n, resulta indefendible.

Pero de facto, se dir¨¢, las personas que a eso aspiran no reclaman otra cosa que permanecer en los cargos que desempe?an. Si los est¨¢n ejerciendo es porque se reconoce su idoneidad, y si es as¨ª ya no necesitan demostrarla. Es que no es as¨ª, en modo alguno. El funcionamiento de la Universidad reposa desde hace varios a?os sobre un conjunto de ficciones, de presunciones falsas, y no es esa la ¨²nica. Llamar profesor universitario, como es frecuente, a quien ha terminado su licenciatura unos meses atr¨¢s es, en efecto, una ficci¨®n; es enga?arlo a ¨¦l y a sus alumnos, si los tiene. Es cometer un fraude con la sociedad. Encomendar funciones docentes a perpetuidad a los actuales no numerarios bas¨¢ndose en el c¨®modo argumento de que ya est¨¢ impartiendo clases supone, lejos de resolver el problema, petrificarlo y reducirlo al absurdo a corto plazo, y agrandarlo irremediablemente a plazo medio y largo. Es eludir la cuesti¨®n sustancial de la calidad de la ense?anza, y cerrar el paso a las vocaciones futuras, para las cuales los actuales no numerarios no sienten rubor al solicitar, en cambio, que se las someta -no as¨ª a ellos mismos- a oposici¨®n.

No. En la Universidad se ense?a mal, y se investiga poco y peor. No podemos erigir la situaci¨®n del presente en paradigma, ni consolidar sus deficiencias. La Universidad atraviesa una crisis profunda, est¨¢ descompuesta. Y lo que no se debe hacer es resignarse a santificar lo patol¨®gico, transform¨¢ndolo por decreto en estado normal. La soluci¨®n no se halla en la supresi¨®n de los controles, sino en redoblar su eficacia para todos, sin excepci¨®n, y en afinar los filtros, no en suprimirlos.

Concurso-oposici¨®n

Pues bien, si se descarta esa posibilidad, y nos restringimos a las dos restantes, en nuestra opini¨®n, el sistema de concursooposicion es, aqu¨ª y ahora, menos malo que,el de contrataci¨®n. No mejor, sino menos malo. Aqu¨ª y ahora. Todos los autores de este escrito hemos participado en oposiciones, y por eso nuestro talante no es precisamente el de apologetas a ultranza. ?C¨®mo vamos a serlo, si conocemos mejor que nadie sus imperfecciones? En abstracto, el procedimiento de contrataci¨®n ofrece ventajas: su flexibilidad, su adaptabilidad a las necesidades d¨¦cada centro. Otra cosa es que de suyo no se preste sin violencia a la indefinida estabilidad que los numerarios desean. Mas no se debe dejar de tener presente que vivimos en un pa¨ªs en el que imperan la corrupci¨®n y el favoritismo. Estamos absolutamente convencidos de que en las actuales circunstancias ser¨ªa temerario aplicar a la Universidad el sistema de contrataci¨®n, cuyos res ultados en los ¨¢mbitos en que se emplea est¨¢n bien a la vista.

Los profesores no numerarios alegan que el desenlace de las oposiciones es aleatorio, que el esfuerzo de a?os puede desmoronarse en minutos, que no se valoran en ellas los m¨¦ritos acumulados con anterioridad. Tendr¨ªan raz¨®n si las cosas fuesen realmente as¨ª. S¨®lo que no son tan simples. Sobre las oposiciones universitarias circula una leyenda, en parte injustificada, que urge esclarecer y reducir a sus exactas proporciones. Para empezar, se hurta a la opini¨®n p¨²blica el hecho evidente de que en la Universidad espa?ola la oposici¨®n a, secas no existe. Se edifica as¨ª un mito falso, para luego derribarlo m¨¢s f¨¢cilmente. El r¨¦gimen establecido es de concurso-oposici¨®n, y concurso-oposici¨®n de un tipo particular, precisamente el m¨¢s alejado de la simple memorizaci¨®n, caracter¨ªstica, en cambio, de las oposiciones cl¨¢sicas. La raz¨®n de esta acusada diferencia es clara. El profesor universitario, conviene repetirlo, no es s¨®lo un docente; es, al mismo tiempo, un investigador; y por eso para acceder a la categor¨ªa del profesorado estable necesita acreditar, adem¨¢s de sus conocimientos de la disciplina, ciertas aptitudes para la investigaci¨®n cient¨ªfica, reflejadas en publica ciones dignas. La memoria no desempe?a aqu¨ª ning¨²n papel; lo que se eval¨²a es la madurez y el grado de formaci¨®n. No. resulta infrecuente que algunos opositores, capaces de exponer con brillantez las materias de su programa de la disciplina, esto es, de impartir clases con soltura, sean rechazados por carecer de un ?curriculum? presentable en, el orden de la investigaci¨®n. Pero la Universidad no puede renunciar a esta vertiente investigadora sin sufrir una amputaci¨®n irrevers¨ªble y grav¨ªsima, sin negarsea s¨ª misma. La suficiencia para ocupar con pleno, derecho una plaza de profesor estable en la Univ¨¦rsidad no se obtiene si no es a costa de gran esfuerzo y de bastante tiempo. Naturalmente. Pero es que la Universidad. entrega las titulaciones superiores del pa¨ªs y es adem¨¢s ¨¦l organismo en el que se lleva a cabo la investigaci¨®n cient¨ªfica. Para: ello necesita personal sumamente especializado y de alta calidad cient¨ªfica, m¨¢xime en una ¨¦poca de desarrollo cient¨ªfico acelerado. Las dificultades son, pues, correlativas a la responsabilidad social de la Universidad y a la importancia de su doble misi¨®n.

Lo que no quiere decir que el vigente sistema de concursooposicion sea perfecto. No lo es el sistema en s¨ª, y mucho menos su aplicaci¨®n. Es innegable que se rej¨ªstran abusos, aunque no tanto como se dice y no m¨¢s numerosos, desde luego, que en otras oposiciones. Es verdad, igualmente, que algunos opositores han tropezado con dificultades por razones extraacad¨¦micas y extracienfl¨¢cas, si bien no lo es menos que otros, por id¨¦nticas causas, habr¨ªan sido sacrificados sin remisi¨®n de no existir las garant¨ªas inherentes al concurso-oposici¨®n, que ofrece la ventaja -nada desde?able aqu¨ª y ahora-, de su absoluta publicidad. Por lo dem¨¢s,- la correcci¨®n de tales abusos en la aplicaci¨®n del,sistema, e incluso su perfeccionamiento, no resultan particularmente complicados. El simple automatismo de la totalidad de los miembros de los tribunales y la estricta observancia por dichos tribunales de los plazos y formalidades prescritos bastar¨ªan para extirparlos en gran medida.

Lo que, a nuestro juicio, se debe exigir no es, por tanto, la supresi¨®n de las pruebas y la conversi¨®n, en aluvi¨®n, y sin garant¨ªas, del heterog¨¦neo profesorado no numerario en profesora do estable. Lo que se debe exigir es la delimitaci¨®n neta de los capaces y de quienes no han demostrado su capacidad, aunque estos ¨²ltimos est¨¦n usurpando eventualmente funciones que no les corresponden. Eso en primer lugar. Y para aqu¨¦llos, para los capaces, garant¨ªas de que podr¨¢n seguir su formaci¨®n en mejores an circunstancias, de que no ser postergados o expulsados por personalismo o arbitrariedad mientras se inician en la investigaci¨®n; de que, durante ese per¨ªodo, van a contar con retribuciones justas y con medios de trabajo suficientes. Lo que se debe garantizar, por ¨²ltimo, es que, tras alcanzar la preparaci¨®n ad¨¦cuada, dispondr¨¢n de la oportunidad de acreditarla en pruebas, mejoradas y expurgadas de corruptelas, as¨ª como de plazas estables tan abundantes como sean precisas para atender las necesidades de la Universidad y evitar que un solo profesor digno de tal nombre sea rechazado.

La responsabilidad del Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia en, este sentido es enorme porque la cuesti¨®n resulta vital.para la Universidad. Seg¨²n cuente con mayores o menores medios materiales, la Universidad ser¨¢ mejor o, peor. Pero si no se atiende a la preparaci¨®n y selecci¨®n de un profesorado nutrido y competente la Universidad, sencillamente, deja de ser Universidad. No es que decaiga; es que perece.