Vuelven los partidos
AYER ENTRARON en el reino de la existencia legal siete partidos pol¨ªticos espa?oles. En cumplimiento de lo ordenado por el real decreto-ley 12/1977, el Ministerio de la Gobernaci¨®n reconoc¨ªa lo que para cientos de miles de espa?oles era realidad cotidiana desde hac¨ªa tiempo. El paso es importante y as¨ª, nos agrada reconocerlo, como nos tranquilizar¨ªa pensar que todos los restantes partidos que lo han solicitado ser¨¢n reconocidos. De suceder as¨ª, la vida pol¨ªtica de este pa¨ªs habr¨ªa franqueado el ¨²ltimo obst¨¢culo en su camino hacia la normalidad que desapareci¨® cuando, como dec¨ªa el C¨®digo Penal, se proclam¨® que los partidos pol¨ªticos buscaban ?la divisi¨®n de los espa?oles?. Se cierran de esta forma, parcialmente, nada menos que los ¨²ltimos cuarenta a?os de historia pol¨ªtica espa?ola. En esos ocho lustros el pa¨ªs ha cambiado, se ha desarrollado, apareciendo problemas nuevos y desvaneci¨¦ndose obsesiones casi ancestrales. Para bien o para mal, Espa?a es hoy un pa¨ªs diferente de aquel desangrado por la guerra civil y marginado en la tarea de elegir lo que, con cierta iron¨ªa, se denomin¨®, su ?unidad de destino en lo universal?. Las cuatro generaciones que en este solar ib¨¦rico han nacido y vivido, y muerto, desde 1936, experimentaron la frustraci¨®n de no poder participar libremente en la discusi¨®n de los asuntos relacionados con el bien com¨²n.
Esa libre discusi¨®n se sustituy¨® en el r¨¦gimen franquista por la fijaci¨®n autoritaria de lo que al pueblo conven¨ªa. Incapaces de entender que los ciudadanos libres pueden cuidar de la cosa p¨²blica con el mismo inter¨¦s que de la conveniencia propia, nuestros gobernantes acabaron creyendo en la dejaci¨®n de los intereses nacionales en manos de los grupos que se alternaron en el servicio del poder, a cambio del disfrute de las sinecuras materiales a que su voluntad de obediencia y su silencio les hac¨ªan acreedores.
Lo que en el pre¨¢mbulo del decreto-ley del Derecho de Asociaci¨®n Pol¨ªtica denomin¨® ?un proceso constituyente prolongado?, se basaba en la ficci¨®n, seg¨²n la cual el pueblo participaba en las tareas pol¨ªticas a trav¨¦s del famoso tr¨ªpode: familia, municipio y sindicato, margin¨¢ndose toda aut¨¦ntica organizaci¨®n p¨²blica a trav¨¦s de los partidos.
La filosof¨ªa del franquismo, prolongada hasta hace muy pocos meses con diversos disfraces, era incapaz de entender que la esencia misma de los partidos pol¨ªticos reside en la idea de que constituyen el medio para encauzar y fomentar acuerdos de grupos numerosos de ciudadanos. Con una visi¨®n corta de la historia pol¨ªtica de la Espa?a contempor¨¢nea, que achacaba a los partidos la inestabilidad de una sociedad que no hab¨ªa sabido resolver, fundamentalmente por el ego¨ªsmo de sus grupos dominantes, su adaptaci¨®n al tiempo en que viv¨ªa, ¨¦l franquismo cultiv¨® una imagen deformada del pol¨ªtico como hombre ego¨ªsta, venal y radicalmente antipatriota. Una propaganda sesgada y simplista pretendi¨® que, los males de Espa?a, durante un siglo, proced¨ªan de los partidos. Hasta que alguien contest¨® con otra simpleza llena de buen sentido: los males de la Espa?a liberal vienen del mal funcionamiento de los partidos. Porque el sistema partidista nunca lleg¨® a funcionar como tal en este pa¨ªs, sino que fue sistem¨¢ticamente lastrado por el caciquismo o el vac¨ªo de poder.
As¨ª, en la Espa?a de Franco naci¨® y vivi¨® una imagen del pol¨ªtico alejada de lo que debe ser un verdadero estadista. Porque ¨¦ste ha de poseer ideas propias; sobre lo que la realidad exige, y si es sincero consigo mismo y Con los dem¨¢s, expondr¨¢ p¨²blicamente cu¨¢l, es la pol¨ªtica que desea realizar y cu¨¢les los medios para instrumentarla. Al obrar de esta forma polarizar¨¢ la atenci¨®n y la adhesi¨®n de otras personas con opiniones; an¨¢logas, y que a sus consideraciones privadas antepondr¨¢n la lealtad a sus ideales y el deseo de servir¨¢ la comunidad nacional.
Desde hace m¨¢s de dos siglos las sociedades libres no han conocido mejor r¨¦gimen pol¨ªtico que el basado en la existencia de partidos pol¨ªticos. Desde ayer, Espa?a est¨¢ m¨¢s cerca de ser un pa¨ªs libre porque tiene partidos libres. Cuarenta a?os de silencio, persecuci¨®n y olvido son mucho tiempo para exigirles desde el primer momento la responsabilidad que gozan los grupos con muchos a?os de experiencia.
En todo caso, y a pocos meses de las elecciones, los partidos y sus dirigentes har¨ªan bien en comprender que cuando se sienten en las pr¨®ximas Cortes Constituyentes su cometido fundamental ser¨¢ fiscalizar al Gobierno y exigirle responsabilidades en inter¨¦s del pa¨ªs entero. Porque al ser elegidos, los hombres de partido dejar¨¢n de defender los intereses de ¨¦ste para convertirse en responsables del bien de todos.
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