Sara Gibert
La tentaci¨®n de escribir ep¨ªstolas morales a Fabio es permanente en quien tiene que comentar las exposiciones madrile?as, y tan s¨®lo la inexistencia de un pasado mejor le refrena. Lo cierto es que seguimos empantanados; generalmente, el ir de exposiciones equivale a recorrer el muestrario de la no intensidad. Enfrentarnos a un cuadro es algo que pocas veces nos es dado; quiero decir, al cuadro que ?borra el texto? (Bataille), al sentido que no requiere de sintaxis ni reglas ling¨¹¨ªsticas.
Tediosa en extremo la muestra que Sara Gibert, representante de la nueva generaci¨®n mallorquina, nos ofrece en la Galer¨ªa Ovidio. Esfuerzo in¨²til y carente de ingenio; hace unos a?os tal vez hubiera podido justificarse por esa ? Historia? que hace aceptable lo inaceptable, pero de la que hoy ya estamos en medida de prescindir. Parece como si ocupar la galer¨ªa quisiera decir convertirla en rastrillo; como si estuviera por desacralizar el objeto art¨ªstico, como si pudiera lucharse contra el objeto-fetiche a base de trivializarlo, convertirlo en bibelot. Ni que la galer¨ªa no hubiera sido ya trastocada de una y mil maneras: exposiciones vac¨ªas o llenas, galer¨ªa-cuadra, atracciones de feria, supermercado, enterramiento, automutilaci¨®n. En el ¨¢mbito madrile?o mismo, ?qui¨¦n no tiene su peque?o montaje una vez al a?o (no hablamos, claro est¨¢, de las galer¨ªas de ciervos y bodegones), su peque?o asunto muy nuevo y muy experimental? El tinglado del arte es en este sentido b¨¢sicamente neur¨®tico, y una buena ejemplificaci¨®n del mismo podr¨ªa ser aquella exposici¨®n sevillana de hace unos a?os en ?Homenaje a Marcel Duchamp?, en que la abstracci¨®n l¨ªrica, la pintura social, el realismo cotidiano, y algunos atisbos ?conceptuales? se conjugaban en algo que al homenajeado le hubiera resultado poco menos que un museo de los horrores. Pensemos tambi¨¦n en la pretensi¨®n de los nuevos realistas y del pintoresco Restany de estar no recuerdo cu¨¢ntos ?grados? por encima de Dad¨¢. Inflaci¨®n a la que ya no se puede contribuir ni un instante m¨¢s cayendo en la siempre f¨¢cil hip¨®tesis de que la confusi¨®n, el exceso de confusi¨®n, fuera liberador.
Galer¨ªa Ovidio
28.
El ¨²nico sorprendible aqu¨ª tal vez sea el transe¨²nte ocasional. Los dem¨¢s ya han hecho m¨¢s de una vez la experiencia de lo que Robho defin¨ªa como el ?apriete usted mismo el bot¨®n que no sirve para nada?: el espect¨¢culo de la seudo-participaci¨®n. Que ahora venga Sara Gibert (o cualquier otro miembro de esa nueva generaci¨®n mallorquina encabezada por Steva Terrades) y se ponga a ironizar sobre lo que en uno de los folletos Ne¨®n de Suro llamaba los ?l¨ªmites y situaciones en juego?, y ?avanza en algo el debate? Que se maneje el desparpajo respecto a los valores usuales de la pintura (composici¨®n, dibujo, color), que se denoten el derecho y el rev¨¦s, el arriba y el abajo, la horizontal y la vertical, el delante y el atr¨¢s, y ?el cuadro borra el texto? Como en un Support-Surface del a?o 69, aqu¨ª parece que se le da valor a que los elementos del cuadro anden sueltos: redes, bastidores, maderas. A la impresi¨®n de bazar contribuye la iron¨ªa —sin gracia alguna— sobre el color.
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