El presidente y el "centro"
La creaci¨®n, improvisaci¨®n o integraci¨®n de un centro en la pol¨ªtica espa?ola, es objeto de continuo examen en los medios informativos, y de intentos m¨¢s o menos afortunados de escritores y de pol¨ªticos. Con el l¨®gico temor que me inspira terciar en la discusi¨®n en tomo a un tema en que se han empe?ado tantas y tan respetables personas e instituciones, me decido a apuntar algunas ideas que desear¨ªa tuvieran un m¨ªnimo valor aclaratorio. El hecho de que hoy pueda permitirme el lujo de no representar a ninguno de tos partidos existentes, puede ser una circunstancia atenuante de mi audacia.En el falso convencionalismo que supone el encuadramiento de hombres y de ideolog¨ªas en las tradicionales calificaciones de derechas y de izquierdas, tal vez la idea de centro sea la menos expuesta a equ¨ªvocos peligrosos. Por analog¨ªa con un concepto geom¨¦trico, puede decirse en pol¨ªtica que centro es lo que est¨¢ lo m¨¢s equidistante posible de los extremos; y as¨ª enfocadas las cosas puede enunciarse que existe en la pol¨ªtica una posici¨®n centrista tan pronto como otras ideolog¨ªas se ti?en de extremismo, sea ¨¦ste del color y del radicalismo que fuere.
Vistas as¨ª las cosas, es l¨®gico que aspiren a la existencia de un centro todos cuantos vean como un peligro grave la polarizaci¨®n de tendencias extremas en torno a hombres o a principios de significaci¨®n abiertamente contradictoria.
Que en Espa?a existe un amplio abanico de hombres y de partidos que aspiran a la convencional denominaci¨®n-de dere chas, es cosa imposible de negar. En ese mal acotado campo se agolpan cuantos aspiran a un continuismo mejor o peor disfrazado, que asegure el mantenimiento de posiciones privilegia das, conquistadas las m¨¢s de las veces con injusticia; la perduraci¨®n de estructuras socio econ¨®micas que la equidad no permite; el empleo de medios de coacci¨®n que el m¨¢s elemental sentido de libertad rechaza... Esas formaciones pol¨ªticas, dirigidas o inspiradas por servidores activos de la dictadura, aspiran a recoger en forma de votos todos los recelos, todos los miedos, todos los ego¨ªsmos y tambi¨¦n -?por qu¨¦ no decirlo?- todas las respetables a?oranzas de los que con sinceridad y buena fe aceptaron el r¨¦gimen totalitario.
En el lado opuesto, existe tambi¨¦n un amplio sector de partidos que aspiran a la transformaci¨®n -gradual o fulminante, evolutiva o revolucionaria- de todas o casi todas las estructuras econ¨®micas y sociales existentes. Su propaganda se encamina a la captaci¨®n de los votos de los simpatizantes con estas ideas; de los que han luchado durante a?os contra una pol¨ªtica incompatible con su proyecto de una sociedad justa; de los que no aceptan la prolongaci¨®n disfrazada de una gesti¨®n que durante decenios ha negado los m¨¢s elementales derechos de la persona humana; y de los que piensan que hasta el momento actual la democracia es m¨¢s una ilusi¨®n que una realidad.
Entre esas dos zonas, en el interior de las cuales hay tambi¨¦n innegables divergencias y oposiciones, existe otra muy amplia, que rechaza los extremismos de un lado y de otro, y que preconiza el mantenimiento de lo que sea justo y la extirpaci¨®n radical de todo intento de ahogar la libertad y hacer imposible la democracia.
Ese terreno de coincidencia, de tendencias todav¨ªa mal definidas, pero con numerosos puntos de coincidencia, constituye ese centro por el que tantos suspiran, y cuya existencia se ha venido preconizando desde sectores muy diversos d¨¦ la sociedad espa?ola.
En esos esfuerzos por crear un n¨²cleo equidistante de los extremos, se ha incurrido y se sigue incurriendo en el error de centrar, excesivamente el problema en torno a personas consideradas en -su autodefinici¨®n actual, con olvido de anteriores actuaciones, y, desde luego, sin dar la debida importancia a las ideolog¨ªas que anta?o se sustentaron y su comparaci¨®n con las que hoga?o se defienden.
No quiero incurrir en el pecado de mal gusto de probar con la aportaci¨®n de nombres propios, la equivocaci¨®n que ha supuesto tal enfoque de la cuesti¨®n. Basta repasar las incidencias pol¨ªticas de los ¨²ltimos meses para poner de relieve el error de haber concebido la existencia de un centro pol¨ªtico en tomo a personas que han abandonado una posici¨®n doctrinalmente centrista, para pasarse con armas y bagajes a las filas de uno de los extremos; o que han cre¨ªdo compatible con su reci¨¦n estrenada democracia el disfrute de beneficios obtenidos en los tiempos del autoritarismo; o que han pactado alianzas liquidadas en horas veinticuatro; o que han tanteado con fortuna varia la incorporaci¨®n a organismos electorales que les hubieran permitido ¨¦l so?ado ideal de figurar en los primeros puestos de las candidaturas para el futuro Congreso. No creo que valga la pena de insistir en lo que, por desgracia, est¨¢ a la vista de todos.
Me atrevo, sin embargo, a hacer una excepci¨®n y ocuparme, como posible eje de una hipot¨¦tica situaci¨®n centrista, de un hombre que ocupa hoy el lugar m¨¢s destacado de la pol¨ªtica espa?ola. Me refiero, como es l¨®gico, al jefe del Gobierno, D. Adolfo Su¨¢rez.
Se han agotado los argumentos en pro y en contra de su presentaci¨®n como candidato en las pr¨®ximas elecciones, y me atrevo a opinar que los esfuerzos dial¨¦cticos que se han prodigado para apoyar una u otra tesis han alterado en cierto modo el verdadero planteamiento del problema.
No creo que haya raz¨®n v¨¢lida que oponer a la presentaci¨®n de la candidatura del se?or Su¨¢rez, por la circunscripci¨®n que libremente escoja. M¨¢s a¨²n. Nadie puede negar al se?or Su¨¢rez, por el hecho de ser jefe del Gobierno, el derecho de presentarse a la lucha electoral con un partido propio.
Los reparos deben, a mi juicio, situarse en otro terreno. El se?or Su¨¢rez puede formar su propio partido. Ahora bien, lo que no puede hacer leg¨ªtimamente, es crearlo mientras sea presidente del Consejo de Ministros a?adiendo a su propio prestigio los resortes que suponen los instrumentos del partido ¨²nico, subsistentes todav¨ªa a dos meses de la calculada celebraci¨®n de las elecciones.
Parece que, de un momento a otro, se dictar¨¢n disposiciones liquidadoras de los resortes pol¨ªticos del partido ¨²nico. ?Es esto bastante? Admito que las medidas sean lo suficientemente radicales sobre el_papel para impedir el funcionamiento oficial de esos instrumentos durante el per¨ªodo electoral. Pero el remedio llega ya demasiado tarde, y la misma manifiesta resistencia del Gobierno a dictar las normas liquidadoras es. m¨¢s que suficiente para mantener y a¨²n acentuar las suspicacias de quienes creen, con raz¨®n, que la tarea de borrar los vestigios -y los restos operantes- de un artilugio de cuarenta a?os, no- se puede realizar en unas semanas. La idea de suprimir a fondo el partido ¨²nico y sus secuelas le fue sugerida al presidente Su¨¢rez por las Oposiciones democr¨¢ticas, hace bastantes meses. ?Qu¨¦ raz¨®n puede justificar el aplazamiento hasta ¨²ltima hora de una operaci¨®n tan compleja como ¨¦sta, dejando vivos hasta la v¨ªspera de las elecciones los m¨²ltiples instrumentos de presi¨®n? Porque no se puede olvidar el influjo ejercido en los medios rurales no s¨®lo por los alcaldes-delegados locales del partido ¨²nico, sino por sindicatos, mutualidades, hermandades de labradores, etc¨¦tera,manejados en su inmensa mayor¨ªa por el falangismo.
Si la supervivencia o la tard¨ªa liquidaci¨®n de estos organismos coincide con la constituci¨®n ex novo de un flamante partido del jefe del Gobierno, ?qui¨¦n creer¨¢ que va a existir una verdadera neutralidad oficial?
Un partido nacido en estas condiciones, con dificultad podr¨¢ ocupar leg¨ªtimamente una posici¨®n,centro en la pol¨ªtica espa?ol - a, y gobernar con una pol¨ªtica de equilibrio, de estabilizaci¨®n, de arbitraje entre tendencias opuestas. Ser¨¢, en la hip¨®tesis m¨¢s favorable para el, se?or Su¨¢rez -ya que los resortes gubernamentales no ser¨¢n eficaces en los grandes n¨²cleos de poblaci¨®n, ni en Catalu?a ni en el Pa¨ªs Vasco-, un grupo minoritario fuerte en el Congreso, pero que tendr¨¢ que aliarse en ¨¦l -y mucho m¨¢s en la otra C¨¢mara- con otros grupos, si quiere sacar adelante una Constituci¨®n mediana mente democr¨¢tica. No se olviden las grandes probabilidades que existen de que el sistema de votaci¨®n previsto en la desdicha da ley de Reforma Pol¨ªtica de nacimiento a un Senado reaccionario, con acusadas vetas de continuismo.
Nadie puede excluir la lamentable posibilidad de que las Cortes no logren llevar a cabo m¨¢s que unos retoques inoperantes en las antidemocr¨¢tic¨¢s Leyes Fundamentales, que todav¨ªa est¨¢n en buena parte en vigor.
, Ante este conjunto de perspectivas, ?es aconsejable para el bien del pa¨ªs la formaci¨®n a ¨²ltima hora de un partido del jefe del Gobierno, que no tiene m¨¢s punto de apoyo constitucional que la confianza del Rey?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.