Embajada en Madrid
LA REANUDACION de las relaciones diplom¨¢ticas entre M¨¦xico y Espa?a, interrumpidas desde hac¨ªa cuarenta a?os, constituy¨® un acontecimiento jubiloso que toc¨® los sentimientos m¨¢s profundos de dos pa¨ªses que jam¨¢s hab¨ªan llegado a estar verdaderamente separados.Durante esos ocho lustros, M¨¦xico constituy¨® para in ?les de exiliados espa?oles una segunda patria, en la que el pueblo y su Gobierno les brindaron una acogida tan generosa como inolvidable. Por a?adidura, a lo largo., de tan dilatado per¨ªodo, siete presidentes mexicanos mantuvieron una postura de apoyo incondicional al Gobierno republicano espa?ol, neg¨¢ndose a reconocer al r¨¦gimen de Franco, en actitud que constituy¨® un ejemplo solitariode repulsa moral a un Gobierno que no se ajustaba en modo alguno a los c¨¢nones de la democracia.
Precisamente, la solemnidad del reencuentro y, el peso de la pasada actitud mexicana hicieron pensar que ambos Gobiernos iban a realzar los nuevos lazos eligiendo cuidadosamente la persona designada para ser el primer embajador en las capitales respectivas. De ah¨ª la sorpresa de no pocos mexicanos y de muchos' espa?oles al conocerse que el embajador en Madrid ser¨ªa el antiguo presidente Gustavo D¨ªaz Ordaz.
Aun cuando en el plano del derecho internacional est¨¢ claro que los representantes diplom¨¢ticos de un Estado son ¨®rganos nacionales y como tales nombrados por el Estado que los env¨ªa, no lo es menos que ninguna norma obliga a recibir como representante de otro Estado a cualquier persona. M¨¦xico tiene, por tanto, derecho a designar como representante a quien crea conveniente y sea aceptado por el Gobierno de Madrid; pero aquella parte de la opini¨®n p¨²blica espa?ola que tanto respet¨® la postura mexicana en el pasado tiene tambi¨¦n razones de peso para sentirse desilusionada por lo que dicho nombramiento representa.
Si se considera que la negativa del Gobierno mexicano
a reconocer al r¨¦gimen de Franco se bas¨® siempre en la
ilegitimidad de su origen y en su continuo desprecio por la
libertad, es parad¨®jico que env¨ªe como embajador preci
samente al hombre que desde su represi¨®n de la huelga de ferrocarriles en 1959, como ministro de Gobernaci¨®n,
hasta la horrible matanza de Tlatelolco, en octubre de
1968, ya como presidente de la Rep¨²blica, se ha revelado
como el pol¨ªtico m¨¢s represivo que ha tenido M¨¦xioo,
quiz¨¢ con la excepci¨®n del ?Jefe M¨¢ximo de la Revolu
ci¨®n?, el presidente Calles.
Por otro lado, el gesto de Carlos Fuentes, dimitiendo de su cargo de embajador en Par¨ªs, supone un motivo m¨¢s de reflexi¨®n para los espa?oles. Sin entrar en el terreno de las comparaciones personales entre un gran escritor y un hombre de partido, no puede dejar de resultar doloroso a los espa?oles el comprobar que Madrid no parece a losresponsables de la pol¨ªtica exterior mexicana un lugar lo suficientemente ilustrado como para enviar a alguno de los muchos intelectuales de prestigio que su pa¨ªs tiene hoy, en d¨ªa.
Por ¨²ltimo, hasta la reanudaci¨®n de las relaciones; diplom¨¢ticas, el pasado 18 de marzo, el presidente Echeverr¨ªa y el presidente L¨®pez Portillo no se limitaron en su pol¨ªtica hacia Espa?a con mantener iinmodificada la actitud inaugurada por el general L¨¢zaro C¨¢rdenas de reconocer s¨®lo la legalidad republicana. El ex presidente: Echeverr¨ªa -ministro de Gobernaci¨®n bajo el mandato de D¨ªaz Ordaz- recibi¨® con honores oficiales a importantes dirigentes de la Oposici¨®n espa?ola, e incluso contempl¨® con buenos ojos la concesi¨®n de un ?cr¨¦dito? nada desde?able a la Junta Democr¨¢tica. El actual primer mandatario de M¨¦xico -subsecretario en el sexenio de D¨ªaz Ordaz y ministro con Echeverr¨ªa- invit¨® a su toma de posesi¨®n, con ¨¦status casi diplom¨¢tico, a varios l¨ªderes de Coordinaci¨®n Democr¨¢tica. Conviene resaltar que esta segunda l¨ªnea de aproximaci¨®n mexicana a la pol¨ªtica espa?ola no guardaba relaci¨®n directa con la tradici¨®n cardenista de apoyo al Gobierno republicano en el destierro, ya que ninguno de los partidos espa?oles alentados y halagados por el Poder oficial mexicano reconoc¨ªa las instituciones exiliadas. As¨ª pues, no cabe sino mostrar cierto asombro ante el hecho de que el nombramiento de embajador de M¨¦xico en Madrid haya recaldo sobre una personalidad pol¨ªtica contestada y rechazada por los sectores de opini¨®n y grupos pol¨ªticos mexicanos m¨¢s afines a los que los invitados espa?oles de Echeverr¨ªa y L¨®pez Portillo representaban. Ciertamente, la pol¨ªtica del Poder tiene su propia l¨®gica, inexcrutable muchas veces para los simples ciudadanos. Lo cual tal vez hubieran debido adivinarlo los l¨ªderes de la Oposici¨®n espa?ola, que consagraron su tiempo p¨²blico en M¨¦xico a dialogar con el Gobierno y pr¨¢cticamente ignoraron a los grupos y partidos de aquel pa¨ªs mantenidos fuera de ese casi inaccesible registro oficial que permite concurrir a las elecciones.
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