Marginados sociales
DURANTE MUCHOS a?os, la sociedad espa?ola ha vivido en un feliz y artificial sue?o, creado por una poderosa m¨¢quina de propaganda oficial, en el cual el pa¨ªs estaba milagrosamente libre de una serie de m¨¢culas que ensombrec¨ªan al resto de las naciones, gangrenadas por los virus pol¨ªticos de? totalitarismo marxista o del liberalismo decimon¨®nico. Aqu¨ª no exist¨ªa problema ni marginaci¨®n social alguno: ni delincuencia juvenil, ni homosexualidad, ni locos, ni ancianos vergonzosamente desatendidos, ni alcoholismo.Pero, hete aqu¨ª que, a las pocas semanas del comienzo de la desaparici¨®n de aquel huero montaje pol¨ªtico de los ¨²ltimos a?os, empezaron a manifestarse todos esos problemas anta?o cuidadosamente ocultados. Ante los ojos asombrados de una gran parte de la opini¨®n p¨²blica se fue revelando un entramado complejo, propio de una sociedad europea moderna, en la que s¨ª exist¨ªan todas las tensiones que la paranoia de los censores oficiales se empe?¨® en negar.
Se fueron sucediendo manifestaciones de mujeres feministas, de madres con hijos sin guarder¨ªas, de madres solteras, de gitanos arrinconados en la segregaci¨®n y el chabolismo, de prostitutas perseguidas, revueltas de presos comunes... Ante unas, los ¨®rganos de poder negociaron, fingieron ignorar otras, cedieron en las menos y reaccionaron con los antiguos reflejos autoritarios en la mayor¨ªa.
Entre todas esas manifestaciones de grupos marginados, la que logr¨® una mayor atenci¨®n fue la revuelta de los presos comunes. La imagen de los reclusos de Carabanchel, la prisi¨®n de Madrid, encaramados en la azotea de la c¨¢rcel, supuso para el resto de la sociedad la necesidad de plantearse un doble interrogante: inquietud ante todo sobre cu¨¢les eran las verdaderas condiciones de vida en las c¨¢rceles espa?olas y, segundo, a nivel m¨¢s abstracto, dudas respecto al grado de coacci¨®n que un condenado debe recibir y respecto a la forma en que dicha coacci¨®n se ejerce. Esta ¨²ltima, resultaba especialmente importante, por cuanto supone de un terreno com¨²n de ejercicio del poder y disfrute de la libertad.
Es posible que a muchos lectores les parezca parad¨®jica la conexi¨®n, un tanto difusa pero muy importante, que este planteamiento efect¨²a entre la libertad y la revuelta de los delincuentes comunes. Pero resulta que es en esa franja l¨ªmite, en ese grupo social marginado que son los delincuentes, donde se revela con mayor fuerza los delicados mecanismos del poder y donde aparecen sus posibles excesos. En cierto modo, el sistema penitenciario de una sociedad es una trasposici¨®n bastante fiel del modelo de relaciones entre mayor¨ªas y minor¨ªas que subyace en su proyecto de convivencia pol¨ªtica.
Espa?a est¨¢ avanzando en el camino de la libertad y arriesgando con ello, dir¨ªan algunos, el descubrimiento de su verdadera realidad social. Si a partir de las elecciones del pr¨®ximo mes de junio el pa¨ªs entra en el dif¨ªcil, pero imprescindible ejercicio de la democracia cotidiana, ser¨¢ el momento de emprender la modificaci¨®n de todas esas situaciones de marginaci¨®n, sin recurrir a ejercicio de violencia alguna.
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