Paz a los muertos
El asesinato pol¨ªtico no es ninguna novedad en Espa?a. Por no remontarnos m¨¢s atr¨¢s, los ¨²ltimos dos siglos dan un muestrario para todos los gustos. Con las guerras civiles, la especie fructifica hasta lo asombroso. La ¨²ltima que padecimos fue ejemplar. El recuento definitivo a¨²n no ha podido hacerse, despu¨¦s de cuarenta a?os. Pero quienes vivieron la guerra, o recibieron la transmisi¨®n oral de aqu¨¦llos, tienen conciencia, m¨¢s o menos adormecida, del horror colectivo que se vivi¨® en la retaguardia. Todas las estad¨ªsticas y los libros (que son miles), por mucho que describan, quedan borrosos ante el recuerdo personal o el conocimiento ^transmitido de palabra, con detalles nunca publicados, con nombres que rara vez se pronuncian, pero que no se olvidan, con la huella de lo vivido o aprendido de los protagonistas. La informaci¨®n, en cuanto a las circunstancias, puede ser inexacta, porque, en general, nunca ha sido contrastada. Pero condiciona los sentimientos y las conductas m¨¢s que una verdad clara como la luz del d¨ªa.Son muchas, much¨ªsimas, las familias donde se guardan fotograf¨ªas de los desaparecidos objetos que fueron de su uso personal, cartas, o libros, o t¨ªtulos, y tantas cosas m¨¢s. A veces, con el paso de los a?os y las generaciones, medio arrinconados, o arrinconados del todo; pero hasta ahora, sin el distanciamiento que da la total ausencia de simplificaci¨®n personal. Han pasado muchos a?os, pero no es historia pasada; es historia vivida, experiencia personal, realidad operante.
No ser¨ªa honesto pedir, para nuestros muertos tr¨¢gicos, el olvido. Quienes murieron por tener o atribu¨ªrseles ideas, creencias, actitudes, merecen, como m¨ªnimo, el recuerdo. Pero el recuerdo sereno, o serenado por el tiempo. Todos los espa?oles tenemos el derecho, y dir¨ªa que la obligaci¨®n, de ese recuerdo. En especial, muchos que est¨¢n m¨¢s directamente afectados. Todos deber¨ªamos hacer un esfuerzo de serenidad y de apaciguamiento interior. Nadie tiene derecho a la venganza. La venganza se encadenar¨ªa sin fin, en una sucesi¨®n de violencias. Y, de modo muy particular, nadie debe intentar sacarle rentabilidad pol¨ªtica a la vida ajena; mejor, a la muerte ajena. Es una cuesti¨®n de ¨¦tica, individual y social. Es, al menos, una cuesti¨®n de sensibilidad.
Con la vuelta de las elecciones, ya se ha abierto la veda para la caza y captura de los votos, deporte que tenemos poco o nada practicado. La tentaci¨®n para utilizar armas que destruyan al contrario puede ser grande. ?Y qu¨¦ mayor argumento que calificarlo de asesino, o insinuarlo, o asociarlo con los asesinos de otra hora, aunque ese contrario no hubiera nacido entonces?
Quiz¨¢ sea, en ocasiones, una buena t¨¢ctica electoral. Creo que es, en cualquier cas¨®, un mal servicio a Espa?a, donde tan dispares somos los que en ella tenemos que convivir. Y no se trata de ignorar la realidad, enga?¨¢ndonos a nosotros mismos. El reconocimiento de verdades como pu?os, es una necesidad. El manejo de esas verdades al servicio de un triunfo pol¨ªtico es una actividad peligrosa. Puede avivar fuegos quiz¨¢ nunca apagados. La tensi¨®n violenta puede acrecentarse y estallar. Y, sobre todo, cuando esas verdades se manejan partidariamente, acaban siendo mentiras. Porque una parte de la verdad, aun con los mayores requisitos probatorios, puede inducir a error; la verdad es completa, o no lo es.
En esa cuesti¨®n de las v¨ªctimas injustas de la situaci¨®n de la guerra civil, ?qui¨¦n puede tirar la primera piedra? Ya s¨¦ que muchos, por raz¨®n de edad, no participaron. Y que otros muchos, que estaban en la edad, quedaron al margen de toda responsabilidad. Pero, ?qui¨¦n puede estar seguro de que entre sus-correligionarios o simpatizantes no se encuentra alguno de los verdugos?
El general Franco, nada m¨¢s terminar la guerra, dio una amnist¨ªa para los vencedores. Para los vencidos no hubo amnist¨ªa; pero ahora parece que hay prescripci¨®n, al menos. Unos se beneficiaron de una medida concreta. Otros, del transcurso de los a?os. Entre medio quedaron tantos y tantos que pagaron. Prescindiendo de los aspectos j ur¨ªdicos, ?pueden 1 nvocarse las fechor¨ªas de un lado, cuando las del otro fueron totalmente amnistiadas?
La violencia, que se ceba en la supresi¨®n de personas indefensas, me produce indignaci¨®n y asco. Pero ni me parece que pueda condenar a toda una generaci¨®n, ni a todo un bando, ni siquiera a muchas personas en concreto. Porque ser¨ªa aprovecharme c¨®modamente de un hecho meramente biol¨®gico e involuntario: el haber nacido a destiempo de participar en la matanza. ?Qui¨¦n puede saber cu¨¢l hubiera sidosu actitud en aquella memorable ocasi¨®n? Los futuri bles si rven, aq u ¨ª, para poco. Y muchas de las personas concretas nunca fueron juzgadas. La responsabilidad personal s¨®lo es exigible socialmente como secuela de unjuiciojusto. ?Vamos a sustituir unosjuicios que la ley o el tiempo hicieron imposibles por un enjuiciamiento sin garant¨ªas, alimentado en la pasi¨®n de parte?
Lo que nada tiene que ver con el juicio pol¨ªtico e hist¨®rico, del que nadie es portador o protagonista podr¨¢ sustraerse.
Hay m¨¢s. Yo he visto c¨®mo algunas personas, directamente vinculadas a los que murieron, han reaccionado ante el rec erdo reavivado inclin¨¢ndose por una orientaci¨®n pol¨ªtica muy concreta; han decidido su voto. Hay que decirles que quiz¨¢ han sido, v¨ªctimas de un manejo sucio. Y han sido v¨ªctimas tambi¨¦n porque les han estimulado su dolor, lo que no es tan grave, y su resentimiento, lo que es mucho peun Ciertamente, no son modos.
Los muertos, que no deb¨ªan haberlo sido, no acabaron con la guerra, por desgracia. Bien recientemente hemos tenido pruebas dolorosas. Es imposible que una muerte pol¨ªtica no beneficie, pol¨ªticamente, a alguien; quiz¨¢ a los promotores; quiz¨¢ a quienes resultan identificados con las v¨ªctimas. Pero es intolerable que alguien pretenda beneficiarse. Como esos salvadores que, fuera del poder, tienen la receta secreta para la paz y el orden. Aunque cuando estuvieron en el poder tampoco pudieron evitar otras v¨ªctimas.
Es d'f¨ªcil se?alar la l¨ªnea divi soria entre ?ajusta indignaci¨®n
el aprovechamiento indigno, pe ro resulta sospechoso cualquie intento de capitalizaci¨®n parti dista de la muerte y del dolor aje nos, e incluso del propio dolor Que nadie, por favor, haga almo neda de la muerte. Y menos, al moneda electoral.
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