Ante la meta, los ¨²ltimos metros son los m¨¢s dif¨ªciles
Claro est¨¢ que, visto desde ciertos ¨¢ngulos, a derecha e izquierda, se pueden objetar y contraponer razones a la acci¨®n del Gobierno, en su l¨ªnea pol¨ªtica. Pero discutiendo cuestiones adjetivas, se pierde el hilo que lleva a la soluci¨®n del problema. Y ?cu¨¢l era el problema pol¨ªtico que originaba la descomposici¨®n del r¨¦gimen franquista? ?Cu¨¢l era el temor que embargaba a casi todos los espa?oles ante la desaparici¨®n de Franco? Si nos colocamos, mentalmente, en aquellos momentos angustiosos, recordaremos la preocupaci¨®n de unos y otros por la posibilidad de una acci¨®n revolucionaria y de una consiguiente confrontaci¨®n entre la derecha y la izquierda; la una aferrada al mantenimiento de un sistema institucional que amparaba posiciones de privilegio nacidas del estatuto de vencedor de la guerra civil, la otra con ansias revanchistas y destructoras de ese sistema que la colocaba en una posici¨®n restrictiva de sus derechos y prohibitiva de sus creencias pol¨ªticas. Para una, el menor cambio entra?aba el desmoronamiento defensivo y, para la otra, la menor concesi¨®n significaba seguir sometida a su condici¨®n de poblaci¨®n ocupada despu¨¦s de una guerra perdida. Las consecuencias de nuestra contienda civil segu¨ªan vigentes y saltaban a la superficie despu¨¦s de cuarenta a?os subyacentes.Sin embargo, casi todos los espa?oles intu¨ªan esperanzadoramente que la muerte de Franco y la coronaci¨®n del Rey era una oportunidad que hab¨ªa que aprovechar y, de ah¨ª, la satisfacci¨®n, casi general, expresada a lo ancho del pa¨ªs en esos momentos. La izquierda, en su fuero ¨ªntimo, recelaba del Rey por los or¨ªgenes del nombramiento, pero pensaba que, por instinto de conservaci¨®n y por la fuerza de las circunstancias, s¨®lo podr¨ªa actuar bajo el lema mon¨¢rquico de ?Rey de todos los espa?oles? en una democracia que devolviera la soberan¨ªa al pueblo espa?ol. Esta era la posici¨®n adoptada por el conde de Barcelona que hab¨ªa llevado a Estoril a los representantes de la izquierda, con la aceptaci¨®n impl¨ªcita de una monarqu¨ªa de ese talante.
No era f¨¢cil el papel que hab¨ªa correspondido al nuevo Rey Juan Carlos I. Los continuistas a ultranza quisieron hacer de ¨¦l un simple heredero de Franco, mantenedor del r¨¦gimen existente. Pero, h¨¢bil e inteligentemente, el Rey ha sorteado los obst¨¢culos que pod¨ªan haber hecho fracasar la transici¨®n del viejo r¨¦gimen al nuevo de la Monarqu¨ªa democr¨¢tica que puede convertirle en Rey de todos los espa?oles. En un recorrido impecable, de categor¨ªa ol¨ªmpica, bien secundado por Su¨¢rez, ha salvado los peligros de una intervenci¨®n militar; de una explosi¨®n revolucionaria de la izquierda extremista; de una abstenci¨®n de la izquierda moderada que hubiera asfixiado al r¨¦gimen naciente; de la exclusi¨®n de ¨¢reas pol¨ªticas, como el comunismo, con un porcentaje minoritario, pero no despreciable, de la poblaci¨®n espa?ola. Ya s¨®lo quedan por recorrer los metros finales del recorrido, los m¨¢s dif¨ªciles, y es de esperar que no surjan errores graves que entra?en la p¨¦rdida de la iniciativa y pongan en peligro el ¨¦xito final.
Para toda esta operaci¨®n pol¨ªtica ha contado con el apoyo del sentido responsable y moderado de la gran masa -madura pol¨ªticamente contra la opini¨®n paternalista del franquismo recalcitrante- de los ciudadanos espa?oles. En un a?o se ha anda do mucho camino y han cedido las intransigencias. Para darse cuenta basta releer lo que dec¨ªan personalidades, de uno y otro lado, hace meses. Para unos, todas las cautelas eran pocas y ello daba origen a proyectos legislativos h¨ªbridos sin ninguna posibilidad viable. Para otros, no hab¨ªa otra posible salida del r¨¦gimen franquista que no fuera la ruptura, dinamitando todo lo existente y partiendo de cero.
Si no surgen esos graves errores, siempre posibles, las elecciones han de significar la participaci¨®n de todos los espa?oles, por primera vez despu¨¦s de la guerra civil, en una com¨²n empresa nacional -implantar un r¨¦gimen-, aunque con pluralidad d e opiniones complementarias. Lo importante es que discutamos todos dentro del mismo recinto institucional y nacional; no intramuros y extramuros.
Todo no est¨¢ a¨²n resuelto. A¨²n hay que moderar posiciones a uno y otro lado. Por eso, si no existiera, habr¨ªa que inventar un centro pol¨ªtico. La derecha m¨¢s conservadora debe darse cuenta de que en Espa?a hay una impregnaci¨®n vaga, subconsciente, en todas las capas sociales, pero real, de inestabilidad y sentido revolucionario que, en el fondo, corresponde a toda etapa de descomposici¨®n de un r¨¦gimen e implantaci¨®n de otro nuevo. Acaso esto se perciba con m¨¢s nitidez desde fuera de nuestras fronteras, y de ah¨ª viene la preocupaci¨®n y el respaldo al Rey que aqu¨ª pueden sorprender. En semejante situaci¨®n, no se puede echar frenos conservadores que podr¨ªan provocar un recalentamiento. La izquierda marxista en cuanto no sea impacientemente revolucionaria, habr¨¢ de colaborar para las necesarias soluciones que, en plazo inmediato han de aplicarse a nuestra desfalleciente econom¨ªa. Su entendimiento social tiene que empujar la a resolver los problemas de la inflaci¨®n y el paro, cuyo origen principal radica en los conflicto laborales y las excesivas exigencias salariales.
Los partidos pol¨ªticos tiene ahora una grave responsabilidad Han de recapacitar y recordar es campa?a de descr¨¦dito nacida en 1923, con la dictadura del genera Primo de Rivera y que -salvo lo a?os de la Segunda Rep¨²blica prosigui¨® a lo largo de la dicta dura del general¨ªsimo Franco. Son muchos a?os de propaganda contraria para pensar en que no ha calado en la mentalidad de los espa?oles. Ahora deben recobrar el cr¨¦dito perdido con una actuaci¨®n irreprochable al servicio de pa¨ªs y de sus respectivas ideolog¨ªas pol¨ªticas. Puede ser de muy graves consecuencias, para la implantaci¨®n de la democracia, que los espa?oles pierdan la confianza en los nacientes partidos pol¨ªticos ante el lamentable espect¨¢culo de una excesiva multitud de ¨¦stos haci¨¦ndose la guerra al modo de los ?gangsters?, o contemplando posturas de intransigente soberbia en quienes tienen responsabilidades dirigentes que les obligan a sumar en vez de dividir.
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