El gran desconocido
Uno de los fen¨®menos m¨¢s desalentadores de la Espa?a de hoy es la reiteraci¨®n, m¨¢s bien la peri¨®dica repetici¨®n de sucesos y de reacciones, con un ritmo que parece seguir la imagen del tiempo circular ideado en sus cuentos por Borges.En la escenificaci¨®n que no hace muchos a?os se hizo de Luces de bohemia en el teatro Bellas Artes, de Madrid, no pod¨ªa resultar menos esperanzador el entusiasmo con que el p¨²blico enardecido aplaud¨ªa censuras, diatribas y comentarios punzantes de Valle-Incl¨¢n a la situaci¨®n hist¨®rica de Espa?a en los a?os de la dictadura del general Primo de Rivera. Sus palabras ten¨ªan desde luego, en esos momentos, una escalofriante actualidad como reflejo, quiz¨¢ no tan duro como debiera, de la dictadura del general Franco. Parec¨ªa como si el tiempo se hubiese detenido. Y eso era lo triste y decepcionante. Nada hab¨ªa cambiado desde entonces. Ni en el planteamiento esc¨¦nico, ni en la reacci¨®n de las gentes. Al presenciar el c¨¦lebre ?esperpento? de Valle-Inci¨¢n, se ten¨ªa la sensaci¨®n de haberse parado la historia de Espa?a. O que hab¨ªa vuelto a empezar con un ritmo circular borgiano, caracter¨ªstico de nuestra historia, que nos sit¨²a con cierta frecuencia en posici¨®n de cero, despu¨¦s de haber vivido las m¨¢s alucinadas experiencias, similares a las que ya antes han vivido las generaciones que nos precedieron.
La misma sensaci¨®n se percibe al releer cualquier obra de alg¨²n escritor que haya prestado atenci¨®n a los problemas hist¨®ricos o simplemente haya observado con aguda y penetrante visi¨®n la realidad nacional. Por ejemplo, Gald¨®s.
En su novela El amigo Manso habla as¨ª el protagonista, en relaci¨®n con los deseos de su hermano de consagrarse al pa¨ªs: ?Al o¨ªr esto del pa¨ªs, d¨ªjele que deb¨ªa empezar por conocer bien al sujeto de quien tan ardientemente se hab¨ªa enamorado, pues existe un pa¨ªs convencional, puramente hipot¨¦tico, a quien se refieren todas nuestras campa?as y todas nuestras ret¨®ricas pol¨ªticas, ente cuya realidad s¨®lo est¨¢ en los temperamentos ¨¢vidos y en las cabezas ligeras de nuestras eminencias.?
El comentario adquiere la m¨¢s tr¨¢gica de las actualidades en la Espa?a de 1977, precisamente cuando una desaforada y desajustada campa?a electoral pretende poner a la anquilosada y entumecida Espa?a de los anteriores decenios frente a unas perspectivas hipot¨¦ticas que el pueblo no parece secundar, seguramente, por no percibir en medio de la algarab¨ªa electoral una sola palabra que responda a esa realidad efectiva del pa¨ªs de que habla el amigo Manso. Y es que nuestra propaganda. considerada en conjunto, ofrece una perspectiva alucinante de personalismos, ambiciones e insinceridades. Descubrir en ella un ¨¢tomo de verdad, exigir¨ªa el empleo de los m¨¢s potentes instrumentos de observaci¨®n.
Por otra parte, todas las manipulaciones electorales, tal vez por inevitable atavismo de costumbres pol¨ªticas anteriores, han venido efectu¨¢ndose en los despachos de quienes por una posible conciencia de un valor inexistente se han erigido en rectores hoy de la pol¨ªtica espa?ola. De ah¨ª que todo el proceso previo a la campa?a electoral haya seguido una direcci¨®n totalmente opuesta a la que antes determinaba una arraigada tradici¨®n. Cierto es que tambi¨¦n tradicionalmente la pol¨ªtica respond¨ªa a un equivocado criterio centralista; pero ni aun los m¨¢s tenaces y obtusos mantenedores de ese err¨®neo punto de vista se atrev¨ªan a desconocer los problemas pol¨ªticos e incluso las exigencias procedentes de las distintas regiones y provincias. No importa que la mayor¨ªa de las veces ese eco de la realidad nacional llegara por los cauces viciados de los caciques. Lo indudable es que el proceso se realizaba en direcci¨®n inversa a la que se ha recorrido hoy. Antes, el impulso proced¨ªa de una periferia, cuya voluntad era m¨¢s o menos rectamente interpretada. Hoy viene de una audaz minor¨ªa, instalada c¨®modamente en el centro geogr¨¢fico del pa¨ªs y en la cima de una mediocridad autoerigida en eminencia.
Para remediarlo, hubiera bastado seguir los mismos consejos que en sus reflexiones ofrec¨ªa el amigo Manso; es decir, que hubiera sido necesario ?distinguir la pairia ap¨®crifa de la aut¨¦ntica, buscando ¨¦sta en su realidad palpitante, para lo cual convendr¨ªa, en mi sentir, hacer abstracci¨®n completa de los mil enga?os que nos rodean, cerrar los o¨ªdos al bullicio de la prensa y de la tribuna, cerrar los ojos a todo este aparato decorativo y teatral y luego darse con alma y cuerpo a la reflexi¨®n asidua y a la tenaz observaci¨®n?.
Como nada de esto se hizo previamente, hoy asistimos al espect¨¢culo de una campa?a electoral de magnitud inconmensurable, que no logra sensibilizar sino a una minor¨ªa muy escasa del pueblo espa?ol. Bastar¨ªa para probarlo las reacciones de las gentes ante la desaforada propaganda de las distintas candidaturas en v¨ªsperas de las elecciones. Todos podemos haber visto c¨®mo al caer desde alg¨²n coche la algarab¨ªa multicolor de unas octavillas en cualciuiera de los barrios de la capital, apenas una o dos personas se molestan en inclinarse hacia el suelo para recogerlas. A lo sumo, se limitan a echar una mirada indiferente sobre las que han ca¨ªdo en el suelo, sin detener siquiera el paso. La mayor¨ªa parece considerar el fen¨®meno como algo que corresponde a los servicios municipales de limpieza.
Tan absoluto indiferentismo deber¨ªa hacer meditar a los elementos directivos de los partidos y coaliciones en lucha, no tanto para conocer si sus campa?as hab¨ªan estado bien orientadas. como para reflexionar acerca de la realidad del pa¨ªs al cual pretenden captar.
Por de pronto, este pa¨ªs demuestra en proporciones inmensas hallarse al margen, e incluso de espaldas, a cuanto a su alrededor est¨¢ ocurriendo. ?A qu¨¦ se debe el fen¨®meno? Claro es que hay que tener en cuenta el lastre de los cuarenta y tantos a?os de inactividad pol¨ªtica, en un pueblo de no excesivas cualidades y aptitudes c¨ªvicas, por no hab¨¦rsele permitido jam¨¢s el desarrollo normal y evolucionado de una regular vida pol¨ªtica democr¨¢tica. Pero habr¨¢ que atribuir tambi¨¦n un tanto grande de culpa a quienes hoy dirigen la pol¨ªtica espa?ola. Su desconocimiento real del pa¨ªs puede resultar catastr¨®fico a muy corto plazo. En vez de ponerse en contacto directo con el pueblo, para desde ah¨ª plantear las opciones que poder ofrecer a la naci¨®n, se ha preferido hacer una especie de pol¨ªtica de laboratorio, sobre unos esquemas ideales, perfectamente ut¨®picos en muchos casos, que no logran calar en la epidermis de las gentes.
Lo grave es que hay l¨ªderes y grupos que muy f¨¢cilmente pueden llegar, a pesar de algunos titubeos iniciales a sectores muy amplios del pueblo espa?ol, para prender en los mismos una m¨ªstica revolucionaria. Para ellos, la tarea no ofrece demasiados problemas. Lo dif¨ªcil es el planteamiento de la lucha entre quienes tengan que pretender captar la masa amorfa media del pa¨ªs, es decir, una masa de tendencias estabilizadoras y de mentalidad conservadora, que hoy se encuentra desorientada y que puede bascular de manera casi insensible hacia un punto u otro. O que podr¨¢ mantenerse en una posici¨®n de c¨®modo inmovilismo, si no repercuten sobre ella con acentos de autenticidad, las voces necesarias que las convoquen sin estridencias ni destemplanzas.
El que hoy se intentara hacer otra cosa, no s¨®lo resultar¨ªa grave por las consecuencias inmediatas que pudiera ocasionar, sino porque revelar¨ªa el m¨¢s absoluto desconocimiento de la realidad sobre la que se pretende operar. En otras palabras, porque demostrar¨ªa un completo desconocimiento del pueblo espa?ol.
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